Maracaibo 1
Sacude al espectador con el sufrimiento de este hombre que intenta saber qué fue lo que realmente sucedió aunque ese intento lo conduce a un camino desgarrador.

El tercer largometraje de Miguel Ángel Rocca —misteriosamente titulado Maracaibo— asume el duro reto de trabajar un tema difícil —la muerte y la vida en las relaciones entre padres e hijo— desde una perspectiva inevitablemente dramática para expresar el desgarramiento de tres seres humanos. Lo hace a través de una mirada íntima que expone los miedos, el amor, la ira, la ternura, el desconsuelo y el recuerdo que une sus vidas, incluso más allá de la vida.

Autor de La mal verdad (2010) y Arizona (2004), este realizador argentino se ha caracterizado por abordar las relaciones familiares y sus consecuencias en el entorno  donde viven sus personajes. En Maracaibo observa las conductas de un matrimonio de profesionales, ambos médicos, de clase media alta, con un hijo único de veintitantos años. Desde lejos se percibe una vida perfecta, sin altibajos. Una familia armónica que recibe las bondades de la cotidianidad. Pero un hecho criminal cambia el curso de sus existencias. En un asalto en el hogar, el muchacho es asesinado. Su muerte se convierte en el catalizador de un drama contenido y latente, en el que la culpa y el dolor se manifiestan de forma trágica. Una vida truncada, la necesidad del perdón y la crisis matrimonial se mezclan en un brebaje duro y desconcertante.

El guion de Maximiliano González y el propio Rocca desarrolla dos líneas narrativas, aparentemente disímiles. Por una parte, plantea un viaje interior para desmenuzar los sentimientos pensados pero no dichos, así como las dudas y las certezas enhebradas entre padre, madre e hijo. Por la otra parte, propone una investigación policial que intenta desentrañar las razones de lo sucedido. Ambas líneas marchan paralelas por momentos y a veces convergen de una manera si se quiere caprichosa. En un momento dado, la trama se centra en la relación entre el padre y su hijo, a raíz de ciertos hallazgos íntimos e insospechados. Y, finalmente, el nervio expresivo se limita a la culpa irremediable del padre.

Tres personajes fundamentales —el padre Gustavo, la madre Cristina y el hijo Facundo— interpretados muy bien por dos grandes figuras de la escena argentina, Jorge Marrale y Mercedes Morán, y por el joven Matías Mayer. Pero hay un cuarto personaje —Ricky, el asesino— protagonizado por Nicolás Francella, que añade un tono de misterio a los grandes secretos de Facundo. Crece una obsesión por entender los porqués de una acción criminal como una forma de soportar el dolor de padre y madre.

Rocca mantiene el ritmo narrativo con mano firme, gracias a un guion redondo, al que no le sobra nada, con personajes bien delineados, en especial Gustavo y Cristina, actuados con solidez por Marrale y Morán. El director porteño pone el acento en lo que un hijo hace para llenar las expectativas de su padre y alcanzar su aprobación, para luego centrarse en la consternación y la incredulidad de ese padre trastornado por la pérdida filial. Sacude al espectador con el sufrimiento de este hombre que intenta saber qué fue lo que realmente sucedió aunque ese intento lo conduce a un camino desgarrador.

Obra dura y reflexiva, muy bien hecha, que va más allá de la anécdota y deviene en una exploración de las emociones. Recomendable.

MARACAIBO, Argentina y Venezuela, 2017. Dirección: Miguel Ángel Rocca.  Guion: Maximiliano González y Miguel Ángel Rocca. Fotografía: Sebastián Gallo. Montaje: Alejandro Parysow.  Música: Olegario Díaz. Elenco: Jorge Marrale, Mercedes Morán, Matías Mayer, Nicolás Francella, Luis Machín, Alejandro Paker, José Joaquín Araujo y Antonella Costa. Distribución: Gran Cine.

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