Big Eyes
Margaret Keane -el personaje real interpretado por Amy Adams- todavía vive y pinta.

Tim Burton es –qué duda cabe–  uno de los directores más raros del cine contemporáneo. Desde sus inicios en el cine de animación hasta su paso a una película de gran presupuesto (el primer Batman, allá por 1989) hasta su persistente y exitosa carrera posterior, su cine tuvo siempre un rasgo distintivo. Sus personajes no solo eran seres disfuncionales, de sustrato tenebroso y obvias malformaciones mentales o incluso físicas, sino que, en muchas ocasiones, se daban además el lujo de tener un correlato en la realidad, o en el imaginario colectivo. Así surgieron los dos Batman, Ed Wood, el peor director de la historia del cine, Sleepy Hollow, el jinete sin cabeza, Sweeney Todd, el barbero londinense loco y con navaja y algunos más. En todo caso lo que define su estilo no es el acercamiento a estos seres torvos, que en cualquier otro contexto darían miedo, sino el hecho, mucho más inquietante, de que el director logra acercarlos al espectador, dejarlos contar su historia, enternecerlos y, de alguna forma mágica pero no menos tortuosa, hacer que ese espectador sienta por ellos una simpatía no exenta de resistencia. Ojos grandes, título original del menos taquillero, Retrato de una mentira, es, en ese sentido, una rareza dentro de la muy rara carrera de Burton. La película toma un caso real, el de la pintora Margaret Keane, autora de obras muy exitosas a partir de los cincuenta pero cuya fama la eludiría hasta 1970, fecha en que admitió, en un programa de radio, ser la verdadera autora de sus obras, cuya autoría había sido usurpada hasta ese entonces por su esposo.

Hay una ironía inicial, muy de Tim Burton, en el planteo de la película. El rasgo distintivo de las pinturas de Keane son los ojos grandes, mezcla de ingenuidad, sorpresa de estar vivo y ternura que irradian. Sorprendentemente esos ojos descomunales, desproporcionados, no le permiten ver a quien los pinta, lo que realmente está ocurriendo y la servidumbre a la que es sometida. El resto del film está fuera de contexto en la obra de Tim Burton, lo cual está lejos de desmerecer la película. El director, a contrapelo de su estilo, tal vez porque la historia es en sí suficientemente disfuncional, cruel e inverosímil, adopta un tono realista, casi ingenuo con el que va contando las desventuras de la protagonista, su progresiva caída en las garras del esposo, su anulación como ser humano y como artista, para mejor gloria de su victimario. Apenas se salvan de esta aproximación un personaje y un momento. El verdadero personaje ortodoxamente burtoniano es, por supuesto, el esposo, un Christoph Waltz deliberadamente untuoso, falsamente simpático y demasiado caricaturesco como para ser tomado en serio, salvo por el hecho de que estamos en una película de Tim Burton y, bajo la cáscara falsamente realista ya anotada, Margaret Keane, en su ingenuidad y vulnerabilidad, es una versión mejorada, de El joven manos de tijeras, Ed Wood, o tantos otros, porque el rasgo que siempre ha caracterizado a sus antihéroes es moverse en un mundo que se define por su peligrosidad. Hay otro momento ese sí, digno de sus mejores películas, cuando la heroína entra a una tienda y todos los personajes tienen los ojos que ella dibuja. El resto del film es engañoso, porque no están presentes los juegos oníricos del director, las siluetas que se confunden con un paisaje ominoso o ese juego permanente entre el sueño y la vigilia, que lleva al espectador a desconfiar de todos los datos que sus películas proponen como verdaderos. En este caso el movimiento parece ser el inverso, narrar desde la realidad una historia que comulga con los arcos más permanentes de su narrativa, escondiendo ese universo de víctimas y verdugos confundidos entre sí, en una nota de falso realismo.

El punto es que sin embargo, el mundo de Burton no ha cambiado, la maldad sigue allí, disfrazada de falso optimismo, simpatía y falso interés por el bienestar de la pareja. Pero lo peor es que esa maldad tiene un correlato en la ingenuidad, en la incapacidad de defenderse en un mundo que, sin embargo muestra salidas. Como siempre en ese universo, cabe la posibilidad de un final feliz (lo era el de Ed Wood, que se alejaba convencido de haber hecho, por una vez una buena película, o el de Batman, que mal o bien, derrota a sus villanos). Tal vez sea este el único punto disonante en la carrera siempre tan negra de Burton. Margaret Keane todavía vive y pinta.

Retrato de una mentira (Big Eyes) EEUU. 2014. Director Tim Burton. Con Amy Adams, Christoph Waltz, Danny Huston, Jon Polito.

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