Resistencia en Venezuela 3
El dolor enseña y su aceptación anima a la recuperación.

Lo primero que hay que hacer es llamar a las cosas por su nombre. Si se intenta hablar de lo que nos ocurre, es importante comenzar por centrar el enorme sentimiento de frustración colectiva que nos embarga, después de esta ardua jornada de luchas de calle y más, a la que nos entregamos desde abril. A pesar de que el acontecer social no tiene pausa, considero que el evento principal que nos ocupa hoy día, a toda la comunidad, es un profundo sentimiento de pesar, por la frustración que ha significado la brutal represión al reclamo de cambio y la imposición del fraude y burla de una asamblea constituyente.  Eso nos coloca en un momento de derrota.

Venimos de un año 2014 convulso y confuso, con divisiones y dispersiones, atropellos y represión. Pasamos al más pensado y tenaz año 2015, donde se recobró la Unidad y se conquistó por amplia mayoría, la Asamblea Nacional el 6D. El año 2016 se prosiguió luchando por la salida de Maduro con el referendo revocatorio, que fue radicalmente impedido por el régimen. Luego vino la farsa de cinco meses de un estéril diálogo hasta que el Ejecutivo, por vía del el ilegal Tribunal Supremo de Justicia, pretendió, por decreto, anular a la Asamblea Nacional electa por 14 millones de venezolanos. La Fiscal General reaccionó declarando improcedente esa acción… y un torrente de ciudadanos se lanzó a las calles, en defensa de la AN y reclamando los cuatro puntos que llevó a la mesa de diálogo.

Durante cuatro intensos meses se mantuvo el calor y fragor de la protesta en las principales regiones y ciudades del país. Ciudadanos de todas las edades y estratos sociales, con dirigentes políticos y valientes jóvenes en la vanguardia, hicieron saber al régimen, al país y al mundo, el decidido rechazo al estado de caos económico y las miserias en comida, salud, trabajo y derechos civiles que genera el desgobierno y dictadura imperante. El clímax de esta vigorosa protesta fue la exitosa Consulta Popular del 16 de julio. Una inédita jornada electoral organizada por la sociedad civil, caracterizada por el orden y entusiasta participación de siete millones y medio de ciudadanos rechazando la ANC, pidiendo una posición constitucional a las FFAA y reclamando unas prontas elecciones generales.

La respuesta del régimen a esta colosal movilización de la ciudadanía fue la imposición grosera y fraudulenta de la ANC y la brutal represión a las marchas en todas las calles, a dirigentes y a medios, que genero cientos de heridos y detenidos, una feroz censura mediática y un doloroso monto de más de ciento treinta jóvenes asesinados, hasta sofocar la protesta, por la aberrante actuación de las fuerzas armadas y policiales.

Algunos acusan a la MUD y a dirigentes de falta de entereza, coraje y resultar condescendientes con el régimen. Puede que haya habido debilidad, inconsistencias como equipo, cansancio y hasta temor. Pero de lo que no hay ninguna duda es de la determinación del gobierno a sofocar la robusta protesta nacional, a cualquier costo. Un costo muy alto para la gente, que ha debido retirarse a sus casas, cargada de atropellos, de heridas, de familiares presos y matados por policías y militares enloquecidos… y con un grave sentimiento de frustración y la sensación de inutilidad de todo ese gigantesco y mancomunado esfuerzo de la sociedad civil de prácticamente todo el país, en acción  e ilusión de cambio.

La realidad anímica colectiva después de la imposición, a fuerza de sangre y fuego, de la ANC el 30 de julio, es la de estar en un país fallido, inviable y condenado a una dictadura abocada a la represión, la miseria y la corrupción de una banda gobernante.

Al día siguiente el gobierno anuncia la elección de gobernadores. La dirigencia democrática plantea que hay que afrontar y concurrir a ese reto. Pero todo y todos estamos golpeados. Aunque nos levantemos y nos sacudamos un poco el polvo de la derrota y el dolor, estamos heridos, afligidos y un poco o mucho, descreídos de la viabilidad de nuestra lucha. Es sobre todo una cuestión de sentimientos, esa fibra del ser y del alma, que hace y pesa tanto.

Las convicciones, la lógica política, los números estadísticos y el sentido de necesidad, mueve a seguir y apuntar a la libertad y la democracia. Pero el país y la realidad es un tejido complejo. En los hechos, es de alta peligrosidad salir a la calle a protestar. Por otro lado, la consumación de la ilegal y bizarra ANC ha sido como la señal de ¡partida!, para una multitud de familiares, amigos y gentes, que se van de un país donde ya no se ve ese mínimo de expectativa de cosas buenas que te pueden ocurrir. Por el contrario, el régimen se muestra decidido a sofocar, no solo la disidencia y protesta, sino a cualquier emprendimiento de proyecto alguno, mientras lo existente se sigue derrumbando. Es como la confirmación de la cubanización. No se ven muchos agentes y funcionaros de Cuba, sino el escenario asfixiante y miserable que imponen desde allá. Una pesadilla despiertos, de carne y hueso. Más hueso que carne.

Algunos al leerme pueden reaccionar acusándome de pesimista, derrotista y que propicio el desaliento y la pasividad. No es y no creo que será el caso. Es que como psicoanalista comprendo que el ser humano debe ver sus verdades, sobre todo cuando estas son arduos reveses, fracasos y pérdidas… y el dolor presente e inherente a coyunturas como las que padecemos. Nos ha tocado un trayecto de sudor, lágrimas, sangre y derrota. Ese dolor no se puede minimizar ni dejar de lado. Reconocer el dolor permite su alivio y conduce a alternativas. El dolor enseña y su aceptación anima a la recuperación. Esto es cierto, tanto para el dolor personal como para el dolor social. En ambos casos, escuchar el dolor ayuda a captar equivocaciones o debilidades… y a elaborar reparaciones. Y hay que ser balanceados. No podemos convertir este momento de derrota en un escenario de inculpaciones. Hay que ver con realismo el poder de las garras del enemigo y en paralelo, advertir las fallas de acá, revisarlas y superarlas en equipo.

No podemos arrancar a la lucha por las gobernaciones o la salida de la dictadura como quien reenciende la locomotora. La mejor manera de alentar a la gente a votar y seguir es a partir del reconocimiento del gran pesar, rabia y frustración que nos embarga en este momento de derrota. Hacerlo y decirlo sería la palabra sanadora para dar oportunidad para avanzar a reconstruirnos en la convivencia, creatividad y crecimiento de la democracia.

Carlos Rasquin

carlosrasquin@gmail.com

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