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En este caso, con la mediación de Claudio Maria Celli, las declaraciones han sido lamentables, tanto en sus contenidos como en la forma de expresarlos.

No me cuento entre los radicales que cuestionan todo lo que hace la MUD. Tampoco soy uno de esos guerreros del teclado que —a distancia física, digital y mental— imparten órdenes a los venezolanos, llaman a tomar Miraflores y solicitan la disolución del espacio unitario de la oposición, amparados en una sabiduría poco certificada.

Creo que si la MUD no existiera tendríamos que inventarla y echarla adelante. Prefiero una salida pacífica y democrática a esta severa crisis que padecemos por sobre cualquiera otra posibilidad violenta y autoritaria. Y considero que el enemigo del país es el gobierno de Nicolás Maduro, no la oposición. Como piensan y sienten millones de ciudadanos venezolanos. Dicho lo anterior, me permito entrar en el análisis de los hechos sucedidos desde el 20 de octubre y las percepciones que se han generado en la primera quincena de noviembre.

El 20 de octubre el régimen —el Ejecutivo, el TSJ, el CNE, la FANB— declaró abiertamente la dictadura. Eliminó la posibilidad del RR, invalidó las decisiones de la AN, ignoró la petición de libertad de los presos políticos, negó la dimensión de la crisis humanitaria del país. En términos coloquiales, se quitó la careta.

La respuesta ciudadana fue de indignación. La MUD respondió con vigor. Henrique Capriles y otros líderes llamaron a una gigantesca manifestación de protesta que conmovió por su fuerza y su esperanza. También se convocó a un paro general de un día. Esto ya es historia.

Maduro se fue de gira por los países petroleros del Oriente Próximo, en el fracasado propósito de reducir la producción de crudo para elevar los precios del barril, y —oh sorpresa— aterrizó en el Vaticano, donde el Papa le dio audiencia.

En este lado del Atlántico, simultáneamente, la MUD propuso un plan de acción de varios puntos, incluidos el juicio político a Maduro, acciones de calle y una marcha a Miraflores. Recibió el sólido respaldo de la ciudadanía. Nunca antes la unidad de la oposición había estado más firme en esat década. Muchos pensamos que esta superproducción de la historia estaba a punto de dar un giro en su trama que nos conduciría a una Venezuela maltrecha, herida y dolorosa… pero libre para iniciar la reconstrucción institucional, impulsar la economía. rescatar a Pdvsa, promover la producción de alimentos y medicinas, liberar a los presos políticos, recibir a los exiliados y un largo etcétera.

La MUD tenía acorralado al gobierno de Maduro. Esto también ya es historia.

Pero llegó la propuesta del diálogo de parte del Vaticano que dejó boquiabierto a más de uno, incluidos los miembros de la Conferencia Episcopal Venezolana. Y se desmontó el plan de acción de la MUD. La representación de la unidad pasó a dialogar con el régimen con la participación de personajes internacionales y locales poco apreciados por los ciudadanos de oposición. Desde el aliado del chavismo Rodríguez Zapatero —el exjefe de Gobierno español peor valorado— y el impresentable Ernesto Samper —a quien ningún colombiano decente respeta— hasta esos sospechosísimos personajes como Timoteo Zambrano y Henri Falcón, cuyas inclinaciones oficialistas son cada vez más evidentes. ¿Qué pasó? ¿Por qué la dirigencia de la MUD se contradijo?

En cuestión de un día abandonó su plan de acción —que había logrado convencer a todos los sectores de la oposición— y lo sustituyó por una herramienta del régimen. ¿Alguien puede entender las razones? ¿Alguien puede enumerar las ventajas de esa estrategia, más allá de «lo pidió el Santo Padre»? En un país laico como el nuestro.

Maduro y su banda lograron varios objetivos: a) dividir a la oposición; b) ganar tiempo para maniobrar; c) impedir el RR: d) conseguir cómplices internacionales que se impongan sobre Luis Almagro, Oscar Arias, Andrés Pastrana, Felipe González y todos los aliados democráticos de Iberoamérica.

¿Qué ganó la MUD? No lo sé. ¿Ustedes ven sus beneficios?

¿Qué perdió? Una oportunidad histórica, ya lo sabemos, pero sobre todo la confianza, el respeto y el respaldo de la inmensa mayoría de la oposición. Su mayor capital político. Nada menos.

Las sesiones del ‘diálogo’ han sido poco productivas para la Venezuela democrática. ¿Recuerdan a César Gaviria como secretario general de la OEA? ¿Y el Centro Carter, con los cinco millones de dólares que pagó Chávez? En ambas oportunidades perdimos.

En este caso, con la mediación de Claudio Maria Celli, las declaraciones han sido lamentables, tanto en sus contenidos como en la forma de expresarlos. Conozco varios negociadores de conflictos colectivos —dentro y fuera de Venezuela— y coinciden en que la MUD ha hecho lo contrario a lo recomendable.

Al 15 de noviembre el saldo es terrible: no hay RR, tampoco elecciones generales en 2017. Leopoldo López cumple mil días en Ramo Verde. El gobierno liberó a solo cinco presos políticos pero apresó a varios más y suman 140. Dice que reconoce a la Asamblea Nacional pero no cesa de hostigarla. Se anuncia nuevas elecciones en Amazonas, como si la victoria del 6-D hubiese sido amañada. Se habla de un nuevo CNE pero nadie sabe cuál es la carta bajo la manga del gobierno. El TSJ continúa intocable.

No es que yo no crea en el diálogo, al contrario, pienso que hay que negociar, es decir, ambas partes deben ceder algo al adversario. Pero bajo condiciones mínimas de confiabilidad  —que el régimen no está dispuesto a ofrecer— como lo han demostrado múltiples situaciones en América Latina, Europa y el Oriente Próximo. Lo hicieron EEUU y Vietnam, la OLP e Israel, los antiguos sandinistas y los de la contra en tiempos del Irangate. Esto, de nuevo, es historia.

¿Qué hacer?

En primer lugar, fortalecer a la MUD, dotarla de mayor representatividad, hacerla más responsable hacia los ciudadanos que hacia la mediación internacional. Sin esa plataforma unitaria entramos en el terreno del suicidio, que es lo que busca el gobierno. Nos guste o no la MUD debe existir.

En segundo término, cambiar a sus negociadores actuales y buscar representantes más sólidos, más duros, menos complacientes. Si no salen de Falcón y Zambrano, la percepción será la de la continuidad en los fracasos e incluso de traición.

El tercer paso, exigir una nueva agenda que exija reivindicaciones reales, las originales, las que están en la Constitución. Traer desde el casi olvido la necesidad del RR y de las elecciones generales, la libertad incondicional de los presos políticos, la modificación de la política económica y todas las exigencias conocidas.

Finalmente, salir a reconquistar el apoyo popular en la calle, cosa bastante difícil en estos momentos. Esto implica cambios internos de la MUD y de su agenda que sean perceptibles ante los ojos de la ciudadanía, que hoy se siente traicionada. Menuda tarea.

Tomo las palabras de Carlos Ocariz y se las devuelvo: «hablen menos y hagan más».

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