Libertador Morales 6
Un ciudadano honesto y solidario recorre las calles

Drama y comedia en una parroquia caraqueña, como tantas otras, donde la justicia es una entelequia, la vida un acto de supervivencia y la cotidianidad un azar peligroso. En ese contexto ubica Efterpi Charalambidis los personajes de su primer largometraje Libertador Morales, el justiciero, obra que se enlaza con una tradición popular ya abordada por esta directora venezolana en su premiado corto El chancecito que data de 2004. Moradores de una existencia urbana que ponen a prueba cada día sus miedos y esperanzas. Allí vive un ex policía convertido en mototaxista, con su madre y su hijo adolescente. Lo peculiar del personaje reside en su extremada corrección ciudadana. Libertador Morales hace honor a su nombre y cita con convencimiento las palabras de Simón Bolívar, su “homónimo”. Esa actitud de justicia lo conduce a enfrentar a una banda de delincuentes que azota al barrio, con la complicidad de un indigente, en una suerte de representación citadina del Quijote y Sancho Panza. En ese enfrentamiento, este héroe popular descubre algo más que un acto de responsabilidad.

Autora también del guión, Charalambidis propone una comedia dramática que maneja las claves de la realidad de nuestras parroquias con una visión crítica —aunque a veces también ingenua— de la relaciones entre vecinos y autoridades. La médula dramática de la trama no se halla solamente en el peligro del hampa sino, en especial, en la necesidad de establecer valores ciudadanos. Justicia, solidaridad, honestidad son las banderas que levanta Libertador en un espacio dominado por la anarquía, el individualismo y la ausencia de transparencia. Es un hombre que hace lo que debe hacer y no lo que le conviene. Esta definición del personaje establece el punto de vista de la realizadora y lo convierte en el principal sostén de su coherencia narrativa que le permite cruzar la lucha contra el crimen con una historia de amor, matizada por una institucionalidad precaria.

El dibujo de los personajes y el desarrollo de la anécdota armonizan sin grandes dificultades. Logran desentrañar el pasado de sus dos personajes principales —la madre soltera Daisy y el viudo Libertador— para contextualizarlos en un presente que marcha con celeridad. Los personajes evolucionan, cambian, buscan salidas propias a partir de una historia que les ofrece conflictos pero también oportunidades. La selección de Alba Vallvé y Rafael Gil luce afortunada en la medida que ambos expresan la naturaleza de sus roles de una forma convincente. Los personajes secundarios —el indigente Palo de Agua, el malandro Chaparro, el corrupto Linares, el adolescente Simón— se acoplan al eje dramático, al servicio de la esencia del film. Pero lo más importante se encuentra en el respeto que la directora y guionista profesa hacia esos seres humanos. Evitó el estereotipo del personaje popular y levantó un edificio humano donde cada rostro tiene un sentido.

La narración fluye con comodidad, sin decaer, marcando un ritmo adecuado. Las atmósferas están bien construidas, con atención en los detalles, en el manejo de las luces y en el uso de la banda sonora. Es evidente que Charalambidis evadió las complejidades en su debut en el largometraje y se planteó desarrollar una historia sencilla con significaciones importantes en el campo social y en la comprensión de una segmento de la vida popular. Una historia que apunta a la responsabilidad de la acción individual pero también al estímulo de la acción colectiva cuando las instituciones no funcionan. Los vecinos asumen la justicia con sus propias manos y —sin llegar a Fuenteovejuna, todos a una— proponen una acción distante de las autoridades. Aunque es obvio que la directora quiso extraer su historia de las pequeñeces de la polarización política que vive nuestro país —cosa que me parece inteligente— también lo es que asistimos a una parroquia popular, con los mismos problemas de siempre, con sus indigentes, su pobreza y sus necesidades sometidas a quienes tienen el poder del delito y el dinero. Las cosas cambian para que todo siga igual.

LIBERTADOR MORALES, EL JUSTICIERO, Venezuela, 2009. Dirección y guión: Efterpi Charalambidis. Producción: Lorena Almarza, Marcos Mundaraín, Carlos Marchán. Fotografía: Rigoberto Senarega. Montaje: Judilam Goncalves Montilla. Sonido: Eleazar Moreno Ortiz. Música: Aquiles Báez. Elenco: Rafael Gil, Daisy Gutiérrez, Yugui López, Dilia Waikkarán, José Manuel Suárez, Alberto González, Jean Polanco, entre otros. Distribución: Fundación La Villa del Cine.

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