The Last Jedi
‘Star Wars: The Last Jedi’ es la película más controvertida de la franquicia y cambia el destino de la saga para siempre.

Por más que queramos resistirnos, las cosas deben cambiar. Todo lo que no se transforma está condenado a morir y, por supuesto, las sagas no son una excepción a esta regla.

Vivimos en una época donde, paradójicamente, queremos estar en el futuro, pero añoramos a cada instante el pasado. El auge de los remakes, reboots, spin-off, secuelas y precuelas de la última década confirma la saudade que signa nuestro presente y que, muchas veces, nubla nuestro juicio como espectadores. El público se balancea entre la comodidad del lugar seguro que el pasado le evoca y la necesidad de nuevas historias e impulsos. Una cuerda floja en la que transitó con maestría J.J. Abrams en 2015 cuando estrenó Star Wars: The Force Awakens, un homenaje a la saga original que tendió un puente entre los fans y los nuevos seguidores. Aunque Abrams levantó algunas críticas por lo tradicional de su propuesta, la taquilla fue un éxito y acto seguido le pasó la batuta creativa a Rian Johnson como guionista y director de la siguiente entrega. Dos años después, el sucesor cumplió con aquello que tanto esperaban los fans: una verdadera ruptura en el canon de George Lucas. Un cambio tan radical que ha dividido por completo a todos. Sacrilegio para algunos, vanguardia para otros, para bien o para mal, Star Wars: The Last Jedi es la película más controvertida de la franquicia y que cambia el destino de la saga para siempre.

Star Wars: The Last Jedi está ubicada poco tiempo después de Star Wars: The Force Awakens. A diferencia de su predecesora, (que se centraba en Finn y Rey persiguiendo un objetivo bastante claro), Johnson decide complicar las cosas, separando las historias y desarrollando tres líneas narrativas con intensidades diferentes. En primer lugar, tenemos a Rey (Daisy Ridley) encontrándose con el mítico Jedi Luke Skywalker (Mark Hamill), implorándole que la entrene y la ayude a luchar contra la Primera Orden (el movimiento militar que desea tomar el control de la galaxia). En paralelo, el Líder Supremo Snoke (Andy Serkis), comandante de la Primera Orden, junto con su discípulo Kylo Ren (Adam Driver) dirigen un ataque sin cuartel que tiene en jaque a los Rebeldes en el medio del espacio. Por otro lado, Leia Organa (Carrie Fisher) lidera la resistencia para que aguanten los embates del ejercito de la Primera Orden, mientras que su piloto estrella, Poe Dameron (Oscar Isaac), desobedece todos los mandatos de sus superiores, intentando de forma precipitada enfrentarse a una flota de enemigos que los superan. Por último, Finn (John Boyega), un stormtrooper desertor y héroe de la resistencia, junto con Rose (Kelly Marie Tran), una mecánica bastante naive, se embarca en una misión que puede ser la clave para que los Rebeldes sobrevivan a los ataques desmedidos del Líder Supremo Snoke.

Iconoclasta —por más intelectual que pueda sonar— es la palabra que mejor define Star Wars: The Last Jedi. Rian Johnson escribió y dirigió una película que marca un cisma en el universo de la saga. Un ejercicio que se nos presenta extremo cuando se compara con su predecesora, pero que, en el fondo, tiene más en común con ella de lo que parece. Así como Star Wars: The Force Awakens guardaba una estrecha relación con Star Wars: A New Hope (por su premisa, algunos gags, catch phrases, escenas, lugares, personajes emblemáticos, homenajes, estética), Star Wars: The Last Jedi toma bastante de Star Wars: The Empire Strikes Back. Viéndolo con cabeza fría, el entrenamiento fallido de Rey emula al de Luke con Yoda, la traición de DJ (Benicio Del Toro) es idéntica a la de Lando Calrissian, el planeta Crait que nos recuerda a Hoth, de hecho, hasta las palabras de Kylo Ren a Rey cuando vencen a Snoke copian las de Darth Vader a Luke (“únete a mí, juntos reinaremos la galaxia”)… por solo nombrar unas de las muchas similitudes entre ambas películas… pero, a diferencia de Abrams, Johnson no se apalanca en los landmarks de la serie para apelar a la nostalgia, al contrario, los usa para destruirlos y reconstruirlos a su antojo, dándonos una película muy diferente a las anteriores (tanto en historia como en puesta en escena, ritmo, registro dramático, cinematografía y estética).

No es casualidad que el título de episodio VIII sea The Last Jedi, porque lo primero que Johnson guillotina es al héroe por antonomasia de la saga: Luke Skywalker. Desde su aparición por primer vez en cámara, poco tiene que ver con el recuerdo que tenemos de él. Actúa como si nada le importara, es sarcástico, bota con desparpajo su lightsaber y, al poco tiempo, descubrimos que es un tipo atormentado por fantasmas, quebrado, lleno de miedos y rencores (hasta el punto de, presa del terror, pensar en matar a su propio sobrino)… y, por si fuera poco, Johnson lo remata al utilizar a Yoda para hacer ver al mítico Jedi como un joven Padawan. Una visión que destroza por completo la imagen heroica y apolínea que teníamos de Luke. De hecho, lovemarks de la historia como R2D2, C3PO, Chewbacca o el Millenium Falcon están en un segundo plano frente a los nuevos héroes. Hasta la mismísima Leia es ‘otra’ con el tratamiento que el guión le da. Johnson acaba con la tradición binaria del antagonista malo al cargarse a Snoke y suplantarlo con un Kylo Ren confundido y lleno de miedo. Desnuda la arrogancia de los Jedi y acaba con el legado de los Sith, demostrando lo insostenible de la filosofía de polaridades. Saca la lucha de Star Wars del campo maniqueo entre Imperio y Rebeldes, exponiendo que ambas caras de la moneda se tocan y que hay muchos males en la Galaxia más allá de la lucha entre dos fuerzas militares. La guinda la pone con la resolución de la película en la que quema todos los puentes con las viejas estructuras desapareciendo a Luke Skywalker, rompiendo su sable (posiblemente, el objeto más valioso y con más historia de toda la saga), cerrando con una resistencia diezmada y con un futuro incierto (pero que, en el fondo, se sabe que contiene todo lo necesario para arrancar desde cero). Por último, el epílogo del niño viendo el cielo y usando la fuerza —recordando a Anakin Skywalker— se transforman en un statement del director que desmitifica la fuerza, la rebelión y nos dice “borrón y cuenta nueva, llegó el tiempo de nuevos héroes e historias”.

Por supuesto, toda esta impostura se traduce en unos cuantos bemoles. La película sufre de cambios de ritmo tan abruptos en comparación a sus precuelas que, por momentos, se torna lenta. Sí, es una película mucho más madura, oscura y densa que las demás, pero su primera hora se hace demasiado pesada (detalle que se olvida en la segunda hora donde la acción se transforma en una avalancha que no se detiene hasta el final potenciada por sus vueltas de tuerca). La gran pata floja de la historia es Finn que, a pesar de conquistar nuestro corazones en Star Wars: The Force Awakens, pasa a segundo plano en esta entrega. De hecho, su trama junto con Rose puede omitirse por completo de la película y la historia sigue como si nada. El otro talón de Aquiles es Kylo Ren. Si bien es cierto que en esta entrega se profundiza mucho más en él, sigue sin transformarse en esa fuerza antagónica que la historia necesita. Su comportamiento de angry millenial desvirtúa sus motivaciones y, en comparación con el linaje de antagonistas épicos del universo de Star Wars, sigue siendo un bebé de pecho. Sí, se ganó el odio de todos por cargarse a Han Solo en Star Wars: The Force Awakens, pero acá ese descontento no se capitalizó en lo absoluto. Por último, personajes como Snoke (Andy Serkis) o Phasma (Gwendoline Christie) terminan siendo subutilizados en pro de las sorpresas del guión (algo que va a detrimento de la historia en macro). Para cerrar, Rose no termina de convencer y pasa a ser ese personaje con marca Disney que no cuaja en la historia oscura de Johnson.

Uno de los principales aciertos de Star Wars: The Last Jedi es Rey que, en esta entrega, se termina de robar el corazón de todos (tanto como personaje, como por la caracterización de Daisy Ridley). Leia Organa tiene muchísimo más peso que en las precuelas, lo que hace que nos preguntemos cuál será su futuro en Episode IX luego de la muerte de Carrie Fisher. Poe Dameron, que en Star Wars: The Force Awakens fue completamente subutilizado, por fin brilla y gana peso en la trama. Mark Hamill hace un papel soberbio transmitiendo la oscuridad y tribulaciones de Luke. Benicio del Toro cumple con su pequeño papel de trickster y nos deja con ganas de ver más de él. Domhnall Gleeson sigue colocando un toque de humor involuntario con sus caricaturescas apariciones como el histérico General Hux. Laura Dern está perfecta, aunque duele que su aparición sea tan corta.

Más allá de sus detractores, no se pude negar que Star Wars: The Last Jedi es la película más rica en cinematografía de toda la saga. De hecho, este es el único punto irrebatible en el que los fans y haters coinciden: la dirección de fotografía de esta entrega es algo alucinante. La composición, los emblematic shots, la narrativa en planos, el juego de colores, luces y sombras, la hacen una golosina visual y potencian esa sensación de estar viendo ‘otra’ película muy diferente a las anteriores. Momentos épicos como la iniciación/bad trip de Rey en la isla, la locura de Luke, la tensión sexual entre Rey y Kylo Ren, la pelea con Snoke, el final de Laura Dern, las naves volando en Crait, el enfrentamiento entre Luke y Kylo Ren y, por supuesto, la despedida de Luke —con un guiño a Tatooine— pasaran por siempre a la historia de Star Wars gracias a la excelente dupla de su director con Steve Yedlin (director de fotografía de este y todos los largometrajes de Johnson).

Rogue One demostró que una película de Star Wars podía sostenerse sin recurrir a las vacas sagradas, apelar a la nostalgia o a los happy endings. De alguna forma, Star Wars: The Last Jedi es la confirmación de esta tesis, marcando una cisma dentro de la franquicia. Es lenta, oscura, densa, se centra en nuevos personajes y conflictos, rompe puentes con el pasado alejándose de todos los lugares comunes (desde el maniqueísmo Jedi-Sith, Imperio-Rebeldes, la solemnidad de los héroes de antaño y el manejo de la Fuerza, hasta el registro de humor, acción y drama que hay en la historia). Si Star Wars: The Force Awakens fue un homenaje a la saga original, esta nueva entrega es una ruptura violenta con el pasado. ¿Es bueno? ¿Es malo? En Episode IX lo sabremos. Lo único cierto es que, como lo dijo Luke, la era de los Jedi ha llegado a su fin. Rian Johnson defenestró la tradición y abrió un universo de posibilidades para expandir la saga en otros niveles. Que la fuerza nos acompañe en esta nueva etapa de la historia.

Lo mejor: Mark Hamill brillando como nunca. Oscar Issac y Daisy Ridley en su mejor momento. Las vueltas de tuerca de la historia. La pequeña aparición de Yoda. Lo iconoclasta de su narrativa. Aunque solo existen por el merchandising, los Porgs son una ternura.

Lo malo: La primera hora se hace lenta. La ausencia de nuevos temas de John Williams. Aunque se profundiza en el personaje de Kylo Ren, sigue sin ser el antagonista que la saga necesita. El cambio de registro dramático es tan de fuerte que levantará muchos haters.