El peor hombre del mundo 2
El aregtino Ignaci Huang y el venezolano Alexander da Silva son los protagonistas del film de Edgar Rocco.

El peor hombre del mundo (2016), escrita y dirigida por Edgar Rocca, es otro intento reciente en el cine venezolano de hacer una comedia romántica de cierta calidad, luego de Amor cuesta arriba (2015). Por tal cosa se entiende evitar la chabacanería del humor televisivo nacional y adaptar modelos estadounidenses. Si Nelson Núñez hizo de ese otro film un calco pobre de Mujer bonita (Pretty Woman, 1990), Rocca copia posmodernamente de todo. Sus referencias van desde las películas más anodinas del subgénero de las ‘ex’ hasta maestros como Federico Fellini, además de la serie Antes que… de Richard Linklater.

Se trata de un film de un guionista primerizo, y eso se nota principalmente en el uso redundante de dos recursos –demasiado manidos ambos– para organizar la narración por medio de la voz. Son utilizados, además, uno dentro del otro: el relato en primera persona del protagonista y sus diálogos con una psicoterapeuta. La dirección es básica, por decir lo más, especialmente por lo que respecta al trabajo con los actores. Hay momentos en los que parece una lectura del guion.

Sin embargo, hay cuando menos dos diferencias que hacen que El peor hombre del mundo sea un producto de mayor alcance y más sólido que Amor cuesta arriba. La primera es la presencia frente a la cámara de figuras con cierta trascendencia internacional, como Alexander da Silva, un venezolano que ha hecho televisión y cine en México, e Ignacio Huang, el argentino que se hizo conocido por su papel en Un cuento chino (2011), quien es la contraparte cómica. Están acompañados, además, de un grupo de actrices entre las que hay varias que hacen verosímiles los amores del protagonista, como Natalia Román.

Lo segundo es la capacidad de Rocca de darle al film el toque que en publicidad llaman ‘aspiracional’. Consiste en hacer que la gente experimente la sensación de acceder, al verlo, a una situación y estatus mejores que su realidad. La elevación aquí es cultural, y está lograda, no a través de las citas –que pocos reconocerán, y probablemente nadie logrará identificar en su totalidad– sino con la coartada del protagonista, un cinéfilo que sueña con ser cineasta.

La película puede resultar hasta fastidiosa por la manera como se utiliza cualquier pretexto para que Juan Andrés hable de Jean-Luc Godard, de Luis Buñuel, de Antonioni, etcétera. Se le aparece Román Chalbaud en un sueño y hay una dama que lleva el nombre de la crítica venezolana Ambretta Marrosu. Si el espectador no pudo apreciarlas la primera vez, regadas por todas partes en la casa del personaje, las Cahiers du Cinéma reaparecen colgadas más adelante en un kiosco, como si la revista francesa tuviera la demanda de Crónica Policial.

No es pedantería, sin embargo. Por una parte es un intento inteligente de satisfacer una demanda del público. En este caso se trata de hombres que buscan una película a la cual puedan invitar a un posible levante o novia. El lado cinéfilo del personaje es parte del empaque civilizado de un tipo que se pasa todo el film explicando sus sentimientos a numerosas mujeres. Quizás eso pudiera ayudar a aclararle a la invitada que no todo el género masculino está integrado por energúmenos y bestias, como algunos han de suponer que las mujeres piensan de ellos. Que el argumento sea bueno, o por lo menos eficaz, es otra cosa. Al guionista y director lo que le interesa es que le compren las dos entradas.

Por otra parte es una manera de satisfacer la demanda de evasión, sin recursos de producción que permitan hacerlo al estilo de Hollywood. No es solo un tipo civilizado lo que hay en El peor hombre del mundo, rodeado de mujeres imaginadas como personajes capaces de compartir cosas de la ‘cultura’. Todo eso es parte del mundo mejor que la vida real que se busca en el cine, sobre todo cuando la crisis hace de la cotidianidad una terrible falta de glamour y agudiza bestialmente todas las contradicciones. En este caso se trata de un mundo ‘cultural’, hecho a la medida de quienes lamentan vivir en un país de barbarie.

El problema, sin embargo, también está allí. Las comillas en ‘cultura’ se deben a que se trata de puras referencias congeladas por el prestigio, monumentos desprovistos de la condición inquietante y polémica que hace del cine un arte. Son solo un barniz, bajo del cual no deja de percibirse en varias partes del film otra barbarie. Por ejemplo, el sobreentendido de que los ‘civilizados’ han de ser blancos, mientras que la presencia del asiático es funcional porque la diferencia resulta entretenida –da material para hacer continuamente chistes–. Se celebra incluso el deseo del ‘chino’ de mejorar la raza, teniendo hijos con una ‘negra’.

El peor hombre del mundo tiene así la virtud involuntaria de revelar lo inconsciente. Pone de manifiesto por qué todo futuro será peor para esta sociedad si no deja de buscar la evasión y afronta, sin cosmética, sus demonios.

EL PEOR HOMBRE DEL MUNDO, Venezuela, 2016. Dirección y guion: Edgar Rocca. Producción: Elaiza Gil. Fotografía: Jesús Ayala. Montaje: Miguel Ángel García. Dirección de arte: Katherine Sultán Erminy. Diseño de sonido: Gustavo González. Música: Álvaro Paiva. Elenco: Alexander da Silva, Ignacio Huang, Mariaca Semprún, Natalia Román, Elaiza Gil, Antonio Delli, Erika Santiango, Charyl Chacón, Gioia Arismendi, Jean Carlo Simancas, Dora Mazzone, Laureano Olivares, César Manzano, Román Chalbaud. Distribución: Cines Unidos.

 

 

 

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