el-tinte-de-la-fama-1.png¿Cuántas vidas pueden existir bajo un mismo rostro? ¿Qué tienen en común Norma Jean Baker, la deslumbrante Marilyn Monroe que ha alimentado una mitologí­a con rasgos de tragedia, y Magaly Herrera, una ilustre desconocida casi en pobreza crí­tica que vive con Arturo, su marido, en algún barrio de Caracas? Lo único que las une es que viven una vida ajena, impuesta desde afuera, con objetivos comerciales y sin control de su soberanía personal. Magaly, a instancias de Arturo, mánager de artistas fracasados, participa en un concurso de televisión que busca elegir la doble de Marilyn, con un premio de 25 mil dólares. En el camino surge Héctor, un travesti­ que se considera la verdadera reencarnación de la actriz y cada noche pasea su peluca platino y su fabuloso vestido blanco por las calles del barrio. Tal es el punto de partida dramático de El tinte de la fama, ópera prima de Alejandro Bellame que escudriña en los pliegues de la frustración para mostrar una enajenación patética de los tres personajes principales.

A mediados de los noventa, Bellame dirigió Fosa común, un cortometraje extremadamente interesante sobre dos personajes de clases sociales muy distintas —un parlamentario y una mujer del barrio— que coinciden alrededor de un mismo interés: encontrar a sus respectivos hijos desaparecidos en los sucesos del 27 de febrero de 1989. Obra de atmósferas, de emociones, de dolor, atrapó la dimensión í­ntima de aquel drama colectivo. En cambio, en su primer largometraje, Bellame no establece contrastes sociales sino centra su atención en unos seres que están dispuestos a todo con tal de escapar de un ambiente hostil. De eso se trata: de escapar de la miseria, de la inseguridad, de la ausencia de futuro. Huir hacia adelante en un mundo sin oportunidades.

Film urbano y popular, El tinte de la fama expresa una patología social y a la vez individual. Magaly es una muchacha como muchas, dispuesta a trabajar en cualquier lugar, a cultivar sus amigos, a vivir su amor con Arturo. En cambio este es un hombre desesperado, más bien aterrado, cuya única obsesión es ganar una suma de dinero para asegurar el futuro. Para colmo, están apunto de desalojarlos del apartamento donde viven. El tono dramático del film lo define inicialmente el gordo Tony —el amigo tenor, vecino del edificio, que concursa como doble de Pavarotti— con una decisión drástica. Un poco más allá, un par de ancianos desalojados abandonan a su perro dentro del apartamento. En realidad, todos son prisioneros. El único que escapa a esa prisión es Héctor, el travesti­ que construye su propio mundo como una ficción que también le ayuda a escapar de la realidad.

La dirección de Bellame trabaja muy bien las atmósferas y en varios momentos es tan importante lo que se dice, se hace, se grita o se calla en la trama como el ambiente que rodea la acción. Ofrece una comprensión íntima de sus personajes, lo cual permite que una historia lineal fluya con naturalidad. Salvo uno o dos momentos —el concurso de televisión, un tanto estereotipado, o la ‘maldad de clase’ del empresario— que no opacan la calidad del film, el realizador debutante alcanzó un nivel expresivo importante.

La médula del guión de Armando Coll, Alberto Gómez Díaz y el propio Bellame se desarrolla alrededor de los conflictos generados entre Magaly y Arturo pero adquiere mayor vigor cuando propicia las crisis personales al borde del abismo. De Magaly conocemos mucho más que de Arturo. Sabemos, por ejemplo, que su madre está recluida en un centro psiquiá¡trico y que su madrina —cuidadora de su madre— padece de cierta lupopatí­a. Sabemos que es solidaria con Tony, con el perro del vecino, con su madrina pobre y que no le gustan los actos sociales. En cambio, Arturo se presenta como un personaje más críptico: un músico frustrado que está dispuesto a vender su guitarra y su volkswagen para que Magaly se convierta en Norma Jean Baker. El proceso de identificación con Marilyn desencadena situaciones personales entre Magaly y Arturo. Como catalizador interviene Héctor, quien suministra el ‘conocimiento’ como factor fundamental de la transformación enajenante. Ofrece la preceptiva básica de una mitologí­a trágica. Cuando Magaly canta happy birthday, Mr. President pone de relieve su capacidad de encanto, pero también, de su perdición psíquica. Esta capacidad histriónica conduce a un final que sorprende en su resolución, sin incurrir en los facilismos del happy end.

Aunque el trabajo interpretativo en general es compacto y homogéneo, la actuación de Elaiza Gil adquiere un espacio propio y un dominio preciso del personaje de Magaly. Su registro emocional es amplio, convincente, pleno. A su lado, Alberto Alifa dota de relieve a un personaje que padece su propia tragedia, Miguel Ferrari edifica con éxito a Héctor, sin dejarse tentar por los estereotipos del travesti­, y Mirtha Borges levanta con efectividad una madrina que explica los orígenes populares y criollos de Magaly.

De los valores de la producción —liderada por Liz Mago— destacan la fotografía de Francisco Gozon, prolija, cuidada y muy urbana; el montaje del coguionista Alberto Gómez Díaz, con un ritmo que se hace más compacto y expresivo en la segunda mitad del film; y la música de Julio D’Escrivan, que evoca parcialmente Una furtiva lacrima de L’Elisir d’amore de Gaetano Donizetti, y el tema que le valió un Oscar a Ernest Gold en Éxodo (1960) del maestro Otto Preminger. Este segundo film venezolano que se estrena este año parece prefigurar un resurgimiento del cine nacional. Aleluya.

El TINTE DE LA FAMA, Venezuela, 2008. Dirección: Alejandro Bellame. Guion: Armando Coll, Alberto Gómez Díaz y Alejandro Bellame. Producción: Liz Mago. Fotografía: Francisco Gozon. Montaje: Alberto Gómez Díaz. Sonido: Franklin Hernández. Música: Julio D’Escrivan. Elenco: Elaiza Gil, Alberto Alifa, Miguel Ferrari, Johanna Morales, Mirtha Borges, Luis Chataing, Oscar Molinari, Irabé Seguía, Ví­ctor Manuel López, Yugui López. Distribución: Cinematográfica Blancica.

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