Elliot Abrams, Mike Pompe, John Bolton
Elliot Abrams, Mike Pompeo y John Bolton llegaron reposicionando el tema en un marco geopolítico para lo cual se necesitaba una estrategia global.

En los últimos días se ha hecho patente que la lucha por la democracia y la libertad en Venezuela no es un tema local ni incluso regional sino de geopolítica global, que supone un enfrentamiento entre potencias y sus aliados en el continente.  Cada vez más se concurre en que el objetivo es neutralizar el castrochavismo como aliado a potencias extracontinentales.

‘Se acabó el pan de piquito’. La larga lucha que hemos tenido en Venezuela para liberarnos de las garras del castrochavismo ha pasado a otra dimensión.

Acéptenlo o no, hay que insistir en que el proceso electoral que impulsó la oposición por años nos llevó a la conquista de la Asamblea Nacional y que desde ese momento el juego cambió. Esto hizo posible que la comunidad internacional comenzara a preocuparse por nuestra situación pues, entre otras cosas, la AN era la representación legítima y constitucional de un poder electo que se oponía al régimen. Concomitantemente, en lo internacional jugaron otros procesos que se articularon al mencionado. Uno: la resaca de la marea rosada que había teñido al vecindario, es decir, Argentina y Brasil, entre otros gobiernos dejaron sus veleidades populistas/izquierditas; el otro, la elección de Luis Almagro en la Secretaría General de la OEA. Entonces, el Salón Simón Bolívar en Washington DC se convirtió en una caja de resonancia para que el mundo escuchara la crisis política, social y económica que padecíamos los venezolanos por culpa del régimen.

Sin duda, el cambio de gobierno en EEUU fue clave. Obama había tratado de torear el tema de Venezuela y solo lanzó unas sanciones presionado por el Congreso. Su objetivo era hacer las paces con Cuba. Trump se posicionó muy rápidamente a favor de la “libertad de los venezolanos” y comenzó a echar para atrás los acuerdos con La Habana y aumentar el número de funcionarios venezolanos sancionados. Ese 2017 fue clave. La OEA declaró la “violación del hilo constitucional” y se crea el Grupo de Lima frente a una OEA cuyos miembros —principalmente caribeños— se negaban a aplicar la Carta Democrática.

Pero lo que vino a dar un vuelco a todo fue la llegada de un grupo de ‘halcones’ a varios cargos relevantes en la administración Trump en 2018. Y con ellos se reposicionó el tema de Venezuela. Ya el asunto no era solo la dictadura y la violación de los derechos humanos o la crisis humanitaria que golpeaba a un país empobrecido y a la región. Mike Pompeo, John Bolton y Elliot Abrams llegaron reposicionando el tema en un marco geopolítico para lo cual se necesitaba una estrategia global.

Con ellos se comienza a actuar sobre la base de que el problema no es Maduro en Venezuela, sino que detrás o por encima de todo esto están los viejos actores de la Guerra Fría y sus aliados en la región: Cuba, Venezuela y Nicaragua. Para los nuevos ductores de la política internacional había que revivir la doctrina Monroe, esa cuya muerte había sido anunciada con bombos y platillos por el canciller de Obama, Joe Biden.

Es que desde G. W. Bush la presencia de EEUU en la región se había debilitado y varias potencias extrarregionales y sus aliados habían entrado de la mano del castrochavismo y comenzado a controlar ese patio (trasero). Obama fue más allá al ‘normalizar’ las relaciones y facilitar la incorporar de Cuba en la comunidad hemisférica.

Con Trump comienzan las sanciones duras pasando de las personales a las financieras en 2018. Las visitas a la región y las intervenciones públicas sobre el tema del vicepresidente Pence y de los halcones antes mencionados se hacen una rutina. Pero en 2019, tanto el Grupo de Lima como EEUU toman una posición más recia cuando se produce la usurpación y posteriormente Juan Guaidó asume la presidencia interina.

Entonces se desencadena un segundo gran cambio. La política de la comunidad democrática, al menos continental, pasa de focalizarse en Venezuela y su efecto en el vecindario ha de verse en el marco de una estrategia geopolítica que entiende que la solución del asunto de Venezuela está articulado a Cuba y también a Nicaragua y que esto a su vez es parte de una estrategia geopolítica de Rusia, China y otros aliados antinorteamericanos como Irán.

Ahora estamos en ese momento. Ya el asunto no es solo devolver la democracia y la prosperidad a Venezuela y aliviar el impacto de la crisis humanitaria dentro y fuera del país sino eliminar los focos del castrochavismo en la región y desarticular la influencia política de China, Rusia y sus aliados en la región.

Esta semana que termina apreciamos al menos tres hechos que muestran esta nueva estrategia: la declaración del Grupo de Lima, realizada luego de un viaje de Pompeo por la región, que señala directamente a Rusia, China, Cuba y Turquía como soportes del régimen de Maduro y habla de la presencia inconstitucional de fuerzas militares extranjeras en Venezuela (rusas y cubanas); las medidas directas sobre Cuba, particularmente la aplicación del Título III de la ley Helms-Burton, que permitirá llevar a juicio a los que han usufructuado propiedades confiscadas por los Castro en Cuba; y las dirigidas a “los bolsillos de la familia de Ortega, quienes continúan viviendo de la miseria del pueblo nicaragüense”. A esto hay que agregar las sanciones a barcos y compañías que facilitaban el envió de petróleo a Cuba desde Venezuela, impuestas la semana pasada.

Comienza no solo a entenderse sino a actuar considerando que el retorno a la democracia y prosperidad en Venezuela pasa por neutralizar el castrochavismo y la influencia de las potencias extracontinetales en la región y con esto, como dicen en inglés, estamos en un new ball game.

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