James joyce con guitarra
Sus vastos conocimientos musicales sólo rivalizaban con los del mundo de la literatura.

Especial para Ideas de Babel. El Feis Ceolil es un festival que se celebra en Dublín desde 1897 para la promoción del talento musical irlandés e incluye competencias entre jóvenes compositores, instrumentistas y cantantes. En el concurso de tenores de 1904, el último de los participantes que se inscribió tuvo un desempeño notable, y hubiera resultado ganador de no ser porque el certamen exigía el canto de una pieza leyendo una partitura a primera vista. El prometedor joven se excusó —no era muy diestro leyendo partituras— alegando que no era propio de un artista cantar música sin haberla ensayado antes. Obtuvo mención honorífica y una oferta del mejor profesor de canto de Dublín para enseñarle gratuitamente durante tres años a cambio de un porcentaje de sus futuras ganancias como cantante. Afortunadamente, para los amantes de la literatura, no llegó a ser un gran tenor,  pero sí uno de los más grandes e influyentes escritores del siglo XX: James Joyce

Joyce, al igual que su padre, fue un tenor sobresaliente y un consumado pianista. Sus vastos conocimientos musicales sólo rivalizaban con los del mundo de la literatura. Y aunque su profesión como escritor dominó la musical, una parte de Joyce nunca se alejó de esa otra carrera alternativa como cantante. El compositor norteamericano George Antheil, que conoció a Joyce en París, escribió: “una de las locuras de Joyce eran los cantantes irlandeses y cualquiera de ellos que viajara a París, seguro contaría con el apoyo incondicional de Joyce”.

El destacado tenor americano-irlandés John O’Sullivan encontró en Joyce su más acérrimo defensor. Desde que lo escuchó cantar por primera vez en la ópera Guillermo Tell, Joyce asumió la carrera de tenor de Sullivan como si fuera la suya. Mientras Sullivan recibiera reconocimientos y aplausos, Joyce estaba feliz; pero si la crítica no era favorable, Joyce se enfurecía. En la Scala de Milán, Sullivan fracasó y Joyce lo atribuyó a la apatía de Margaret Burke Sheridan, cantante y principal artista de la Scala. No fue esto del todo cierto, porque la propia Margaret ejerció su influencia para que el Covent Garden de Londres lo contratara para 12 óperas; sin embargo, la participación de Sullivan no fue afortunada y cancelaron la presentación de las restantes 11 óperas. Joyce estaba fuera de sí y convencido de que O’Sullivan era víctima de una abominable conspiración. El fanatismo llegó al extremo de que en una oportunidad en la que John O’Sullivan se presentaba en la Ópera de París, Joyce compró, con dinero de su propio bolsillo, dos filas completas de asientos para todos aquellos que quisiera escuchar al tenor irlandés.

Desde su primer libro de poesía, Música de Cámara, Joyce entremezcló innumerables alusiones musicales a lo largo de su obra literaria —los estudios han encontrado más de 3.500 referencias. En la extraordinaria novela Ulises, el episodio que probablemente representa todo un desafío para los lectores es el de Las Sirenas. Joyce denominó Fuga per canonem la compleja técnica empleada: “escribí este capítulo con los recursos técnicos de la música. Es una fuga con todas las notaciones musicales: piano, forte, rallentando, y así sucesivamente. También tiene lugar un quinteto como en Los maestros cantores de Núremberg, mi ópera de Wagner favorita”.

Aunque las innovaciones narrativas de Joyce tuvieron una clara influencia en los movimientos vanguardistas musicales del siglo XX —Pierre Boulez, Luciano Berio y John Cage—, Joyce no gustaba de la música contemporánea de su época. Como tenor, siempre prefirió la melodía cantabile, tanto que en alguna ocasión llegó a reclamar que “ni un canario podría cantar la música de Stravinsky”.

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