Héctor Torres
Torres: «En principio, podría decir que escribir es un impulso irrefrenable».

Héctor Torres es un narrador venezolano que ha explorado la novela, la crónica, el ensayo y recientemente el guion. Caracas, ciudad donde vive y donde escribe se ha convertido en escenario de sus historias signadas por la violencia y también por una especie de ternura salvaje.

Torres es una voz en medio de la hostilidad, que observa y narra las crónicas de una guerra no declarada . Actualmente es uno de los escritores venezolanos contemporáneos más destacados, que no sólo resalta por sus letras sino también por su labor como promotor literario. Esta conversación abarca su relación con la escritura, su exploración por distintas formas de narrativa y los proyectos en los cuales se encuentra trabajando actualmente.

“Para mí, escribir no es una cuestión de libre albedrío, es un acto de supervivencia”. Esto lo dijo Paul Auster. Para Héctor Torres ¿Qué es escribir?

En principio, podría decir que escribir es un impulso irrefrenable. Pero ese impulso tiene otra capa debajo. Y esa otra capa es una necesidad de poner orden en ese caos que está fuera de mí. La vida transcurre en tiempo real y no nos da tiempo de entender lo que estamos sintiendo y lo que hacemos en consecuencia con ello. Por eso, la posibilidad de escaparse de la cárcel del tiempo, siquiera parcialmente, siquiera virtualmente, para ensayar a comprender las energías subterráneas que mueven la vida, produce ese impulso de escribir. Pero luego descubro que ese ensayo de orden es, desde otro punto de vista, una subversión a un orden que desconocemos y al que nunca accederemos. Escribo, entonces, porque termino por resignarme a que nunca entenderé el orden secreto que rige la vida, por lo que ensayo uno propio, y trato de convencer al lector, siquiera por un instante, de que esa es la explicación que ni él ni yo tendremos nunca con total certeza.

En sus inicios como escritor, ¿Cuáles fueron sus mayores influencias literarias y de qué modo influyeron en su escritura?

He leído a infinidad de autores, porque no soy un lector muy fiel a ninguna voz. Siento que hay mucho por leer para dedicarme por entero a conocer la obra de alguien en particular. Pero hay autores que son como esos primeros amores, que tienen una música que no se olvida ni se vuelve a escuchar en otras voces: Jorge Luis Borges, que me enseñó toda la belleza que puede adquirir el lenguaje; Anton Chejov, que me enseñó el asombro ante la naturaleza humana, y Horacio Quiroga, quien me mostró el esplendor de narrar con vigor. Se trata de autores serenos y prodigiosos, que mostraban un dominio increíble del arte de escribir. Luego vinieron otros, como Poe y Cortázar. Y más acá, Raymond Carver, entre otros que han influido en mis supersticiones estéticas. Pero creo que los tres primeros me asomaron a un universo que me hizo descubrir la magia de las historias.

Siendo cuentista, novelista, cronista y promotor literario. ¿Con cuál de estas facetas se identifica más?

Es difícil porque, indistintamente del género, escribir historias es una tarea complicada que, con suerte, de vez en cuando produce resultados satisfactorios. A mí me interesa narrar, por sobre todas las cosas. Veo mucho cine, escucho mucha música. Para mí las historias tienen que poder ‘verse’ y en su lectura tiene que haber “música”. Mi ideal es que la gente recuerde una historia mía y no pueda precisar si la recuerda, si la vio, si fue una película o algo que le contaron. Es decir, la vida ajena, con ese misterio inagotable que posee, y la posibilidad de mantener al lector atrapado en eso que le estamos contando, para mí no tiene género, sino nivel de acabado. De hecho, en todos estoy tratando de desarrollar casi un mismo tono: cercano y musical. Y es tanto que no encuentro fronteras en narrar que ahora estoy haciendo guiones y espero algún día tener el tiempo para poder dedicarme también a componer canciones. Ahora lo de promotor y editor es un acto de amor hacia la literatura misma. Apoyar el trabajo ajeno, pulir un texto de otro hasta ayudar a que diga con más precisión eso que uno intuyó que quiso decir y que no terminaba de hacerlo, es parte del amor por la escritura. Pero también es un poderoso ejercicio del cual he aprendido mucho. En última instancia me interesan las emociones que mueven las historias y la música que hay en las palabras, indistintamente del género y del rol que me toque jugar en su producción.

Caracas Muerde (2012) es una de sus obras más reconocidas. ¿Caracas sigue mordiendo? ¿Acaso esta mordedura ya mutó en desgarro? ¿La herida será incurable?

No, no es incurable. Todo tiene un porqué y toda historia dibuja un arco que tiene mucha coherencia en sí misma. Lo que pasa es que la modesta extensión de nuestra vida nos hace sentir que las cosas se nos vienen encima y que nos arroparán y que no tiene fin, pero es porque nuestra vida es muy pequeña en comparación con la vida de las naciones. Lo que creo es que no debemos aferrarnos tanto a nuestros momentos históricos. Toca vivirlos, porque estamos inmersos en ellos, pero nunca debemos olvidar que también tenemos una vida íntima que es irrenunciable y atenderla es nuestro principal deber. Luego, tocará ver qué nos toca aprender del momento en que estamos inmersos. Pero esta ciudad siempre da motivos para tener fe. Siempre encuentro en ella momentos de esplendor, de redención. La belleza nunca nos abandona del todo, somos nosotros los que renunciamos a ella por afanarnos en pretender conocer y avizorar y adelantarnos a hechos que no está en nuestras manos cambiar.

¿Qué ha cambiado desde el escenario de Caracas Muerde (2012) hasta el ambiente más actual de La vida feroz (2016)? ¿Qué ha permanecido?

Bueno, muchas cosas han cambiado. O, más bien, se han acelerado, como si los tiempos se acortaran. La función histórica que vino a cumplir el chavismo (acabar con un escenario para que de esas cenizas nazca el que vendrá a continuación) se acelera y eso se nota de forma clara en estos últimos cuatro años. Lo que en Caracas muerde ya parecía apocalíptico hoy por hoy es casi una estampa costumbrista. Pero hay cosas que permanecen. La vida insiste. Y el amor, a pesar de que mucha gente no lo vea. Y la belleza de lo natural, que es algo que no hicimos los venezolanos pero que tampoco pudimos destruir. Todavía uno puede caminar por ciertas calles a ciertas horas y se encontrará con la cara más amable de los caraqueños. El caraqueño sonríe, es afable y da las gracias. Todavía. Y un pueblo que no ha olvidado esa palabra nunca estará perdido del todo.

¿Cómo escribir y crear espacios en torno a la literatura en una de las ciudades más violentas del mundo?

Quizá precisamente por eso —en lugar de a pesar de eso— es que se sigue haciendo literatura y se vuelve un imperativo la creación de espacios para su cultivo. La gente con sed necesita agua. El sediento de paz, de belleza, necesita de espacios donde encontrarla. No solo hay premios literarios que se mantienen vivos pese a la crisis, sino que nacen otros nuevos. Y acaban de crear La Poeteca, que es un espacio solo para leer poesía. Eso, lejos de parecer absurdo, es de las cosas más coherentes que han pasado en los últimos tiempos. Además, los talleres literarios siempre tienen demanda. En momentos de agitación, de incertidumbre, de angustia, los espacios para que el alma encuentre reposo son necesidades espirituales muy apremiantes. Lo mismo aplica para la escritura. Si no hay un mínimo de sosiego afuera, la gente busca ese momento en que viaja hacia adentro para encontrar allí lo que no le da el entorno. Cuenta Andrew Solomon que en 1988 viajó a Moscú para entrevistar a artistas en la clandestinidad soviética, y que cuando esperaba encontrar obras de fuerte contenido político, encontró que su radicalismo consistía en “reinsertar humanidad en una sociedad que se estaba aniquilando a sí misma”. En sociedades convulsas, la creación artística es una imperiosa necesidad.

¿Qué le diría a un joven con ganas de ser escritor que se debate entre serlo y no serlo? ¿Cómo afrontar los rechazos literarios?

Que de su capacidad de soportar los rechazos dependerá su capacidad de crear una obra. Si algo exige disciplina espiritual es crear un universo donde no hay nada. Sin templanza, disciplina y tesón nadie lo haría porque es arduo y complicado. Sería una empresa destinada al fracaso, porque un buen texto se corrige ocho, nueve, diez veces hasta que adquiere el tono adecuado, hasta que la atmósfera se apodera del lector, hasta que la historia que se cuenta resulte indiscutible de lo verosímil que está hecha. Y eso no se hace si no se tiene una tozudez a prueba de rechazos. Escribir es una actividad solitaria en la que uno debe tomar decenas de decisiones en cada historia. Si uno no desarrolla la capacidad de disfrutar de su soledad, de creer en sus decisiones y de hacerse su propia visión del mundo, no produce nada de valor.

Coordina el Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores ¿Cómo ha sido esta experiencia para usted? ¿Cuál es el rasgo que predomina en la joven narrativa venezolana?

Me cuesta determinar un patrón. Hay años de años. La juventud es breve y la construcción de una voz propia es lenta. Entonces, cuando ciertos nombres empiezan a hacerse visibles, muy pronto dejan de ser “jóvenes escritores”. Pero lo que sí es cierto es que cada edición del premio refleja el espíritu que vive el país en cada ocasión. La desesperanza, la evasión, la rabia, la necesidad de belleza de cada momento están presentes en las historias destacadas de cada edición.

¿En qué proyectos está trabajando actualmente?

Además de dedicar mucho tiempo a La vida de nos, que es el portal que edito junto a la periodista Albor Rodríguez, estoy trabajando en guiones (hice el guion de Caracas muerde junto a Lucas García y a Luis Alberto Lamata; así como, junto a Roberto Gutiérrez, el guion de Lucy, que es un corto que está participando en el Festival de Cine de Shanghai en estos días; y de algunos otros guiones de corto) y terminando una novela. Pero también tengo, en diversas etapas de su desarrollo, un libro de ensayos sobre narrativas personales, un libro de cuentos y uno de crónicas autorreferenciales.

En un futuro, si la situación de Venezuela cambiase (para mejor), ¿le gustaría escribir las crónicas de una nueva Caracas, lejos de la ferocidad y la adversidad? De ser así ¿Cómo se llamaría ese libro?

Sé que eventualmente cambiará, pero no sé si me animaría a escribirlo y menos aún me atrevería a imaginarle un título: creo que el título lo susurra la obra misma en algún punto de su gestación. Lo que sí es cierto es que esa nueva Caracas estará, inevitablemente presente, en todo lo que escriba entonces, porque aún sin proponérnoslo, siempre estamos escribiendo acerca del mundo que nos circunda.

Sobre el autor:

Foto Jesús Contreras
Foto: Jesús Contreras.

Héctor Torres (Caracas, 1968). Narrador y editor. Autor de los libros de cuentos El amor en tres platos (2007) y El regalo de Pandora (2011), de la novela La huella del bisonte (2008) -finalista de la Bienal Adriano González León 2006-, y de los libros de crónicas Caracas muerde (2012), Objetos no declarados (2014) y La vida feroz (2016). Edita, junto a Albor Rodríguez, www.lavidadenos.com. Fue cofundador y director (en 1999) de Ficción Breve Venezolana (www.ficcionbreve.org). Coordinó, junto a la novelista Ana Teresa Torres, la Semana de la Nueva Narrativa Urbana (2005-2010) y coordina (desde 2006) el Premio de Cuento Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores. También fue el creador del Premio de la Crítica a la Novela del Año, organizado por Ficción Breve Venezolana.

Web: www.hectorres.xyz
Twitter: @hectorres

Publicado originalmente en https://liberoamerica.com

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