Tatuaje de lágrimas de María Elena LavaudLa nueva novela de María Elena Lavaud es el libro venezolano mas divulgado de los últimos meses: ha tenido una edición en Caracas, otra en Miami, está por aparecer su edición en España y la traducción al inglés en los Estados Unidos. Su autora acaba de obtener con este libro el Book Latin Prize.

Debemos comenzar esta intervención dejando claro algo que ha circulado sin ser cierto: este libro no recoge nada sucedido a su autora, no es para nada una obra autobiográfica. Registra un hecho que a ella le llegó como parte de su actividad como reportera y que luego tomó para desarrollarlo como escritora en la novela que tenemos entre las manos. Desde luego es un hecho sucedido a una persona que al ser entrevistada por María Elena Lavaud (1964) la conmovió de tal forma que decidió dedicarle un libro para tratarla. Eso es su segunda novela Tatuaje de lágrimas (Caracas, Ediciones B, 2015. 120 p.). Tuvimos la suerte, debemos confesarlo, en seguir todos los pasos de su autora al conocer esa historia, investigarla y desarrollarla dentro de las claves de la literatura, porque Tatuaje de lágrimas es, por encima de todo, un novela: la transformación de un hecho por manos de una creadora de ficciones. Pudimos por ello leer los originales de este libro. De allí nuestra primera lectura de la obra. Sobre ella remitimos un email (enero 8, 2014) a su su autora, el cual constituye nuestra primera lectura del volumen. Esto se lee allí:

Primera lectura

Mel querida:

Había pensado leer la mitad de la novela hoy y la otra mitad mañana y escribirte. Pero tu texto me asaltó, no pude parar hasta llegar a la página final.

Pienso esto:

¿Supongo que se podría decir que esta es la mitad de la novela, ya que las de la colección Vértigo tienen el doble?

Lo que he leído es trabajo bien hecho y bien acabado, no permite dejarlo hasta terminarlo, es pura buena literatura. Y este es el mejor elogio para una buena escritura: atrapa.

Es, desde luego, un texto fuerte, fortísimo, conmovedor, de extrema violencia. No sólo física, sino aquella que es peor, la que es honda, psicológica, la que no deja a quien la sufre —la protagonista, Clarissa López, en este caso— vivir, existir. Interrumpe su vida. Es, por supuesto, una historia de violencia de género. Pero creo que su momento decisivo lo encuentro en las primeras tres páginas. Es el momento de la agresión extrema, es lo que explica el resto.

Pero hay otros hechos en que llegas muy profundo: es todo lo que llamaría las raíces de la violencia, que está en la historia de cada uno de los protagonistas, en las malas experiencias que cada uno tuvo. Desde luego, es ella quien las sufre, las padece, las sangra. Él es un hombre enfermo, débil, maléfico, perverso. Pintas tan bien el caso de ella lo que puede ser una persona crecida en el rigor, a quien no se dejó vivir la vida tal cual es, sino la impuesta por los prejuicios, religiosos mal entendidos, en este caso. Lo que la lleva a ella a decirnos “Crecí en medio del rigor y del cumplimiento de las normas” (p.16) o lo que se dice dos páginas más alla: ”Crecí dentro de una burbuja” (p.18). Es decir, lejos de todo, de lo real. Y la inclemencia, creo que es la palabra, en que la educaron es la que lleva a la despiadada mamá, pese a la religión, decirle “es que tú también lo provocas”. Y de allí surge el horror de la novela, no solo por las agresiones que sufre sino que cuando decide acusar al agresor, el marido, no la comprende la madre, ni la policía ante quien ella lo acusa. El machismo se impone por encima de todo. Y luego, la corrupción judicial que vive el país hace el resto.

Así Tatuaje de lágrimas es un trabajo de primera, vas bien. Vuelvo a darme cuenta el espíritu de la escritora que llevas dentro ti, en el alma.

Un esquema de lectura

Creemos que la esencia de Tatuaje de lágrimas descansa sobre estos pilares: desde luego deslumbra, pero a la vez sobrecoge por todo el dolor consignado en ella. Por supuesto, esta novela reitera. Antes lo hizo con sus Días de rojo (2009) [1]: era una plena novelista ya en aquel momento de hace siete años.

Pensamos que de Tatuaje de lágrimas se debe decir que su autora escribe bien, muy bien, muestra una indiscutible vocación literaria, una gran capacidad para narrar, logrando convertir en Tatuaje de lagrimas una historia que sucedió, en una historia ficticia. Lograr poner esa historia de abuso, sucedida en un país sin leyes o donde, si bien existen, no se practican, donde no hay ética. Es Tatuaje de lágrimas, ya en la novela, una historia psicológica consecuencia de los malos actos que se encarnan haciendo más daño. Pervive, a lo largo de sus páginas, la pregunta sobre el porqué esta mujer, la protagonista, que nada tiene que ver con el ser humano que sufrió todo el abuso, porque estamos dentro de la ficción, el porqué esta mujer perdió su libertad ante este hombre perverso y enfermo. Lo que plantea la necesidad de que las mujeres —para no perder su libertad— deben dejar de ser mantenidas, como Clarissa, la protagonista. Tatuaje de lágrimas significa una copiosa reflexión sobre la mujer maltratada, ella sentada en el «sillón de los lamentos» (p.93). Admiramos como se enreda, en las manos de la escritora, la historia que María Elena Lavaud nos cuenta, sobre todo a partir de la página 101. El maltratador es un claro caso clínico.

Observado todo esto es imposible no decir que Tatuaje de lágrimas es también una pieza del feminismo y del vivir de la mujer en nuestros días. Del vivir y desvivir y de encontrar que un compañero auténtico existe, que el amor dichoso se puede dar como ella misma lo refiere, en esa bella carta final que escribe a su hija (p. 119).

Es Tatuaje de lágrimas una novela en la novela, concebida desde la piel, para exorcizar sus fantasmas, para hacer una catarsis, momento en el que terminan todas las tragedias, desde las clásicas del teatro griego. Sus dos primeros pasos que aquí se pueden encontrar: son la introducción y el conflicto que es el que lleva a desenlace [2].

Su origen es la misma Clarissa quien nos los marca: “Hace varios meses decidí comenzar a escribir lo que fue mi vida hasta hace tres años; un largo y doloroso capítulo de mi vida, que ha tocado parte de la tuya también. Lo hice buscando una nueva forma de neutralizar el dolor, te confieso que ha sido el mejor ejercicio para mitigar la tristeza y conjurar alguno que otro fantasma que todavía de vez en cuando me asalta” (p. 111).

Así la clave de la novela consideramos que son estas ocho líneas: “también me ha servido para hacer una especie de catarsis que me ha paseado por todas las instancias de mi vida y mis recuerdos. He escrito todas esas líneas desde el dolor muchas veces; otras desde la rabia, y la mayoría desde el espacio vacío de muchas preguntas sin respuesta, que como te ha ocurrido a ti, a mi me llenaron de incertidumbre durante mucho tiempo” (p. 112).

Segunda lectura

Ya hemos señalado los aspectos generales que una lectura de Tatuaje de lágrimas implica. Adentrémonos aun más en esta narración.

Clarissa

Ya hemos señalado que la protagonista de este libro se llama  Clarissa López. Ella es la que ha padecido y sufrido la violencia del marido.

Ella se presenta así en las páginas del volumen: “Mi nombre completo es Clarisa López de Obregón Amador. Nací en Caracas en mayo, el mes de la flores, de la mujer. Un día, no recuerdo cómo ni por qué, decidí, que me importaban más los demás que yo misma. Era tan pequeña, tan inocente” (p. 15). Y, en todo el proceso que debe vivir, llega a pensar: “No sé cuál de todas las mujeres que he sido habré mostrado en este instante (p. 14).

Pero, dentro de ella, busca lo que explica que haya sido así hasta escoger una pareja incierta. Tan golpeada que en la confidencia a su hija, con la que se cierra la obra, le confiesa: “El balance de todo esto, Patty querida, es más que la pérdida de mi memoria inmediata por la precariedad de mi lóbulo parietal derecho; es más, los clavos y la placas en mi pierda izquierda o la pérdida de mi riñón izquierdo y la pinza fina de mi mano izquierda también” (p. 115). Pero, desde luego, lo que siente, tiene aspectos más interiores, ya que tiene además el alma herida, por ello dice: “Vivo intentado espantar mis propios fantasmas y no sé si lo logre del todo alguna vez, pero hacer el esfuerzo me mantiene viva” (p. 114). Tal uno de sus monólogos, ya inmensamente maltratada, “Soy la culpable de haber aceptado fácilmente el plan de vida que él organizó para mí, sin olvidar ni un detalle, una vez que recobre mi libertad… para vivir, por primera vez, en libertad” (p. 115). Sin esa conciencia, no puede andar hacia adelante, lograr que aparezcan nuevos días en su vida.

El marido

El que explica todo lo sufrido por Clarissa es el marido. Ser enfermo, drogadicto, violento, políticamente corrupto.

Es él quien desea que ella viva como él lo desea, no como se debe vivir. Peor actúa cuando se da cuenta que ella lo va denunciar por sus malos tratos, de allí este terrible pasaje: “Puta. Te vas a morir de hambre. Eres una basura. Mírate, pendeja. Poca cosa. No vales nada. Estas fea y arrugada, miserable. Te vas joder. No sabes hacer nada. ¿Quién te dio permiso para que te cortaras el cabello, imbécil? Vas comer mierda el resto de tu vida, desgraciada. ¿Quién te has creído que eres? A mi tú no me jodes maldita, te lo juro. Me negué. Una y otra vez me negué a volver a negarme a mí misma” (p. 12-13). Por ello piensa: “Marco iba y venía de la casa a su antojo. Yo no sabía si aliviarme o preocuparme. A veces no podía discriminar si era mejor que estuviera, o si era peor el acoso no estando allí. No trabajaba; él nunca me lo permitió. Quería controlar todos mis movimientos, actividades, hasta mi respiración” (p. 30-31).

Realizado el juicio, al fin, el esposo es condenado. Y al escuchar la sentencia fallece en pleno tribunal. Ella dice: “Marco ingresó a la clínica sin signos vitales. El diagnóstico inicial indicaba deceso por paro respiratorio… Los periodistas que cubrían el memorable juicio alertaron a sus respectivas redacciones… Paro respiratorio deja sin vida al primer hombre condenado por violencia de género”(p. 34), a cinco años de prisión, “por violencia física y psicológica” (p. 95). Y lo que es peor: ella terminó acusada de responsable de aquella muerte, abriéndole “un nuevo juicio por homicidio. «La Fiscalía actuó de inmediato presentando cargos en mi contra junto a una acusación por parte de los padres de Marco” (p. 95). Pero esta muerte recuerda la novela de Agatha Christie (1890-1976) Testigo de cargo, cuando una persona presente en el juicio, al ver lo que sucede dice “No lo ha matado, lo ha ejecutado” [3]. Pero en verdad lo que lo había matado era “su impotencia… para ser un hombre verdadero, dueño de su masculinidad y de su espacio íntimo” (p. 113).

El porqué le sucedió a Clarissa aquello se puede concluir de este fragmento: “Ahora era él quien emprendía un viaje, esta vez sin retorno, a las profundidades de sus propias miserias. Qué paradoja. No sé cuál de todas las mujeres que he sido habré mostrado en este instante, pero definitivamente fue mi rostro lo último que vio antes de morir” (p. 14. Subrayado nuestro).

Lo que produce la agresividad

Lo que ella vive y siente es todo aquello que la agresividad del cónyuge produce en ella: “Fueron siete años de vejámenes, de violencia, de chantajes y malos tratos, pero de todas formas estaba convenida de que el matrimonio aplacaría la furia y los celos de Marco” (p. 56). Grave error, toda una imposibilidad, producto de no haber crecido por dentro antes de su unión con él, sin preparación alguna, sin ningún tipo de formación sexual juvenil. Desde luego, con la mamá que tuvo aquello era imposible. La madre es una anti-mujer que llega a decirle cuando se entera de los ataques del marido y de la decisión de ella, para preservar su vida, de acusarlo ante la policía y los tribunales: “los trapos sucios se lavan en casa. Es el hombre que elegiste y recuerda que el matrimonio es para toda la vida” (p. 22).

Son los malos tratos recibidos lo que la lleva a pensar: “Lidiaba con una ristra de miedos que muchas veces no me permiten ver con claridad mi propio panorama. Apenas sí probaba bocado; el insomnio era recurrente, producto del temor y la angustia” (p. 22), todo ello, ya que “Por momentos no me ha cabido el dolor en el cuerpo” (p. 53). Buscando una alternativa para ella y sus hijos se convirtió en una mujer —más que sola— íngrima: “Tampoco me fue fácil la decisión de activar el divorcio. Estaba con los niños en Miami. Había logrado que él firmara el permiso de salida amenazándolo, por primera vez” (p. 31), todo con “el cuerpo de la mujer maltrecha de ahora”(p. 61).

La denuncia

Consciente de lo que le sucedía decide hacer la denuncia: es su única salida. “Mi objetivo estaba claro. No sería una víctima por el resto de mi vida. Por mí y por mis hijos” (p. 58). De allí que desde “Meses atrás había comenzado con timidez mi cyber activismo en una campaña contra la violencia de género”(p. 21). Sabe que al denunciar su caso abre el camino para que otras mujeres también lo hagan.

Es allí donde se le presentan una serie de dificultades. La primera  cuando comparece ante los organismos policiales. De allí esta diálogo que nos lo dice todo:

Policia: “¿Tú estas segura de que quieres poner esa denuncia, mi amor?; Ella: “¿Cómo, respondí sintiendo una nueva oleada de pánico”; Policía: ”Yo creo que deberías pensarlo mejor, ¿no crees? Porque a fin de cuentas perderás a quien te mantiene”. Ella: “Oficial, le estoy mostrando los golpes porque quiero denunciar y quiero que se me proteja, a mi y a mis hijos, dije con determinación”. Policia: “Si te pegó fue porque algo hiciste», me dijo amenazante, «además hay mujeres a las que le gusta que les peguen ¿o no?”. Ella: “Entonces para usted yo no soy un ser humano. Yo no merezco respeto, según usted», dije abriendo el bolso para sacar la ley que llevaba meses conmigo a todas partes, «ÃƒÆ’‚¿usted como que no conoce esta ley, no es verdad?… Aquel había sido el primer paso… ya había pagado lo indecible por haber tomado la decisión de luchar por mi libertad, por mi dignidad, por mis derechos. Apelaría y seguiría preparándome para ello” (p. 29).

Esto nos recuerda un hecho que conocimos muy de cerca: una mujer había sido violada, llamó a su esposo y le pdió acompañarla a Medicina Legal a hacer la denuncia: la actitud de los funcionarios fue tal que el esposo llegó a decir, ante amigos de todo su afecto, que la denuncia había sido peor que la violación dada, entre otros hechos, la actitud de funcionario insistiéndole sobre qué le había hecho ella al hombre, cómo se le había insinuado, para que este hubiera reaccionado así. Fue lo mismo que divulgó la prensa cuando el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, violó a sus hijatra y su propia mamá, esposa del mandatario, le dijo qué sería lo que ella había hecho ante él para que aquello sucediera. Al comienzo no pudo hacer nada, casada un tiempo después, fue su propio esposo quien la impulsó y acompañó a ir a los tribunales y hacer a denuncia, cosa que la muchacha hizo.

Pero Clarissa porfió. “Pasé varias semanas trabajando día y noche con mis abogados. Tratamos de no dejar ningún detalle al azar; ningún cabo suelto. Finalmente apelamos y ganamos. Marco pasó de ser el denunciado a ser el imputado” (p. 51. Subrayado nuestro).

El juicio

Pese a las dificultades, en un mundo judicial misógino, cosa que nosotros en otra causa personal pudimos comprobar, en aquella hora otra mujer, una niña, era el asunto principal.

Es por ello que el abogado de Clarissa le dice a un periodista: “Quiero decirle que apelamos la sentencia y que el tribunal finalmente ordenó iniciar la acción penal. Usted cubre esta fuente. Debe saber que es el primer juicio penal que se activa en Venezuela por violencia de genero” (p. 61). La misma reportera le dice, en aquel momento, a Clarissa, esa decisión tuya “motivará a muchas mujeres que no se atreven siquiera hacer la denuncia” (p. 63).

No fue aquello asunto fácil, dice Clarissa, “Varias veces estuve a punto de claudicar. Intenté suicidarme en dos ocasiones, pues ya no sabía cómo hacer frente a tanta violencia y tanta presión” (p. 81), por ello, gracias a aquella constancia, logró que el marido fuera condenado, aunque previamente debió estar presa un tiempo, en momentos en que el juicio se quiso desvirtuar. Pero fue en todo aquello la “mariposa monarca” que tenía tatuada “muy cerca de mi sexo proscrito” (p. 91).

El final

Fue el nuevo descubrimiento del amor, después de pasar por todo aquel horror, aquel infierno. Por ello dice: “Pronto descubrí que jamás había amado realmente, aunque pueda sonarte duro y cruel, pero es la verdad. Descubrí que, de hecho, nunca fue amor lo que sentí por tu padre ni siquiera al comienzo, en mi adolescencia. Descubrí (ahora) que una llamada telefónica, lejos de causar miedo o pánico, puede hacer que el corazón quiera salirse del pecho por la emoción y el encantamiento” (p. 119). Eso es lo que se llama la catarsis, un nuevo sendero, distinto al de otros mujeres maltratadas, que en vez de proseguir buscando una nueva pareja prefieren la soledad de vida para evitar ser otra vez maltratadas y heridas interiormente por un hombre. Recuérdese aquí que sin pegarle a una mujer se le puede también herir gravemente, por lo que toman la decisión que hemos señalado, y persisten en ella, adoloridas, pese a que les acerque un hombre distinto de aquel que las maltrató, con los cual los hombres buenos se quedan sin ella, en general entendiendo sus razones.

Unas lecciones

En general, hoy en día, cuando se lee una novela y se goza de sus valores, se omite decir qué lecciones podemos sacar de su lectura. Sin embargo, Tatuaje de lágrimas nos obliga a ello. Tal las enseñanzas que la historia, tan bien contada por nuestra María Elena Lavaud, nos muestra y nos enseña. Y esas son las consecuencias que el libro nos obliga a comprender. La novela trata a través de un caso, metamorfoseado por el proceso de la invención literaria, de un mujer maltratada por su pareja. Ella, la protagonista, lo enfrenta y logra resolverlo en los tribunales. Pero toda la conmovedora anécdota que nos narra la escritora Lavaud, con toda sus destreza en el uso de la lengua y de la invención literaria, nos hace pensar mucho. Especialmente en un hecho que nuestra sociedad, todavía empapada de machismo, nos obliga a pensar. A lo que vemos suceder en Tatuaje de lágrimas solo se le puede poner fin con educación, especialmente educando de otra forma a los varones: para que no agredan y para que aprendan a ser compañeros de las mujeres. Y para que tomen conciencia que al casarse no adquieren la libertad de la mujer, que solo es de ellas. Así no solo no deben agredirlas sino comprender su libertad, sobre todo el día que deciden irse porque el amor se ha acabado o porque ellas desean otras experiencias existenciales a las que tienen pleno derecho. No pueden actuar como lo hace el esposo de Eloísa, Germán Antonio, un personaje de Gisela Cappellin (1959) en Primavera en Berlin (2010)[4], sino que deben escuchar y entender a la mujer que está en crisis, como sucede en la nouvelle de la Cappellin sino que deben entender que si desea irse puede hacerlo, como sucede a aquella mujer tan encerrada, quien, es su caso, un día encuentra sin buscarlo, como siempre sucede, un nuevo amor. Este siempre viene caminando hacia nosotros, hacia las mujeres y hacia los hombres el día que menos lo esperamos, que es cuando aparece Alberto Luigi, momento en que el marido la encierra en una clínica psiquiárica, aunque ella no está enferma, solo está enamorada y tiene derecho a estarlo porque entre ella y el marido todo se ha enfriado. La libertad de las mujeres, así el hombre se quede solo, porque ella es un ser autónomo de él. Eso hay que inculcarlo cuando se educa sentimentalmente a los varones, será el único antídoto contra el machismo, la forma de crear los hombres sensibles, que pidió nacer Anais Nin (1903-1977). Será la única manera de crear el gran cambio que las entrelíneas de Tatuaje de lágrimas nos sugiere, que la novela no sirva solo para que las mujeres golpeadas se miren así mismas, lloren sus dolores, sino que encontremos un nuevo sendero, lejano a la violencia. Amén.

[1] Los libros de María Elenea Lavaud son Días de rojo (Caracas: Ediciones B, 2009. 172 p.), con dos ediciones en Caracas y una edición internacional lanzada en Bogotá, y su celebrada crónica La Habana sin tacones (Caracas: Editorial Libros Macados, 2011. 235 p.), con más de viente mil ejemplares impresos, libro —como dice el cubano Leornardo Padura de su propio pais, en el cual sucede— “de tristezas, alegrías, dudas y miedos”, como se lee en El hombre que amaba los perros (Barcelona: Tusquets, 2009. 765 p.). La cita procede de la p. 573.

[2] Wolfgang Kayser: Interepretación y análisis de la obra literaria (4ª.ed.  Madrid: Gredos, 1965. 594 p). La referencia aparece en la p. 225.

[3] Agatha Christie: Testigo de cargo. Barcelona: Editorial Molino, 1969.175 p.

[4] Gisela Cappellin: Primavera en Berlín. Caracas:  Editorial Ex Libris, 2010. 98 p.

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