Pasajeros
La película deriva entonces hacia la comedia romántica durante unos cuarenta minutos antes que el conflicto real aparezca.

“Me espanta el silencio eterno de esos espacios infinitos” escribió en sus Pensamientos Blas Pascal, aquel matemático que como nadie, supo captar la novedad de un mundo, el del Renacimiento, que se había salido de sus goznes.

La confesión podría ser considerada uno de los mejores cuentos breves de ciencia ficción o, por lo menos, el mejor preámbulo al género, cinco siglos antes de que este apareciera. Porque si la literatura de ciencia ficción postuló mundos alternos, el cine, al seguirla, pudo captar con imágenes la soledad del hombre en el cosmos. Piénsese, solamente en la ya lejana 2001, una odisea del espacio, como el mejor ejemplo. Por supuesto, esta era una cumbre del cine de todos los tiempos, un lugar que tal vez le pueda disputar (en un paralelo culturar sin sentido con la Guerra Fría, la Solaris de Tarkovski. Y luego vinieron las imitaciones o más bien, la deriva de la originalidad de las obras maestras hacia géneros ya manidos que buscaban nuevos escenarios (pensemos entonces en la saga de Alien, que insufló nueva vida al cine de terror).

Porque el problema con el cine de ciencia ficción es que sigue siendo un género a la búsqueda de temas. Los escenarios pueden ser naves espaciales gigantescas, o guerras tribales, o enfrentamientos de buenos y malos, pero el argumento en sí transcurre en el espacio como hace cincuenta años transcurría en el Oeste americano. En este sentido Pasajeros es un buen ejemplo, más allá de una premisa ingeniosa. En una nave que se dirige hacia un nuevo mundo colonizado y postulado como un condominio de lujo, unos cinco mil futuros habitantes y 258 miembros de la tripulación hibernan durante 120 años, tiempo que transcurre el periplo desde la Tierra hasta la nueva tierra prometida. Un mal funcionamiento despierta a uno de los pasajeros noventa años antes de la llegada y esta cruza de Adán con Robinson Crusoe no tiene mejor idea que despertar a una compañera de ruta que las tiene todas: linda, inteligente, sagaz y además escritora. La película deriva entonces hacia la comedia romántica durante unos cuarenta minutos antes que el conflicto real aparezca. La nave ha comenzado a fallar.

En rigor la película es una fusión de dos películas de Stanley Kubrick. El sistema central de una nave que empieza a actuar fuera de los patrones esperados poniendo en riesgo la misión son de la mencionada 2001, (cuya única obsolescencia a notar, por cierto, es la fecha). El ambiente solitario, gélido, impersonal que sin embargo tiene una vida subterránea propia y un barman siniestro que alienta las confesiones del personaje, corresponden a El resplandor de 1981. El problema es que detrás de esta empresa, que roza, de lejos temas como la soledad humana, el destino del planeta y de la especie, el derecho a decidir sobre la vida de los demás, el lujo falso de los cruceros, la impersonalidad de los prestadores de servicios y alguna otra inquietud, está un director que parece no estar a la altura de la tarea. El noruego Morten Tyldum es un tipo interesante. Dirigió en Noruega un thriller disparatadísimo pero muy entretenido llamado Cazadores de cabezas (está en Netflix) y luego El código enigma, un relato singular y atrapante sobre la vida de Alan Turing y la forma en que logró descifrar el código nazi, influyendo decididamente en el curso de la Segunda Guerra Mundial.

El problema aquí parece ser la largueza de  un guión en el que pasa muy poco durante hora y veinte minutos para luego pasar a una serie de efectos especiales que nos llevan directo a un final rosa y lleno de alegría, felicidad y perdices. Una lástima, porque el despliegue visual, sin duda candidato a los oscares del año, se merecía una mejor armadura narrativa en vez del tedio que gobierna a la nave y a la película.

PASAJEROS, EEUU. 2016. Director Morten Tyldum. Con Jennifer Lawrence, Chris Pratt, Michael Sheen y Lawrence Fishburne.

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