De víctima desesperada pasa a convertirse en juez y ejecutor.

«Inés volvió a mirar hacia abajo. Y pensó entonces en la plenitud. Pensó que, tal vez, en ese momento, por fin estaba demasiado cerca de una felicidad.» Con esta frase Alberto Barrera Tiszka cierra su novela Mujeres que matan, un viaje intenso desde la insatisfacción, el temor y el lamento de varias mujeres —que cruzan sus caminos a través de las letras promisorias y el desencanto ante los varones de este mundo y la sociedad que les ha tocado vivir— hasta un nivel de complejidad emocional que roza la venganza y la revancha. Mujeres adoloridas que se descubren capaces de asesinar.

El escritor caraqueño ubica un puñado de personajes en una ciudad sin nombre —pero sospechosamente parecida a Caracas— bajo las garras de un régimen que denomina el Alto Mando —también sospechosamente conocido— para entretejer sus historias de frustración y rebeldía. Magaly, Betty, Teresa, Adriana, Leonor e Inés convergen en una trama signada por la opresión, ya sea de los hombres, ya del régimen autoritario. Acuden a un club de lectura para encontrar sus propios caminos y tomar sus decisiones. Hay otra mujer, Elisa, que funciona como el ojo externo pues esta realizando un documental sobre el suicidio femenino en una sociedad represiva. Un poco más allá se ubican los hombres: Sebastián, el hijo de Magaly, el esposo Roberto Ruiz, el depredador Diego, el asesino Ronald y un personaje que transita la frontera entre lo masculino y lo femenino.

A medida que se avanza en su lectura, Mujeres que matan revela dos ideas esenciales y distintas que terminan articulándose. La primera se refiere al régimen que domina las vidas de sus personaje en una suerte de metáfora del fracaso de una sociedad condenada desde el autoritarismo. Un fracaso impulsado desde la impunidad y la fuerza bruta que acorrala a esas mujeres y también a los hombres. La segunda idea es más compleja y tiende a prestarse a maniqueísmos: cuando la institucionalidad fracasa, el ciudadano o la ciudadana toman la justicia por su propia mano. De víctima desesperada pasa a convertirse en juez y ejecutor. De la defensa inicial caminan la ruta de la venganza funcional.

El estilo narrativo directo y preciso del autor de La enfermedad (2006) y Patria o muerte (2015) permite que ambas ideas trasciendan la anécdota de la investigación que un hombre inicia para comprender el suicidio de su madre. Sin afanes moralista, Barrera Tiszka enhebra las razones íntimas de cada mujer para hacer lo que decidió hacer, como un acto secreto compartido entre cómplices. Así las cosas, los hechos se imponen a la razón, al principio, pero al final el razonamiento diseña el desenlace de los hechos. En un Estado fallido, la justicia deviene en una rebelión personal, no política.

Esta incorrección política —si podemos llamarla así— de Barrrera Tiszka se convierte en el mecanismo de identificación del lector con los personajes femeninos, mucho más nutritivos que los masculinos. Ellas asumen sus conductas y superan el sentimiento de culpa. No hay corrección política posible en un país que no ofrece ningún tipo de corrección. Sobre todo, desde la perspectiva femenina, es decir, desde la visión de quienes se han sentido sometidas, discriminadas y usadas. Justicia y venganza en clave de mujer. Por eso, al final de la trama, Inés «pensó que estaba demasiado cerca de la felicidad.» Menudo riesgo.

MUJERES QUE MATAN, de Alberto Barrera Tiszka. Penguin Random House Grupo Editorial, Ciudad de México, 2018. Ediciones Curiara, Caracas, 2019.

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