Oscar Pérez
Nadie podrá olvidar el sacrificio de Oscar Pérez.

Especial para Ideas de Babel. En una dictadura totalitaria, ocuparse de solo sobrevivir en el transcurrir de la existencia reduce progresivamente la capacidad de pensar políticamente. Porque la sobrevivencia no es una manera de luchar por la libertad, sino la peor manera de mantenerse en el estadio que la niega.

En el espectro totalitario el sobreviviente se convierte en un desnutrido en el orden físico, psíquico y espiritual. La resignación y la depresión lo conduce. Sin percatarse, el sobreviviente abandona el orden racional e imaginativo y sucumbe al instinto primitivo que lo impulsa a actuar como un obseso, y que es el único patrón de conducta que  le garantiza sobrevivir, no vivir. Comienza a desterrar la ira de la rebelión porque teme que las migajas que le ofrece la dictadura, en infinitas colas y trámites burocráticos, se las nieguen cuando le toque el turno de recibirlas, previo al censo donde es obligado a anotarse por necesidad, para que luego lo vejen y desprecien escupiéndole la cara. Los niños, ancianos y enfermos terminales, son las víctimas más dilectas del poder totalitario a la hora de la tortura y el sufrimiento. Justo cuando se va la luz  en los hospitales y se detiene la bombona de oxigeno y la morfina desaparece. En  la dictadura venezolana actual, el carnet de la patria se ha convertido, para muchos sobrevivientes, en una manera de escapar de la muerte absoluta. El sobreviviente prefiere la muerte relativa, que  lenta y silente lo devora a dentelladas en la cotidianidad, que se hace infinita en la espera sin sentido.

En cambio, en las guerras, los sobrevivientes que luchan en las trincheras guardan la esperanza de que serán salvados del fragor de las batallas, porque la épica donde están inmersos forma parte de una táctica y una estrategia no sólo militar, por igual política. Bien pensada y macerada por la inteligencia de los mejores. En una guerra un soldado no se siente completamente desamparado. Opone  el coraje de su  lucha a la rendición. La vida a la muerte. El espíritu de solidaridad y compasión se reserva hasta el final del combate, y pocos soldados abandonan a su compañero de pelotón. Paradójicamente, en la dictadura totalitaria, en las ciudades la sobrevivencia propicia un individualismo extremo, con una carga de egoísmo vecinal, que hace olvidar al semejante y, muchas veces, a los propios sobrevivientes más desvalidos como enemigos que estorban a su fines mezquinos. Olvidando que el enemigo potencial se haya en la esfera del alto poder de la dictadura totalitaria. Esto ocurre cuando el sobreviviente se ha convertido en parte de una manada que deambula en el desierto de la disociación. Sobre todo, cuando no existen organizaciones políticas y líderes que  propicien una brújula  apropiada para salir del infierno.

La realidad del sobreviviente se vuelve más trágica cuando se agotan los pocos insumos que logran paliar la propia sobrevivencia. Comida, medicina y hasta la propia basura que tragan algunos. El gobierno forajido argumenta la cínica razón de que la escasez se debe al bloqueo económico, y no por la certeza de su conducta delictiva y  criminal: narcotráfico, corrupción y crímenes de lesa humanidad. Una de las más macabras estrategias de la dictadura totalitaria es destruir el espíritu humano de la sociedad de un país. Transformar en accidental costumbre el racionamiento del agua, la electricidad, el gas, etcétera. Una costumbre que, sin aviso previo, ha ido anulando el estupor del consumidor, porque la dictadura, asimismo, elimina la información comunicacional vital para contrastar y comprender, pasa con la suspensión del Internet. Venezuela es el país más aislado dentro de sí mismo. La gente habla tanto del horror, pero de una sola forma, que lo banaliza. En la madrugada se oyen los gritos más desgarradores. En Venezuela la gente se exilia para buscar a su patria en otra parte. El agobio es muy grande para vivir en este territorio que una vez fue la tierra de gracia, que besaron los labios más hermosos. Al extremo que nadie llega a saber de la verdadera existencia del otro. La movilización de una ciudad a otra es imposible. Los costos y la carencia de transportes públicos lo imposibilitan. Así los vínculos se alejan en el espejismo y los afectos se desvanecen con los años. Hasta una llamada telefónica se ha vuelto un imposible. Si se agoniza, hay que caminar largas avenidas, rogando llegar vivo a un oscuro y desabastecido hospital. Ya no hay ataúd donde enterrar a nuestros muertos. Las cenizas son la mejor memoria. Dijo un campesino que se vio obligado a quemar el cadáver de su hijo.

El error más grande de las organizaciones políticas en Venezuela, bajo la bandera de la Unidad Democrática contra la dictadura, fue haber abusado de la paciencia del pueblo venezolano. Haberlo hecho esperar demasiado. Más al poner este sus muertos y héroes. Nadie podrá olvidar el sacrificio de Oscar Pérez. Creyó la Unidad Democrática que con el apoyo internacional de los Estados Unidos, La Comunidad Europea, los países de la región latinoamericana, era más que suficiente para forzar la salida de los actores que conducen la dictadura totalitaria en Venezuela. Un error táctico y estratégico que un político como Winston Churchill jamás hubiera llegado a cometer. Ventajosamente la dictadura venezolana optó por vender la idea a grandes potencias mundiales en pleno expansionismo político y económico actual por América Latina, como China y Rusia, de que su gobierno era también un sobreviviente de la nostalgia del socialismo que ellos aún preservan en su simiente, y que la misma necesitaba la ayuda para redimir a los pobres de la tierra, aunque por una vía más original, así implicara la destrucción de su propio pueblo: el socialismo del siglo XXI. Sumando alianza con organizaciones terroristas alimentadas por Irán. La intervención de Rusia en Siria le fue esperanzadora al gobierno venezolano, mucho más al saber que la fiscal ante el tribunal de la Haya, Fatou Bensouda, existe como representante de una añeja dictadura que no permitiría adelantar un juicio contra una similar dictadura, y menos una condena a los jerarcas de la revolución bolivariana. No olvidemos que en el pasado siglo XX, la guerra de los Balcanes, las matanzas de Ruanda y Somalia, fueron discutidas hasta el agotamiento en impotentes diálogos (y en secretos intereses) en el espacio de la diplomacia del derecho internacional, hasta que el horror de esos pueblos sucumbió en el corazón de las tinieblas.

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