Mario Vargas Llosa a mediados de los setenta
El escritor peruano a mediados de los años setenta, cuando publicó ‘Pantaleón y las visitadoras’.

Iquitos debe ser la ciudad más corrompida del Perú, incluso peor que Lima.  A lo mejor es verdad y el clima tiene que ver mucho, quiero decir en eso de que las mujeres sean tan terribles, ya ves como Panta pisó la selva y se volvió un volcán. Lo peor es que las bandidas son guapísimas… 

                                           Un oficial sin vicios (…) Ni un solo castigo de oficial y de cadete apenas media docena de amonestaciones leves (…) “Organizador nato, sentido matemático del orden, capacidad ejecutiva”(…) El asunto exige la más absoluta discreción, Me refiero a la misión que se le va a confiar, capitán… 

Pantaleón y las visitadoras  

                                                                                                            

A la ciudad de Iquitos —»multitud separada por las aguas», capital de lapProvincia de Maynas y del departamento de Loreto, reconocida como la capital de la Amazonia peruana, ubicada en la denominada Gran Planicie, rodeada por los ríos Amazonas, Nanay e Itaya; el Iquitos Metropolitano está conformado por cuatro distritos: Iquitos, Punchana, Belén y San Juan Bautista— fue enviado, desde Chiclayo, donde feliz se encontraba con su familia, el capitán Pantaleón Pantoja —Panta, Pantita, Pan Pan y más tarde conocido como el Señor de Pantilandia— con la muy trascendental encomienda de crear, administrar y consolidar en toda la región amazónica el Servicio de Visitadoras para Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, mejor conocido en el mundo militar como sus siglas Svgpa, de acuerdo con la imaginación y la pluma de Mario Vargas Llosa en su novela Pantaleón y las visitadoras.

En otras palabras, al eficiente y disciplinado capitán Pantoja le fue asignada la bizarra pero no menos importante misión de organizar y ejecutar un proyecto —de amplio espectro geográfico y de gran importancia castrense— con el estratégico objetivo que visitadoras, pes, prostitutas, fulanas, hetairas, putas, busconas, rameras, mesalinas, cualquieras, zorras, cortesanas, meretrices, mujeres de vida alegre —si es que así puede llamarse esa vida— airada y disipada, y hasta las mismas lavanderas de Iquitos, trabajadoras sexuales todas —llámese, denomínese, nómbrese como sea— pudiesen satisfacer las necesidades del bajo cuerpo, las muy humanas pulsiones sexuales, los legítimos impulsos de aparearse con hembra, de un numeroso grupo de marinos y soldados, quienes, en bien del Perú, ejercen estoicamente la patriótica tarea de proteger la soberanía nacional en los lugares más inciviles y lejanos del territorio nacional, en este caso la Amazonia peruana.

Pantaleón y las visitadoras
Una de las múltiple ediciones que ha recibido la novela de Vargas Llosa.

Además del calor acuciante, de los zancudos de toda forma, tamaño y color, de la inclemente humedad, Pantoja tuvo que soportar una de las situaciones más difíciles de su impoluta y venerada carrera militar que lo llevó a afirmar que: “Sólo que en fin, no me esperaba una cosa así. Va a ser, no sé, como cambiar de personalidad”, como esa que tuvo que afrontar como consecuencia del rechazo del general Scavino al proyecto Svgpa, aunque no le quedaba otra que aceptarlo a regañadientes por tratarse de ordenes superiores. El contrariado general advirtió clara y tajantemente al capitán: “No quiero que ponga jamás los pies en esta Comandancia ni en los cuarteles de Iquitos (…) Queda exceptuado de asistir a los actos oficiales, desfiles, tedéums. También de llevar uniforme. Vestirá únicamente de civil (…) Su trabajo va estar lejos de la Comandancia (…) No sea ingenuo hombre. ¿Se le ocurre que le podría abrir una oficina aquí, para el tráfico que va organizar? Le he afectado un depósito en las afueras de Iquitos a orillas del río. Vaya siempre de paisano. Nadie debe enterarse que ese lugar tiene la menor vinculación con el Ejército. ¿Comprendido?”

No sería la única tribulación ni reticencia ni amenaza que tendría que enfrentar Pantoja en el desarrollo del proyecto que inmediatamente empezó a concretar. El ahora paisano Pantaleón, con su habitual eficiencia de meticuloso intendente militar, comenzó ipso facto a aplicar sus dotes de gerencia y organización a fin de ir resolviendo los disímiles y complejos elementos y componentes envueltos en su misión de llevar felicidad pasajera a los verriondos marinos y soldados sitos en los diferentes puestos de la enorme y salvaje Amazonia que le tocaba atender con su servicio de visitadoras a cuarteles, puestos fronterizos, campamentos y guarniciones, es decir, a domicilio.

Manos a la obra se puso Panta, empezando por el principio y velozmente tomó posesión del emplazamiento asignado a orillas del río Itaya que serviría de puesto de mando y centro logístico (reclutador/proveedor) del servicio bajo su mando. Incorporó los dos soldados previamente identificados por la superioridad en virtud de su buen comportamiento, docilidad y “cierta indiferencia ante personas del otro sexo, pues, caso contrario, el tipo de trabajo que tendrán y la idiosincrasia del medio que los envolverá, podrían suscitar en ellos tentaciones y consiguientes problemas para el servicio”.

Pantoja rápidamente evaluó las condiciones topográficas del sitio de la nueva sede —lejos de la ciudad y del lugar poblado más próximo— con el fin de construir un pequeño embarcadero destinado a controlar desde el puesto de mando “todos los envíos y recepciones, cuando el Servicio de Visitadoras haya establecido su sistema de circulación. Limpió y acondicionó el abandonado y pútrido lugar —una verdadera porqueriza— ocupado en ocasiones por los seguidores de una secta fanática liderada por un llamado Hermano Francisco de origen extranjero a objeto de llevar a cabo ritos y ceremonias, y construir cruces de madera para cuando llegara el inminente y cercano fin del mundo.

Vargas llosa dirigiendo Pantaleón y las visitadoras 1975
Vargas llosa dirigiendo la primera adaptación cinematográfica de ‘Pantaleón y las visitadoras’ en 1975. Dijo «Fue una catástrofe» y nunca más intentó hacer cine.

Realizó prontamente el trazado y levantamiento de mapas operacionales y de organigramas de tareas para ir concretando un modus operandi así como una organización flexible y ágil. Utilizó todas sus dotes para las matemáticas, el cómputo y la estadística a fin de precisar la extensión y la magnitud del complejo esfuerzo que debía emprender más temprano que tarde. Así fue que como fruto de su evaluación, Pantoja, con rigurosa precisión de cirujano o de joyero, contabilizó: “el Servicio de Operadoras cubrirá un área aproximada de 400.000 kilómetros cuadrados que incluye como centros de usuarios potenciales a 8 Guarniciones, 26 puestos y 45 campamentos hacia los cuales los medios de comunicación primordiales, a partir del puesto de mando y centro logístico, son el aire y la vía fluvial (…) aunque en algunos casos excepcionales el transporte por tierra (cercanías de Iquitos, Contamana y Pucullpa)”.

Especial atención le otorgó Pantoja —como si tratara de un mercadólogo o de un experimentado técnico en la elaboración de encuestas— al  diseño de un detallado y complejo cuestionario que envió raudamente a todas las Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, cuya respuesta —al decir del apresurado capitán— fue entusiasta, rápida y eficaz. Como resultado de esa encuesta, el jefe del aún no estrenado servicio de visitadoras calculó que el número de prestaciones sexuales que debería proporcionar el SVGPA para atender los requerimientos mínimos del personal de tropa de la V Región (Amazonía), estaría en el orden de las 104.712 por mes, cifra que —abrumadora— consideró como un ideal hacia el cual tender, el que lenta y pacientemente, con su acostumbrado tesón, se propuso alcanzar.

Más complejo para Pantoja resultó el conocimiento del ignoto negocio burdelesco y, por supuesto, el inaplazable reclutamiento de las pioneras visitadoras amazónicas que deberían ser la punta de lanza del proyecto castrense. A estos fines Pantaleón, ya no como el capitán Pantoja sino como un mercader recién establecido en la ciudad, estableció contacto con un cafiche de origen chino, una madama y su asistente —un hombrecito de muy baja estatura—  que regentaba el principal burdel de Iquitos, quienes subsecuentemente pasarían a formar parte del equipo de asesores del jefe del servicio. Pudo el falso comerciante —después de una inacostumbrada noche de tragos con la inevitable resaca y la pendencia conyugal respectiva— tener mejor conocimiento de la rutina del burdel, así como de la agotadora dinámica llevada a cabo por las trabajadoras sexuales de la casa de lenocinio; para su tranquilidad Pantoja concluyó que: “Aparte de las meretrices que trabajan en establecimientos (además de la Casa Chuchupe hay en la ciudad otros dos del mismo género, aunque al parecer, de inferior jerarquía) existen en Iquitos gran número de mujeres, apodadas ‘lavanderas’, que ejercen la vida airada ambulantemente, ofreciendo sus servicios en casa, de preferencia al oscurecer y al amanecer por ser horas de débil vigilancia policial, o apostándose en distintos lugares a la caza de clientes, como la Plaza 28 de julio y alrededores del Cementerio. Que por esta razón parece obvio que el Svgpa no tendrá no tendrá dificultad alguna en reclutar personal pues la es sobradamente suficiente para sus módicas posibilidades iniciales”. Aunque advierte también que el hecho del cafichazgo o macronería “deberá ser tenido en cuenta por el Servicio de Visitadoras a la hora del reclutamiento del personal, pues es indudable que estos sujetos podrían ser una fuente de problemas.”

Con el fin dotar de recursos al servicio para que su objetivo fuera posible, Pantoja logró que le asignaran un viejo hidroavión de la Fuerza Aérea peruana así como unas lanchas rápidas para poder transportar diligentemente a las visitadoras a sus lugares de trabajo sexual. Igualmente, concibió “con el fin de dar fisonomía propia y distintiva al Svgpa y dotarlo de signos representativos que, sin delatar sus actividades al exterior, permitan al menos a quienes lo sirven reconocerse entre sí, y a quienes servirá identificar a sus miembros, locales, vehículos y pertenencias, el suscrito ha procedido a designar el verde y el rojo como los colores emblemáticos del Servicio de Visitadoras, por el siguiente simbolismo: a. verde por la exuberante y bella naturaleza de la región Amazónica  donde el Servicio va a fraguar su destino y b. rojo por el ardor viril de nuestros clases y soldados que el Servicio contribuirá a aplacar…”

Pantaleón y las visitadoras film.
El peruano Salvador del solar y la colombiana Angie Cepeda en la segunda (y mucho mejor) adaptación de la novela por Francisco J. Lombardi en 1999.

Acucioso y prolijo en detalles, esta vez con el objetivo de conocer mejor las particularidades del negocio que exitosamente —como todo lo hecho a lo largo de su intachable carrera castrense— debería emprender, Pantoja leyó libros, folletos, manuales y revistas sobre el tema de la sexualidad  y vista la precariedad del acervo bibliográfico sobre el tema en las escuetas y desprovistas librerías de Iquitos, el capitán pidió apoyo de la Superioridad para  dotar al servicio de información científica pertinente “en todo lo tocante a la actividad sexual, masculina y femenina, de teoría y práctica, y en especial documentación sobre asuntos de interés básico como enfermedades venéreas, profilaxia sexual, perversiones, etcétera, lo que, sin duda, redundará en beneficio del Servicio de Visitadoras”.

No contento con la información libresca, folletinesca y manualesca, Pantoja decidió probar elixires, brebajes, licores, jarabes, fragancias, pociones, bebedizos, pócimas, frotaciones, remedios, ungüentos, babosas, lavados, raíces, cremas, masajes, baños, cocimientos, conchas, lociones, flores, huevos de lagarto, sangre de culebra, sopas, fricciones, amasamientos, insectos, plantas, perfumes, aguas preparadas al efecto, en fin, todo aquello que pudiese incidir en la buena marcha del negocio y en la mejor prestación del servicio. Siempre previsor en busca de la eficiencia corporativa, Panta recomendó repartir folletos eróticos y sugestivos entre los candidatos a la prestación del servicio antes de su ingreso al cuchitril improvisado, considerando que esta iniciativa reduciría el tiempo calculado de la pasajera coyunda; igualmente prohibió, gallarda y valientemente, que determinadas sustancias alentadores del sexo se incluyeran en el rancho de la fogosa tropa. Y por supuesto, estableció sueldos justos y de mercado para sus colaboradores, y para las díscolas visitadoras determinó estrictas tarifas por el servicio a prestar y eventuales multas por conducta inapropiada.

A pesar de que el capitán Pantoja sentenciaba desde sus inolvidables, gloriosos y gozosos tiempos de cadete: “que no hay misión que no ofrezca dificultades y no hay dificultad que no pueda ser vencida con energía, voluntad y trabajo”. Sin embargo, en este caso, las dificultades lo superaron, veamos:

  • La Iglesia: Como un Quijote marcial, Pantoja ha podido decir que “con la Iglesia hemos topado”. En efecto, desde el inicio mismo del proyecto, el capellán de la V Región se opuso vivamente a su ejecución: “Protesto como sacerdote y también como soldado, mi general (…) Porque esos abusos hacen tanto daño a la institución como a las víctimas”. Posteriormente, ya robustecido y maduro el impúdico e inmoral proyecto del capitán, se presentó, en la Comandancia de la V Región Amazónica, el Obispo de Iquitos con su estado mayor de curas y monjas advirtiéndole al general: “Tengo el pesar de anunciarle que si el llamado Servicio de Visitadores no desaparece, excomulgaré a todos los que trabajan con él o lo utilizan (…) Se han violado ya los límites  de la decencia y el decoro”
  • Las Fuerzas Armadas: No hay peor cuña que la del mismo palo; los celos y rivalidades que brotaron en el seno del componente militar amazónico en vista de la importancia y la eficiencia del Servicio de Visitadoras, no se hicieron esperar. Reclamos de diferente índole y naturaleza se formularon en relación con el desempeño de Pantoja: preferencias, exclusión deliberada de los suboficiales y los altos mandos que desde el principio no fueron concebidos como candidatos a la prestación del servicio, reclamos para un aumento sustancial del número de visitadoras, inconvenientes varios derivados de atrasos por culpa del clima o de conductas inadecuadas tanto de los soldados como de una que otra visitadora. De especial relevancia fue el reclamo vivo y vehemente del jefe de la Fuerza Fluvial  del Amazonas por la no inclusión de la Armada Nacional en el himno del servicio, compuesto espontáneamente por las mismas visitadoras y que entonaban con la música de la mundialmente conocida La Raspa.
  • La radio y los formadores de opinión: Uno de los principales escollos que enfrentó Pantoja en el desarrollo de su misión fue la feroz oposición del periodista conocido como Sinchi, quien desde su muy escuchado programa radial transmitido por la Voz del Amazonas la emprendió inicialmente contra Pantoja: “¿hasta cuándo vamos a seguir tolerando en nuestra querida ciudad, distinguidos radioescuchas, el bochornoso espectáculo que es la existencia del mal llamado Servicio de Visitadoras, conocido más plebeyamente con el mote de Pantilandia en irrisorio homenaje a  su progenitor? (…) No queremos semejante furúnculo en Iquitos, a todos se nos cae la cara de vergüenza y vivimos en una constante zozobra y pesadilla por la existencia de ese complejo industrial de meretrices que preside, como moderno sultán babilónico, el tristemente celebre señor Pantoja, que no vacila, por su afán de riqueza y explotación, en ofender lo más santo que existe, como son la familia, la religión y los cuarteles de los defensores de nuestra integridad territorial y de la soberanía de la patria”.
  • La oposición familiar: Desencantada y hastiada de la nueva realidad laboral y de la actualmente lasciva conducta del hasta entones intachable y puritano Panta,  su legitima y solidaria esposa, acompañada de su pequeña cadetita concebida y nacida en el caliente Iquitos, tomó las de Villa Diego abandonando, sin más, el lascivo reino de su irreconocible consorte: Pantilandia.
  • La sociedad civil: Una verdadera piedra en la bota de Pantoja resultó la celosa actitud y la violenta conducta de distinguidos miembros de la sociedad civil amazónica —ávidos de participar en las bondades y prestaciones de Pantilandia—, las cuales condujeron a la eliminación del Svgpa y al extrañamiento de Iquitos del colectivamente repudiado capitán Pantoja, quien no pudo resistir las tentaciones de la  voluptuosa carne de la visitadora conocida como La Brasileña, cuya muerte en manos de un grupo de ciudadanos beodos y verriondos motivó que el señor Pantaleón desvelara su verdadera identidad  castrense: la de capitán Pantoja. En efecto, tal como lo desveló el diario El Oriente: “Pero la sorpresa mayor de la ciudadanía allí reunida fue ver descender de la carroza funeraria y con anteojos oscuros, al promotor–jefe del llamado Servicio de Visitadoras, el muy conocido y poco apreciado señor Pantaleón Pantoja, del que nadie, al menos que este diario sepa, conocía su condición de oficial del Ejército”. La oración fúnebre pronunciada por la congojado y revelado capitán para loar las virtudes de la visitadora–amante, terminó de sellar el destino del jefe del eficiente Svgpa: “…recordada Brasileña: Estos soldados, tus soldados, no te olvidan. Ahora mismo, en los rincones más indómitos de nuestra Amazonía, en las quebradas donde es monarca y señorea el anófeles palúdico, en los claros apartados del bosque, allí donde el Ejército peruano se ha hecho presente para manifestar y defender nuestra soberanía, y allí donde tú no vacilabas en llegar, sin importarte los insectos, las enfermedades, la incomodidad, llevando el regalo de tu belleza y de tu alegría franca y contagiosa a los centinelas del Perú, hay hombres que recuerdan con lágrimas en los ojos y el pecho henchido de cólera hacia tus sádicos asesinos. Ellos no olvidarán nunca tu simpatía, tu graciosa malicia y ese modo tan tuyo de compartir con ellos las servidumbres de la vida castrense, que, gracias a ti, se les hacían a nuestros clases y soldados más gratas y llevaderas”.

Esa luctuosa y fatídica jornada supuso una triple, dolorosa y definitiva despedida para el capitán Pantoja: de su muy amada Brasileña, del eficiente y ahora eliminado Servicio de Visitadoras de Guarniciones, Puestos de Frontera y Afines, y de Iquitos; por un tris no fue expulsado del glorioso Ejército peruano.

Antes de abandonar para siempre la capital de la Amazonía para trasladarse a Lima, a fin de ser severamente evaluado por la Superioridad castrense y de ser asignado, esta vez no como premio sino como castigo, a la guarnición de Pomata bien lejos del Amazonas y vecina del lago Titicaca,  en vez del calor al frío de la puna, Pantaleón Pantoja, Panta, Pantita, Pan—Pan, el Señor de Pantilandia, en su última noche en Iquitos, deambulando pos sus tórridas y húmedas callejas, cabizbajo, desolado, triste, despechado, solo, repudiado y abandonado, el capitán cavilaba y evaluaba:

“No es que me dé pena (…) Después de todo, son tres años de mi vida. Me dieron una misión difícil y la saqué adelante. A pesar de las dificultades, de la incomprensión, hice un buen trabajo. Construí algo que ya tenía vida, que crecía, que era útil. Ahora lo echan debajo de un manotazo y ni siquiera me dan las gracias”.                                  

 

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