Para los científicos el soñar es la manera que tiene nuestro cerebro, que no cesa su actividad nunca, de organizar la información que hemos recibido mientras estamos despiertos.

Dormir, esa necesidad que tenemos todos los seres humanos de dormir cada noche, es una manera de morirnos día a día y resucitar cada mañana. Es como un ir preparándonos para la dormida final, eterna.

La humanidad, desde hace mucho tiempo, desde que tenemos científicos o por lo menos cultores de la búsqueda del conocimiento, se ha preguntado ¿para qué dormimos? Teorías iniciales hablaban o suponían, que el plácido dormir era para recuperar fuerzas, prepararnos para el indiscutible esfuerzo que iba a significar el nuevo día, en experiencias, en ajetreos, en conocimiento. Tiempos después, otros indagadores del misterio de vivir se dieron cuenta y probaron que unos minutos de total relajamiento y neutralidad nos preparaban suficientemente para el avatar de un nuevo día. Entonces, relajarnos y simplemente descansar, nos recarga esa batería necesaria para andar de nuevo. Por lo tanto podemos concluir que no dormimos para descansar, aunque desde luego dormir nos descansa, pero por otras razones.

Otros buscadores de verdades plantearon en algún determinado momento que el dormir se debía a que el organismo necesitaba desechar ciertas toxinas que le hacían daño y le impedían avanzar en eso que llamamos vida. Científicos más avezados demostraron que esta teoría no se correspondía con la verdad, aunque algunos alquimistas del conocimiento o especuladores de la ignorancia, lo pregonen. Dormir entonces no es para desechar nada, aunque algo de esto también se trate.

El conocimiento humano y su base, el conocimiento científico, han planteado desde hace algún tiempo que la razón de ser del dormir es el soñar. En primer lugar, porque el desarrollo de esa ciencia ha permitido comprobar que todos los seres humanos soñamos al dormir, recordemos nuestros sueños o no. Han determinado que existen fases muy específicas del dormir donde todos soñamos y, mediante electroencefalogramas y otras minucias, han podido comprobar con absoluta certeza que todos soñamos —y varias veces— mientras dormimos.  Incluso existe una manifestación leve de ello. Cuando soñamos nuestros párpados titilan imperceptible pero evidentemente en un minúsculo balanceo que llaman REM, Rapid Eye Movement por sus iniciales en inglés.  Y esto incluso es medible y comprobable. Algunos especialistas lo ubican en determinados momentos del dormir que llaman fases, pero lo que sí es definitivo es que todos soñamos, todos los días.

Según estas certezas, se dice que dormimos para soñar. Y ahora vamos con este otro verbo. Soñar tiene muchas connotaciones, algunas científicas, otras filosóficas, incluso especulativas.  Para los científicos el soñar es la manera que tiene nuestro cerebro, que no cesa su actividad nunca, de organizar la información que hemos recibido mientras estamos despiertos, y esa maravillosa e insuperable computadora sigue trabajando, y más que nunca, cuando estamos dormidos, en primer lugar porque al estar dormidos no estamos percibiendo nuevos datos, y nuestro querido órgano fundamental, tiene el tiempo y la posibilidad de procesar nuestro conocimiento y organizarlo para prepararnos para lo que nos espera. Así trabaja el ordenador de la vida, ese que tenemos dentro de nuestra cabecita, con más cablecitos y chips de los que se puedan inventar. Por eso el insomnio es una terrible enfermedad. Si no dormimos, si no soñamos, si nuestro cerebro no organiza su material, nos volvemos locos.

El soñar también ha dado pie a otras teorías, incluso pseudocientíficas, disfrazadas de verdad y ensalzadas con títulos tan pomposos como el de la interpretación de los sueños. Especulación pura y simple, cada quién puede interpretar el suyo de acuerdo con lo que le salga en ganas o haciendo las asociaciones que más rabia le dé.  Aunque haya dado origen a muchas actividades creativas. El surrealismo lo utilizó enormemente, tanto que hoy en día cualquier hijo de vecino que trate de calificar algo para lo cual no hay una explicación cierta o razonable, lo más fácil de decir es que eso es surrealista. Vulgarización de una tendencia artística que tuvo su importancia en determinado momento de la historia, y que lamentablemente no ha desaparecido, la vulgarización digo yo. Recuerdo una foto de hace algunos años donde se veía en el piso de uno de los pasillos de una exposición pictórica o escultórica, unos lentes, sí, unos vulgares lentes de leer. La foto mostraba a algunos visitantes de la exposición agachados ante ese objeto, considerándolo parte de la exposición y juzgándolo como una expresión surrealista, cuando en verdad era simplemente que a alguien se le habían caído y se quedaron allí, epatados como diría un francés, para el automojón mental del que se los hubiese encontrado.

Entonces la razón fundamental del dormir es el soñar, y soñar es organizar toda nuestra información vital, y eso nos descansa de alguna manera (primera teoría) y nos elimina toxinas de alguna manera (segunda teoría). Y de ahí su importancia, cada quién úselas como a bien tenga.

Yo, por ejemplo, digo que soñar es la única manera que tenemos de hablar con los muertos. Que cantidad de veces han aparecido en nuestros sueños, personas ya fallecidas, con las cuales interactuamos como lo hacíamos cuando ellos vivían terrenalmente, y de ahí sustento yo el concepto —tan explotado por las religiones— de la eternidad.  Son eternos porque siguen estando en mis sueños, aunque físicamente no estén. El cerebro no los olvida. El cerebro es el banco fundamental donde se depositan los recuerdos, y de eso vivimos.

Si aplicamos todo lo dicho anteriormente a los treinta y pico de millones de personas venezolanas dentro y fuera del país, queda fehacientemente comprobado que dormir es una manera de morirnos cada día, sin saber qué va a pasar, y soñar con que todo cambia, y despertarnos descansados y sin la maldita dañina toxina para enfrentarnos a esa nueva vida que todos anhelamos tener. Que nuestros sueños se tornen realidad, así sea.

 

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