Trumbo 1
El camino de Dalton Trumbo, y la validez imprescindible de la película, está en recorrer el camino correcto, difícil, lleno de piedras.

Los tiempos de canallas producen tres personajes: los cómplices, las víctimas y los sobrevivientes. Los últimos son los imprescindibles porque en su supervivencia está su relato y siempre será necesario que alguien quede en pie para contar la historia, no sea cosa que además de la humillación, sea la desmemoria la que gane la partida.

Uno de los períodos más oscuros de la historia del cine tiene que ver con las listas negras del senador Joe McCarthy, republicano por Wisconsin. Era un pobre diablo, borrachín y corrupto, que sin embargo descubrió un filón de oro para las masas: el miedo al comunismo y la necesidad de extirparlo denunciando a los rojos y sus asociados. Se creó la Comisión de Actividades Antinorteamericanas, cuya narrativa era tan disparatada como genial. Tras la glamorosa Hollywood, cuna del imaginario estadounidense, se ocultaban unos siniestros admiradores de Stalin, cuyo objetivo era insuflar en los libretos de las películas ideas rojillas que irían permeando las mentes de los norteamericanos hasta lavarles el cerebro. ¿Verdad que el mecanismo suena familiar? Lo cierto es que capitaneados por un tal Parnell Thomas y secundado por un joven y ambicioso californiano llamado Richard Nixon, el comité comenzó a citar a declarar a actores, directores y libretistas para que confesaran su pertenencia al Partido Comunista o su conocimiento de quiénes eran comunistas. Ley sapo avant la lettre.

El mecanismo dejó sin trabajo durante más de una década a actores, directores, técnicos y libretistas. Estos últimos encontraron una tabla de salvación: escribir en negro y conseguirse alguien que pusiera su firma en sus obras. Surgió así lo que bien podría considerarse bachaquerismo intelectual. La lista cayó por su propio peso, tres años después que una cirrosis hiciera justicia con McCarthy. Por su parte, Otto Preminger y Kirk Douglas llevaron la delantera, blanqueando el nombre de un libretista estrella, Dalton Trumbo, que escribió simultáneamente dos superproducciones Exodo (1960) y Espartaco (1961) y las firmó con su propio nombre.

No es fácil la biografía de un escritor, en lo esencial porque no hay nada menos narrativo que el solitario oficio de pelearse con el papel en blanco. La película elige entonces enfocarse en el retrato de una época y el progresivo deterioro de una forma de vida. Sin duda Hollywood en los años cuarenta vivía su etapa de oro. La depresión había quedado atrás, Roosevelt era una figura paternal y respetada por los liberales y la guerra ganada era una causa justa. El antifascismo era una bandera común e incontestable y muchas celebridades, en especial los libretistas, habían coqueteado con el partido, al menos hasta el pacto germano soviético. Por ello, las crónicas de la época —y la película siguiéndolas— retratan los primeros embates anticomunistas con estupor. Poca gente toma en serio a los demagogos hasta que es muy tarde y esta regla se cumple al pie de la letra en la película. Al principio la comisión es burlada y desafiada, luego evitada, y luego temida y cabroneada por los patriotas cooperantes, que en aquel momento se llamaban testigos amistosos. Probablemente las escenas más desgarradoras sean las del abandono de los amigos. Edward G. Robinson, un inmenso actor, gourmet y coleccionista de arte, empieza vendiendo una tela para contribuir con el fondo de defensa pero luego abandona el barco cuando las papas queman. La película es llevada por los personajes laterales. Helen Mirren es la temida Hedda Hooper, chismógrafa emérita, y John Wayne es un anticomunista de caricatura. Pero es escalofriante ver como esos seres menores pudieron escalar a cimas impensables de influencia. ¿Verdad que sigue siendo familiar esta historia?

Frente a esta corte de miserables, se alza la figura de Trumbo, un impecable Bryan Cranston que lo retrata con sus debilidades, sus flaquezas y su inmensa capacidad de trabajo, contracara de su indoblegable voluntad de sobrevivir a una década infame. Trumbo es un sobreviviente, un personaje colocado a pesar suyo en una encrucijada que no buscó pero que no puede rehuir. Lo peor del caso es que colaborar es un camino sencillo. Uno de los testigos amistosos, el infame pero talentosísimo Elia Kazan, narra con sorprendente candidez en su biografía lo sencillo que fue presentarse ante la comisión y luego retomar su vida. El camino de Trumbo, y la validez imprescindible de la película está en recorrer el camino correcto, difícil, lleno de piedras. Un camino que, en el caso de Trumbo, tuvo un buen final. El que debía tener. Alguien tiene que quedar en pie para contar la historia de la infamia.

Un film imprescindible en estos tiempos que corren.

TRUMBO. EEUU. 2015. Director Jay Roach. Con Bryan Cranston, Hellen Mirren, Diane Lane, John Goodman, Michael Stuhlbarg.

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