Víctima y victimario
Porque tener conciencia de ser víctima no siempre garantiza la posibilidad de escapar de las garras de su victimario potencial: uno mismo.

La víctima puede transformarse en una condición cuando el padecimiento que la subyuga se prolonga en el desierto del tiempo. En el tiempo social y en el tiempo existencial. A veces, algunas víctimas no saben distinguir el origen de su condición actual. Sufren tanto que lo olvidan. La memoria los abandona, y la vida comienza a perder el sentido capital de la existencia. La costumbre es su peor carcelero. Su ignorancia. El silencio de la caída. Sin embargo, priva un deseo de libertad para tal condición donde la persona ha sido arrojada como un objeto o basura. Por razones políticas o existenciales, o por un oscuro motivo que aún no tiene nombre.

Siempre hay una llama encendida, por más perdido que se esté en el calabozo del hambre, la enfermedad o la soledad. Pero, cuando todo se reúne en el horror como un volcán a erupcionar, se extravía la capacidad para enfrentarlo y combatirlo. Entonces, el horror asalta las bases de la mente y esta puede precipitarse en locura, y la llama de la vela corre el riesgo de que el soplo del último aliento la apague. Hay gente que enloquece con sólo oír el ruido de la metralla y las bombas. Las guerras cambian a las gentes, pero también las largas esperas de la resolución del conflicto que hace morir de inanición a una nación. Por supuesto, alguien logra resistir y sobrevivir en la jungla del laberinto. Escapa, pero después se arranca la memoria para no recordar. Quizá por los contenidos luminosos de su alma, imposible de derrotar.

Porque tener conciencia de ser víctima no siempre garantiza la posibilidad de escapar de las garras de su victimario potencial: uno mismo. Sobre todo si la celda es un laberinto que se ha transferido a la psiquis y al cuerpo emocional. La depresión es un agobio que desconozco, pero conozco personas que no encuentra palabras para explicar ese calvario que los agobia. Más en un ciudad en ruinas. El amor aparece como una de las estrategias para ser libre pero, a veces, es convertido en un instrumento para hacer prisionero a una persona de alguien que lo maltrata y humilla con su indiferencia, o ausencia eterna. Es como la naciente del fanatismo. Es más fácil escapar de una dictadura que de una persona que nos cautiva desde el imposible o el más allá con su implacable degradación. Ese insumo con el cual se alimentan los totalitarismos. El amor tiene un poder que rebasa a la psicología que se usa para manipular y esclavizar. Por ello, muchos pueblos anulados de su condición individual, aman más al dictador que los sojuzga que a sus propias vidas.

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