Después de obtener cierta notoriedad con Maricones eminentes, Luna latina en Manhattan y Twilight at the Equator, el colombiano radicado en Nueva York Jaime Manrique inició una aventura histórica y literaria en Nuestras vidas son los rios que desde hace dos años volcó las miradas del ámbito editorial —tanto en inglés como en español— sobre la historia de una quiteña que no sólo fue la amante más conocida de Simón Bolívar sino una genuina luchadora contra la Corona española en esta América rebelde y heterogénea durante los años de las guerras de independencia. A partir de un poema de su casi homónimo Jorge Manrique —referido a la fuerza de los ríos que dominan las vidas— se desencadena esta desmesura vital que se llamó Manuela Sáenz, quien desde las «orillas» de la clase dominante de Quito pasó a ser protagonista de la vida independentista en Panamá, Lima y Bogotá. Intercalando la narración en primera persona, la reconstrucción de la época y los testimonios de sus esclavas Jonatás y Natán, la figura de Manuela adquiere un dibujo fino e íntimo. ¿Cuán ciertas son estas líneas desde el punto de vista histórico? Lo ignoro, pero percibo en el relato de Manrique una pasión también desbordante a favor de su personaje que desafía el rigor de los académicos.

Escrita originalmente en inglés y construida a lo largo de cuatro libros, Nuestras vidas son los ríos se inicia con «La hija del español», en el que el autor ubica a Manuela en un tiempo histórico y un espacio social para expresar su infancia y su temprana juventud, con especial énfasis en las relaciones de fraternidad que ella entabla con sus esclavas, frente a la rigidez con que la sociedad quiteña la observa como hija natural de un peninsular que ha hecho fortuna en Ecuador. Es el libro que define el carácter de su personaje y que marca su evolución afectiva y política. Lo sigue «Una mujer adúltera», libro que expresa su rebeldía frente al padre autoritario, la aceptación de su cómodo matrimonio con el inglés James Thorne y el ansiado encuentro con su ya admirado Simón Bolívar que habría de cambiar su vida de forma determinante. Como nervio central de la novela propone la pasión amorosa, el desafío social, el desafuero de sus relaciones prohibidas y la persistencia de su lucha patriótica. El tercer libro, «La libertadora de El Libertador», aborda los años más duros no sólo de su relación con el ilustre caraqueño sino con los avatares de la política de las nuevas repúblicas que surgen tras las guerras de independencia. Finalmente, «Los años junto al mar» evoca sus días finales en el puerto peruano de Paita, arrastrando la nostalgia y el dolor íntimo de la derrota.

Manrique ha elaborado una novela con ambiciones de biografía que logra combinar ciertos elementos románticos alrededor de una figura femenina muy particular. Autor y personaje se identifican de manera muy marcada y, de varias maneras, uno y otra comparten un «bolivarianismo popular» —si tal cosa existiera— alimentado por una visión antisantanderina. Este Bolívar presentado por Manuela es el héroe justiciero y republicano que será vilmente traicionado por sus compañeros de armas. Y su antisantanderismo se traduce, de manera simple, en un anticolombianismo manifiesto. Cosa que sorprende en un escritor colombiano que aunque viva en Nueva york sigue siendo colombiano. En realidad, Manuela no se siente a gusto en ningún lugar, primero por razones sociales, luego por las morales, finalmente por las políticas. Ni en Quito ni en Bogotá ni en Lima. Sólo es feliz por un período en Panamá. Y es curioso, también, que Venezuela tenga poco que contar en Nuestras vidas son los ríos, a sabiendas que la Cosiata que impulsó José Antonio Páez en 1826 representó el fin de la Gran Colombia, sueño político del caraqueño. De forma remota, Caracas es sólo la ciudad natal de El Libertador.

Después de haber leído una buena parte de la novela me di cuenta de que se trataba de una traducción y que había sido escrita principalmente —aunque no de manera excluyente— para el público anglosajón. Algunas precisiones históricas revelan ciertas inexactitudes de fechas y acontecimientos. No obstante, estos detalles no invalidan las destrezas narrativas de Manrique. El lector disfruta de una historia que tiene mucho de leyenda. Es su relato sobre una mujer que amó por encima de todo a Bolívar —incluso más que a sí misma— y que murió en la pobreza y el olvido, fiel a sus recuerdos.

NUESTRAS VIDAS SON LOS RÍOS («Our lives are the rivers», HarperCollins Publishers, Inc, 2006), de Jaime Manrique. Traducción de Juan Fernando Merino. Aguilar, Altea, Tauro, Alfaguara S. A., 2007, Bogotá 370 páginas.

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