Maduro y el papa Francisco 1
«El Papa tiene una oración por Venezuela en el corazón», lo cual puede ser cierto, pero también lo es que no tuvo en su boca ninguna palabra condenatoria de la atroz dictadura que agobia nuestro país, ni de las demás supuestamente izquierdistas clavadas en América.

Perturba a los venezolanos el silencio cómplice de don Francisco (sí, así podría llamarse, porque no hay mucha diferencia con el popular farsante ─en el mejor sentido de la palabra─ de la TV). Su reserva origina muchos comentarios, los más frecuentes: ‘El papa nos traicion’, ‘Es comunista’, ‘Yo no confío en el papa’, ‘Detrás de ese silencio hay algo oculto’.

Algunos son lamentos adoloridos y llenos de ira hacia el Papa, sin que por ello renuncien a su fe. Corresponde a esta idea el de Valentina Párraga: «Cuando hablaste de los curas pederastas, rechazándolos y diciendo que debían pagar, abrí los ojos: ‘este vino a meter el dedo en la llaga, ¡bien por él!’ Cuando diste tus primeras declaraciones a favor de los homosexuales, aceptándolos también a ellos como hijos de Dios, me dije a mi misma: ‘…aquí hay una vaina especial’ y esta vez sí que me ilusioné» (…) «Así de ingenua y pendeja soy. O fui. Pero… Fuiste a Cuba… y no hiciste el menor gesto para atender a las damas de blanco: Esas mujeres devotas, que van por las calles con flores, y van a tus
iglesias a rezar por sus presos, y por su patria que lleva más de medio siglo soportando unos dictadores de mierda. En las puertas de tu propia iglesia estuvieron durmiendo tres devotas católicas, tres madres y esposas que claman justicia, y no les concediste una audiencia, que en cambio si la diste al dictador de mi país» (…) «Y esta es la hora que no has alzado tu voz de hombre de Dios, para exigirle a un gobierno criminal que detenga la masacre de nuestros muchachos». La autora remata su catilinaria en los siguientes términos: «Tú, que no eres más que una triste figura, un peronista vestido de blanco que vive en un parque temático del tiempo del opulento barroquismo de los Borgias. Tú, que no eres otra cosa que un comercial de pega para prótesis dentales. Tú no eres la iglesia, Jorge. La iglesia es mi fe en que ese Dios Misericordioso en el que creo, y mi Madre bendita del Valle, nos van a ayudar a salir de nuestra tragedia».

En efecto, Francisco se fue dejándonos un vago y esotérico mensaje, ni siquiera expuesto por él, sino a través de un vocero: «El Papa tiene una oración por Venezuela en el corazón», lo cual puede ser cierto, pero también lo es que no tuvo en su boca ninguna palabra condenatoria de la atroz dictadura que agobia nuestro país, ni de las demás supuestamente izquierdistas clavadas en América.

La impresión que uno se forma a partir de ese comportamiento nítidamente trazado en la cita anterior, y en el caso venezolano —más que ambiguo, francamente elusivo— es que el Vicario de Cristo pareciera empeñado en ganarse la antipatía de quienes respaldan la libertad y los derechos humanos y de los pueblos sometidos a gobiernos tiránicos. Por cuanto lo oculto conduce a la especulacíón, la hipótesis que se ha formado la gente es que ese desconcertante y lamentable ‘mirar para otro lado’ del Papa responde a afinidades ideológicas (apenas disimuladas) y a compromisos económicos turbios.

Habiendo sido criado en el contexto del catolicismo, una experiencia temprana quebrantó mi fe. Un día fui a la casa de un amiguito rico y me asombró una especie de diploma enorme, ornamentado, puesto en marco dorado, colgado en lugar privilegiado de la sala familiar. Pregunté a mi compañero sobre el impresionante objeto y él me respondió en tono reverencial: «Es una bula papal; por ella mi familia queda absuelta de pecados por los que uno va al infierno».

Bueno, más o menos eso fue lo que él dijo, hasta donde me ayuda la memoria de un acontecimiento ocurrido hace más de medio siglo; hoy entiendo que la explicación de mi amiguito era su interpretación de la Doctrina de las Indulgencias, un concepto de la teología cristiana católica que en su formulación actual consiste en que ciertas consecuencias del pecado, como la pena temporal del mismo, puedan ser objeto de perdón. La indulgencia exime de las penas de carácter temporal que de otro modo los fieles deberían purgar, sea durante su vida terrenal, sea luego de la muerte en el purgatorio.

En su forma original no se otorgaba a cambio de dinero, sino a partir de penitencias como dormir en un lecho de ortigas, participar en una procesión andando de rodillas, peregrinaciones y cosas semejantes. Con el correr del tiempo la Iglesia descubrió que era más productivo conceder indulgencias a cambio de bajarse de la mula. Y según sea el peso de la bolsa de la que aliviemos al sufrido animal, la indulgencia puede ser parcial, siendo escuálida, con lo cual sólo libera de parte de los pecados; o total, que garantiza la limpieza de todo pecado, siendo gorda la bolsa. El bolsa dispuesto a desembolsar puede adquirir indulgencias para sí mismo o para un ser querido difunto, que con mucha probabilidad estará tostándose en el purgatorio.

Las indulgencias desempeñaron en su momento un papel central en la historia del cristianismo. En el siglo XVI, los abusos y el tráfico económico al que dieron lugar constituyeron uno de los motivos por los que Martín Lutero se enfrentó a la Iglesia católica. Encolerizado por las actividades de un truhán predicador llamado Johann Tetzel, agente del pícaro Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Maguncia, reaccionó contra Roma; una querella que fue el origen de la Reforma.

Obviamente, esa información la adquirí mucho más tarde: en mis días infantiles ni idea tenía de ella; y no podía sacarme el asunto de mi mente. De modo que al regresar a mi casa lo primero que hice fue comentarlo a mi mamá. Mi sorpresa fue mayúscula, ¡mayor que mi impresión anterior!, al escuchar su respuesta: «Hijo, esas bulas hay que comprarlas… Y son muy caras». Razoné: O sea, que si uno paga lo que el Papa cobra, lo libera a uno de ese «infierno tan temido» al que se refiere santa Teresa en la primera cuarteta del célebre soneto: «No me mueve, mi Dios para quererte / el cielo que me tienes prometido. / Ni me mueve el infierno tan temido / para dejar por eso de ofenderte…»

Yo no sé si en pleno siglo XXI la práctica de vender bulas absolutorias de pecados sigue vigente. Pero el cobrar por dar indulgencias papales al parecer sí continúa. Claro, los beneficios modernos no son la absolución de pecados, sino el silencio, ‘mirar para otro lado’ y cosas semejantes; y se cancelan mediante formidables depósitos de dólares y euros en el Banco del Vaticano.

About The Author

Deja una respuesta