En ‘Ruffian’ no hay apuestas, no hay guisos, es decir, trampas, sólo belleza equina, una muestra romántica de un universo cerrado con sus propias reglas basadas en una caballerosidad medieval.

Me gusta el hipismo, tanto o más que el mismo ajedrez, otra de mis grandes pasiones. Sólo que en el hipismo está la apuesta, y con esto, todo el romanticismo que pudiera existir a su alrededor se disipa. ‘El deporte de los Reyes’ es majestuoso, un espectáculo fascinante y colorido en donde la emoción se desborda.

El cine ‘correcto’ ha incursionado en el hipismo mostrándolo limpio. Ahí están Seabiscuit (2.003) y Secretariat (2010) para corroborar esto. En El golpe (1973), en cambio, se amaña un resultado hípico para trasquilar a un trasquilador, sólo que asistimos a un acto de picardía lejano a los detalles propiamente del turf. En cambio la serie Luck sí intentó horadar aguas profundas aunque el proyecto se quedó en el camino. Arrancó bien y se perdió rumbo a la meta con todo y Dustin Hoffman que la apadrinó. El corcel negro (1979) particularmente me impactó y mostró la gran belleza del caballo árabe, punto de partida de la genealogía del purasangre de carrera nacido en Inglaterra.

Luego está Hidalgo (2004), un caballo de hierro cuya épica en el desierto nos lució un tanto exagerada. Luego están 50 to 1 (2014), un homenaje tosco a uno de los tajos más grandes en la historia del prestigioso Kentucky Derby bajo la responsabilidad del caballo: mine that bird, y finalmente la australiana The Cup (2011), que está bien, pero sin ofrecer nada nuevo a lo que ya anteriormente habíamos visto.

Todo este preámbulo es para reseñar a la que considero la mejor y más purista historia sobre el turf, casi un documental, y se llama Ruffian (2007), del director canadiense Yves Simoneau, hecha para la televisión y con un presupuesto moderado. Sam Shepard se cambia la piel y se pone dentro de los pantalones de un entrenador abnegado consustanciado con la inesperada campeona cuyos éxitos apabullantes la llevaron a un fatídico duelo contra otro campeón: Foolish Pleasure.

En Ruffian no hay apuestas, no hay guisos, es decir, trampas, sólo belleza equina, una muestra romántica de un universo cerrado con sus propias reglas basadas en una caballerosidad medieval. El entrenador al que hace vida Shepard es un espartano del trabajo, un hombre que susurra a los caballos y casi les comprende, un fanático que cree en la constancia y la disciplina, pero sobre todas las cosas ama su profesión. Y en esto es insobornable. Además, como hombre solitario y sin familia, sólo está entregado a esa misión, lo que lo convierte en un creyente.

Bueno, esto es lo que vemos en esta película que no escatima en presentarnos las muchas victorias de ésta campeona invicta e inmortal. Ruffian nos escudriña sobre la pasión hípica y cómo el turf se ha desvencijado hasta convertirse en un negocio que hoy por hoy suplanta ese época dorada en que se corría sólo por ganar el prestigio de ser el más grande campeón.

About The Author

Deja una respuesta