Fiódor Dostoievski
Dostoievski resucita a Dios en un acto de prestidigitación memorable que no deja de agradecerse.

Crimen y castigo es un clásico. Y ya se sabe que los clásicos son más citados que leídos. Lo cual no honra a los que fingen haberlo hecho pero sí hace que Dostoievsky y su obra pasen a ser objeto de inquietud intelectual aunque solo sea para asomarse a resúmenes y opiniones periféricas.

Estamos ante un hito cultural, una obra maestra y saber por qué es parte del encanto con que nos seduce. Se trata de la primera novela que usa a la ciudad moderna como protagonista de su historia. Ya sabemos que Raskolnikov, ese atormentado estudiante devenido en asesino de una usurera es el desgraciado héroe de esta historia. Pero sin el drama urbano que impúdicamente exhibe San Petersburgo ante sus habitantes y que pasa al lector en la descripción de sus tabernas inmundas, sus calles malolientes, sus cuartuchos sórdidos; sin ese sofoco del aire viciado de la ciudad podrida el destino de Raskolnikov hubiera sido otro. La ciudad es un escenario que ataca los nervios, el ambiente externo oprime los decorados internos y estos terminan por envilecer las almas. La de Raskolnikov, particularmente; tan poblada de basura como su cuerpo. La ciudad se erige como símbolo caótico de la degradación humana, de la pesadilla social que ha supuesto el abandono del campo y la industrialización enajenante.

También se inaugura la controversia sobre el hombre nuevo, en las antípodas del superhombre nietzschiano puesto que la novela revelará que la tragedia del nihilismo y el asesinato de Dios no contribuyen a engrandecer el intelecto, ni nos hacen sentir por encima de la naturaleza ordinaria. La idea de que la moral es para los mediocres resulta ser un enunciado arrogante y vano: la espiritualidad le gana la batalla a la experiencia racional y traspasar límites para alcanzar la categoría de superhombres solo conduce al sufrimiento más negro. A Raskolnikov lo salva la fe, la religión, las creencias profundamente místicas. El amor cristiano arrasa con la elucubración racional. Y, dentro de la novela, al menos, convence.

La concepción formal de la novela es una innovación de estilo en varios aspectos. A pesar de lo sórdido de la ambientación, de que el único paisaje está amueblado de pobreza y miseria, de que el determinismo marca irreductiblemente a los personajes por moverse entre la embriaguez, la prostitución y todas la corrupción posible no podemos clasificarla como una novela naturalista por el significado psicológico que alcanzan esos elementos. La elección de la conciencia como la perspectiva desde la que se cuenta la historia anula el interés científico y la pretensión sociológica del naturalismo. Originalmente Dostoievski concibió la novela como una confesión retrospectiva de Raskolnikov. Suponemos que descartó la idea por carecer de tensión. Desde la mente del protagonista se narra lo que sucede adentro y afuera, casi como un monólogo interior constante.

Crimen y Castigo inaugura lo que se conocerá como novela polifónica. Se dan cita en ella voces y conciencias independientes e inconfundibles, que tienen vida propia y no están sometidas al gobierno único del narrador. El diálogo surge abundantemente como la expresión que corresponde a los ciudadanos de las urbes que usan los espacios públicos (mercados, tabernas, oficinas) o privados (salones, habitaciones, pasillos) para decir, contar, expresar lo que bulle en sus mentes. El hombre citadino necesita comunicar, comunicarse. Ya no lo acompaña la naturaleza, ni siquiera su propia naturaleza que ha ido huyendo de él ante el artificio impuesto por el nuevo mundo mecanizado. De esa forma se busca en el encuentro con los otros, ya que el encuentro consigo mismo es aterrador. Las voces ajenas acallarán o servirán de coro complaciente a la propia voz que se justifica repetidamente para soportar la carga de mal que posee.

Crimen y castigo
Originalmente Dostoievski concibió la novela como una confesión retrospectiva de Raskolnikov.

El mayor valor que porta la novela es haber iniciado el camino de la novela psicológica. En Crimen y castigo asistimos al desgarramiento de un alma frente al terrible dilema de la libertad vivida como conflicto. Imprevisibles e irracionales, los hombres no se entienden a sí mismos, son un problema para sí mismos y dentro de ellos coexisten fuerzas incoherentes que abarcan lo misterioso, lo extraño, lo demoníaco, lo abismal junto a lo sublime. Vemos en Raskolnikov un alma consciente de su desacuerdo, una víctima de sus contradicciones que sufre y se asombra de sus ambivalencias: dentro de él pelea lo que debe hacer con lo que quiere hacer, con lo que se puede hacer y con lo que no se puede hacer. El torbellino mental y emocional de Raskolnikov se nos muestra con todo su arrastre y nos permite conocer sus dudas, vacilaciones y batallas internas.

La razón no ha podido salvarlo de sí mismo, nada puede hacerlo, salvo la inocencia de un alma pura que le tiende la mano hacia la espiritualidad. El superhombre que crea sus propios valores, prescindiendo de la moral normada, de la ley social impuesta y de la moral religiosa sucumbe ante el vacío y la soledad porque no encuentra asideros que lo sostengan. Extraviado en su laberinto se aferra al consuelo de lo sagrado que le llega desde  la pureza de una mujer que ha tenido que vender su cuerpo para subsistir, pero que conserva intacta la belleza de su alma. Es así como Sonia redime a Raskolnikov, le pide que se entregue, que haga valer el ideal de justicia, que pague su deuda moral con la naturaleza y ella como emblema de santidad lo estará esperando al final de su condena. Y así el final feliz pasa por el  túnel de la ley: Raskolnikov cumplirá la condena estipulada por el orden social, ofrecerá su alma en meditación al orden religioso para hacerse merecedor del perdón civil y divino. Solo así se recuperará a sí mismo y recibirá el premio mayor: el amor de una mujer virtuosa y la paz de su conciencia. Sin duda, una concepción romántica de la vida que echa por tierra la pretensión de que podamos vivir fuera de los límites trazados por el entorno social. Dostoievski resucita a Dios en un acto de prestidigitación memorable que no deja de agradecerse.

 

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