Yo, Tonya
En manos de Margot Robbie, Tonya Harding es un personaje lleno de contradicciones, marcado por los abusos de su entorno y por su limitada preparación ante la vida.

¿Quién? Detrás de las cámaras de Yo, Tonya está Craig Gillespie, uno de esos artesanos que acatan las órdenes de Hollywood y que lo mismo valen para una cinta de terror (Noche de miedo), una comedia deportiva (Cuestión de pelotas) o un drama de catástrofes (La hora decisiva). Con la adaptación de la historia de Tonya Harding, el director aspira a conseguir su mayor triunfo desde Lars y una chica de verdad, una reivindicable joya independiente que estuvo a punto de dar su segunda nominación al Oscar a Ryan Gosling.

¿De qué va? Yo, Tonya aborda uno de los mayores escándalos en la historia del deporte estadounidense. Tonya Harding (Margot Robbie) era una de las patinadoras más prometedoras de Estados Unidos, pero su rivalidad con su compatriota Nancy Kerrigan (Caitlin Carver) amenazaba sus posibilidades de cara a los Juegos Olímpicos de Lillehammer. Poco antes del inicio de la competición, Kerrigan es agredida y la sombra de la sospecha cae sobre el entorno de Tonya, desde su ex marido Jeff Gillooly (Sebastian Stan) hasta su guardaespaldas, Shawn Eckhardt (Paul Walter Hauser).

¿Y qué tal? Independientemente de lo que pase con el Premio del Público, Yo, Tonya se irá de Toronto con la certeza de ser la premiere mundial más alabada y debatida de la 42 edición del festival. Nadie tenía muy claro qué podía esperar de la película que aclararía, en teoría, todas las dudas que todavía tenía el gran público sobre la fascinante historia de ascenso y caída de Tonya Harding. Una historia así podía acabar convertida en una buena película o en un telefilme de segunda, pero el original y negrísimo enfoque del guion de Steven Rogers (un escritor cuyos guiones más famosos hasta ahora pertenecían a Kate & Leopold y Quédate a mi lado) convierten a Yo, Tonya en una de esas películas que dignifica y eleva el cine basado en hechos reales. Si Breathe y Stronger eran incapaces de salirse del camino preestablecido por docenas de películas exactamente iguales entrenadas antes, la película de Craig Gillespie no deja de sorprender a la audiencia con una serie de decisiones brillantes y arriesgadas.

Yo, Tonya está contada en formato de falso documental, en el que la propia Tonya Harding explica cuál fue su historia con la ayuda de su ex marido, el gañán de su ex guardaespaldas y su abusiva madre, con la que siempre mantuvo una relación explosiva. El juego no acaba ahí: en algunos momentos del relato, los protagonistas rompen la cuarta pared para hacer comentarios o preguntas a la audiencia. El tono, a medio camino del biopic, la comedia negra y el drama de una familia disfuncional, es el aspecto más meritorio, audaz y, en algunos casos, cuestionado del filme. A pesar de que las críticas fueron abrumadoramente positivas, también se alzaron algunas voces críticas con, por ejemplo, la decisión de Gillepsie de acompañar una escena en la que se muestran los malos tratos que recibe Harding con el uso del clásico Can you mend a broken heart?, de Al Green. La discusión sobre la frivolidad de algunos pasajes de la historia está abierta, pero lo que es indudable es que el filme reinvidica la humanidad de un personaje impulsivo, abusado y arrebatador como Harding mientras responsabiliza a los medios y la sociedad norteamericana de su papel en la historia, y a las instituciones deportivas del clasista trato que se dio a la patinadora en su carrera.

El triunfo de Yo, Tonya no se entendería sin el extraordinario trabajo de sus protagonistas. Sebastian Stan sabe aportar carisma y caos a Jeff Gillooly, pero el espectáculo pertenece a dos mujeres extraordinarias. Margot Robbie no esperó a que Hollywood decidiera qué quería hacer con ella. La gran revelación de El lobo de Wall Street quería ser algo más que la Harley Quinn de Escuadrón suicida o la acompañante de Will Smith en Focus y, con poco más de 24 años, empezó a desarrollar como productora el que puede acabar siendo el papel de su vida. En manos de la australiana, Tonya Harding es un personaje lleno de contradicciones, marcado por los abusos de su entorno y por su limitada preparación ante la vida. «Me convertisteis en una heroína durante un minuto. Después fui la mala y al final me quedé en un chiste», lamenta en un momento de la historia. Junto a Robbie destaca una impresionante Allison Janney como la retorcida y manipuladora LaVona Golden, la madre de Tonya. La actriz regala al público una villana fascinante que la colocó entre las favoritas al Oscar a la mejor actriz de reparto. Y lo ganó. Era cuestión de tiempo para Janney, una actriz superlativa que solo necesitaba un gran papel en una película para demostrar por qué es una de las actrices más respetadas de la profesión. La ganadora de siete premios Emmy y musa de Aaron Sorkin siempre ha sido una robaescenas, pero aquí lo lleva hasta un nuevo nivel. Ya sea en la falsa entrevista, en los flashbacks de la infancia de la deportista o en su primer encuentro tras el escándalo, Janney aprovecha cada una de sus intervenciones en una interpretación que ya es icónica.

Tenía muchos elementos para convertirse en un producto morboso y anecdótico, pero Yo, Tonya se erige finalmente como un trepidante ejercicio cinematográfico de primer orden en el que el ingenio de la narración y la empatía hacia Harding son considerados igual de importantes para sus responsables. Imprescindible.

Yo, Tonya se exhibe en el Cinecelar3 en su ciclo Películas el Oscar. A las 4:00 pm y 6:00 pm.

Publicado originalmente en www.fotogramas.es

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