Xavi Ayén (Barcelona, 1969) es periodista cultural en el diario La Vanguardia de Barcelona, donde escribe desde el año 1991. Especialista en literatura, es coautor, junto al fotógrafo Kim Manresa, del volumen RebeldÃa de Nobel (2009), que recoge sus entrevistas a una veintena de premios Nobel de literatura —como esta con Günter Grass— en sus lugares de residencia, y que ha sido traducido a tres lenguas.  En esta conversación —a finales de la década pasada— el Nobel alemán de 1999 confesó de su propia voz el pecado de haber apoyado a Hitler.
El suave traqueteo del tren y un sol radiante que se filtra a través de la ventanilla predisponen a algunos pasajeros al sopor. Justo al llegar a Lübeck, abren los ojos con un leve sobresalto y sonrÃen, como si hubieran aterrizado en un cuento de hadas de los hermanos Grimm. El casco antiguo de esta ciudad, con la imponente puerta Holstertor de ladrillo rojo, parece el escenario perfecto para Cenicienta, su prÃncipe y otros personajes de fábula medieval. Lübeck, construida en la segunda mitad del siglo XIII, es patrimonio de la Humanidad desde 1987 y sus habitantes presumen de haber inventado el mazapán, asà como de tres personalidades ilustres: sus hijos naturales Thomas Mann y Willy Brandt, y uno adoptado, el premio Nobel Günter Grass.
Günter Grass vive, en realidad, a unos 25 kilómetros, en la pequeña Behlendorf, pero también tiene casa en Lübeck. Una amplÃsima casa-museo, con una extensa parte destinada a los visitantes y una buhardilla, más reducida, que es su territorio particular. De hecho, Grass es un ferviente admirador del polÃtico socialdemócrata Willy Brandt (1913-1992), a quien le escribió muchos discursos, y también del escritor Thomas Mann (1875-1955), una de sus grandes influencias, quien también obtuvo el premio Nobel de literatura en 1929, setenta años antes de que lo hiciera el propio Grass. Lübeck es, asÃ, un polo del turismo literario europeo, con dos imanes principales: la Casa Buddenbrook —un auténtico templo consagrado a la familia Mann, que vivió en ella— y la de Grass, inaugurada en el año 2002. Un completo merchandising local acentúa el culto al escritor: piezas de madera para aguantar libros, tazas, llaveros… incluso botellas de vino Günter Grass, con la etiqueta dibujada por el propio escritor.
Nuestro primer contacto con él se produce en el jardÃn de su casa-museo, a la sombra del enorme Pleuronecto, una de sus esculturas gigantes que salpican este espacio al aire libre. El escritor es, también, un productivo artista plástico (como el chino Gao Xingjian) y buena parte de las instalaciones está destinada a mostrar sus dibujos y esculturas, casi siempre relacionados con temas de sus libros. Junto a dos cabezas humanas que emergen de la grava, nos cuenta que “esa señora con tres pechos que ven ahÃ, por ejemplo, refleja la diosa Aya, que alimentaba a los pescadores con sus ubres y aparece en mi novela El rodaballo. Después de un libro, suelo esculpir: en comparación con la literatura es algo tonto, mecánico, no necesitas el cerebro, que te puede incluso molestar. Aquà organizamos muestras de otros escritores-artistas: los dibujos de Hermann Hesse u Otto Pankok, las acuarelas de Goethe…â€.
Subimos con él varios pisos por una estrecha escalera que conduce a un desván en penumbra, donde unas vigas de madera pintadas de azul celeste dan un toque de color. Grass se sienta junto a una amplia mesa, para encender tranquilamente su pipa. Unas escalerillas metálicas conducen todavÃa a un altillo, que imaginamos último refugio del artista. En el alféizar, reposan otras dos esculturas suyas, éstas de arcilla: dos bailarines entrelazados y una cabeza de la que brota un falo. Al otro lado de la ventana, entre casas de ladrillo rojo, desfila un grupo de niños, todos con un violÃn en la mano.
En una especie de atril descansa una máquina de escribir de las de antes, con cinta de colores. Una autentica Olivetti-Letera, sus favoritas. “¡No, no es una pieza del museo! ¡Yo las utilizo! Tengo varias: una en mi casa de Portugal, donde paso el invierno, otra en la isla danesa de Mon, para el verano, y otra en Behlendorf. Están en una posición elevada porque yo escribo siempre de pie. Para mÃ, escribir no es tan diferente de pintar o esculpir; escribo en bruto, como si trabajara con arcilla: introduzco irregularidades en el manuscrito y luego las voy moldeandoâ€.
En las estanterÃas se amontonan libros, papeles, carpetas y clasificadores, en un aparente desorden. Hay una pelota de fútbol con frases de escritores alemanes sobre este deporte. Grass mantiene la pipa en la mano, pero se le apaga a menudo, lo que refuerza la idea de que se trata más de una cuestión estética que de otra cosa. En la pared, hay varios cuadros suyos.
Escuchando la dureza con que Grass habla de sà mismo, uno se pregunta: ¿por qué la prensa alemana se encarnizó con él? En realidad, no fue por lo que contaba (una experiencia bélica que compartieron millares de compatriotas suyos) sino porque algunos comentaristas consideraban que alguien con semejante pasado no estaba legitimado para haber actuado tan a menudo, como hizo Grass, de ‘caza-nazis’ y de crÃtico feroz de los personajes de la vida pública con un pasado polÃtico en el Tercer Reich. “¿Cómo se atreve a habernos dado lecciones durante tanto tiempo?â€, le dijeron, en letra impresa, diarios de varias tendencias polÃticas.
Grass, combativo, tiene interés en aclarar algunos aspectos de la polémica: “Primero, no ‘confesé’ de repente ahora lo de las SS. Nunca presumà de antifascista, nunca callé que fui voluntario en la guerra. Y, hasta los años sesenta, siempre, cuando me preguntaban, yo admitÃa que habÃa estado en las SS. Luego, cada vez me costó más aceptar esa parte de mi pasado, me lo querÃa ocultar a mà mismo por vergüenza. Yo sabÃa que en algún momento volverÃa sobre eso… SÃ, lo hice tarde pero, a la vez, nunca es tarde para esas cosas. Lo que no querÃa, de ningún modo, es maquillarloâ€.
“¿Quiere saber de lo que realmente me culpo? No es de haber callado durante 40 años algo que ya habÃa dicho antes. Lo que más me duele —y, curiosamente, nadie me ha criticado por ello— es todo lo que no hice y podrÃa haber hecho durante aquella época: cuando a un tÃo mÃo lo fusilaron, muy al principio de la guerra, cuando se llevaron a un compañero de clase y a un maestro de mi escuela, cuando un soldado que era testigo de Jehová y se negaba a coger el fusil también desapareció… Yo no movà un dedo por nadie, ni siquiera hice preguntas, no querÃa verlo, no querÃa saber. Mataban gente que conocÃa, o los llevaban a campos, y yo miraba hacia otro lado. ¿Se da cuenta? Ése es el dolor más grande que tengo, un dolor que ya no me abandonará jamásâ€.
—Algunos dicen que ya no es usted el referente moral de los alemanes.
—Estoy encantado de no serlo. La prensa me adjudicó graciosamente el tÃtulo de ‘conciencia de la nación’, como antes habÃan hecho con Heinrich Böll, pero yo, simplemente, lo unico que he hecho siempre es hacer uso de mi derecho a la libertad de expresión. Ahora, la misma prensa, en una campaña atroz de linchamiento, ha roto ese tÃtulo que me dio. Es una alegrÃa.
—Pero ¿qué hay de sus crÃticas a los polÃticos, jueces o militares que tuvieron un pasado nazi?
—Eran polÃticos adultos que ocuparon puestos claves dentro de destacadas organizaciones del poder nazi, en algunos casos traicionando a la república democrática anterior: un alto funcionario del departamento de propaganda, un promotor de las leyes de raza… ¿Eso es lo mismo que un chaval, como yo, que tenÃa seis años cuando Hitler subió al poder? ¿Eso me impide criticar a un viejo nazi como Kiesinger? ¿Por qué? Hoy se publican muchas autobiografÃas, como la del historiador Joachim Fest (fallecido recientemente), donde todos se declaran antifascistas. Pura invención. Mire, a mi tÃo Franz, que era cartero y no se metÃa con nadie, lo ordenó matar un juez militar que continuó ejerciendo después de acabada la guerra. Mi tÃo dejó mujer y cuatro hijos de mi edad. A ese tipo de personajes los seguiré criticando siempre.
En el pasillo de la planta baja, una exposición repasa la biografÃa de Grass, con profusión de fotografÃas antiguas. En ellas, le vemos con aspecto de leñador: alto, joven, fuerte, con la cara despejada y un prognatismo (mandÃbula salida) que los años y el bigote han suavizado claramente. Algo de la virilidad de aquel muchacho permanece en los ataques a la prensa alemana que ahora profiere Grass. “Antes, en mi paÃs, existÃa una diferencia entre el Frankfurter Allgemeine Zeitung y el Bild, pero ahora el sensacionalismo se ha vuelto una costumbre incluso en los diarios que se llaman seriosâ€.
¿Tanto le afectó la lluvia de crÃticas? “Me pilló en mi casa de Dinamarca. Estaba dibujando, como hago siempre que acabo un libro, y lo seguà haciendo, además de ponerme a escribir poemas sobre todo el follón. No podÃa dormir, pero la poesÃa y el dibujo me ayudaron y, en los momentos más duros de insomnio, me entregué a la relectura de Tristam Shandy, el clásico de Laurence Sterne, que me calmó muchÃsimo, ¡es increÃble lo terapéutica que puede ser una obra maestra de la literatura, en este caso tan divertida! Me devolvió la sonrisa…†De los poemas que escribió ha surgido el libro Dumme August, recién aparecido en Alemania y que puede traducirse como Tonto agosto (el mes más álgido de la polémica) o como Augusto el tonto, por el payaso de cara blanca en las funciones de circo, que recibe los ataques de los otros.
En su libro, hay una anécdota que merecerÃa ser cierta: Grass sostiene que coincidió en el campo de prisioneros con un joven Joseph Ratzinger, el actual papa Benedicto XVI. “Los hechos probados son los siguientes —explica—: Ratzinger fue hecho prisionero en el campo de Bad Aiblingen, el mismo en el que estuve yo en la misma época. O sea, es cierto que coincidimos en ese campo. Y yo conocà allá a un bávaro llamado Joseph, de mi misma edad, cuya aspiración era hacer carrera en la jerarquÃa eclesiástica. Lo estoy viendo ahora mismo: los dos tenÃamos piojos, jugábamos a dados y masticábamos comino de la misma bolsa, para distraer el hambre. Él me intentaba convencer de que volviera al catolicismo, con una voz queda y algo fanática, pero yo le decÃa que querÃa ser artista. Le hablaba de mujeres, pero él no querÃa saber nada de eso. TenÃa esa manera suave, penetrante, de hablar de los que están persuadidos de tener una creencia verdadera. No dejaba de explicarme que la Inmaculada Concepción era un hecho real. Yo le replicaba hablando mal de la virgen y enumerándole todos los instrumentos de tortura con los cuales se habÃa hecho sufrir a gente en nombre de su venerada Madre de Dios. Él, impertérrito, bajo la lona, me leÃa textos piadosos en voz baja, de un librito encuadernado en negro, y yo pensaba: ‘Madre mÃa, ¡este tÃo no llegará a nada en la vida!’. Unos periodistas alemanes indagaron en el Vaticano, y la respuesta de la Santa Sede ha sido que eso se trata de ‘un asunto privado’â€.
El tema central de su libro “es la falsedad de la memoria. Cómo nuestros recuerdos siempre mienten: cambian el orden de los hechos, dan sentido a lo que no lo tuvo, embellecen, dignifican… Por eso me limito a lo que hice, a los aspectos concretos, lo objetivo. No quiero divagar-inventar sobre mis pensamientosâ€.
—¿Por eso habla de la violación de su madre por soldados rusos sin asombro de odio?
—Cuento lo que sucedió. Sólo supe por mi hermana que la habÃan violado varias veces. Mi madre protegió a mi hermana, que tenÃa 14 años, diciendo a los soldados: “Cójanme a mÃ, dejen a la muchacha en pazâ€. ¿PodÃa haberlo explicado de otra forma? No lo sé.
—¿No recuerda haber odiado nunca?
—No. Para mÃ, el enemigo era una idea abstracta. Éramos muy jóvenes y nuestra fuente de información era la propaganda. Yo querÃa huir de mi familia, que me agobiaba, del piso donde vivÃamos todos en una sola habitación y del wáter que compartÃamos en el entresuelo cuatro familias, querÃa abandonar la pobreza. Soñaba con ser un héroe de guerra, hundir barcos, hacer explotar tanques enemigos y derribar los aviones aliados que perpetraban ataques terroristas. Llevar uniforme atraÃa las miradas y reforzaba mi yo interior. Cuando no lo llevaba sentÃa vergüenza de mis pantorrillas y calcetines.
—¿Mató a alguien?
—Nunca busqué una diana con el visor, nunca apreté el gatillo, pero solamente vivà una semana de plena guerra en el campo de batalla. Tampoco fue por ningún mérito especial.
Sacude la pipa en el cenicero antes de volver a llenarla de tabaco y recordar que “siempre le prometà a mi madre que serÃa un artista famoso. No pensé en ella cuando me dieron el Nobel, ya muy mayor, pero sà cuando leà fragmentos de El tambor de hojalata y los colegas escritores me dieron un premio de 4.500 marcos, algo muy importante, mucho más que el Nobel porque entonces vivÃa en ParÃs, era muy pobre, escribÃa en un sótano infecto que me hizo coger una tuberculosis, y esa cantidad me permitió seguir escribiendo. Fue sólo cuatro años después de la muerte de mi madre y ahà sà me hubiera gustado que estuviera presenteâ€.
Algo que le debe a su madre es, por ejemplo, “que me nombrara cobrador de las deudas del colmado familiar. Como no tenÃa paga, y en cambio sà recibÃa una comisión de lo que conseguÃa cobrar, desarrollé una habilidad especial para conseguir que la gente me aflojara el dinero, y eso después me ha servido para mostrarme intransigente con los editores. Por otro lado, esa misma vivencia ha dado riqueza a mi literatura: entré en muchos pisos ajenos y he aprendido cosas interesantes sobre todos los estratos sociales, eso ha sido un material impagable para mi obra posteriorâ€.
Cuando Grass contempla la bahÃa de Lübeck, al fondo, se acuerda de aquel testigo de Jehová que no querÃa empuñar un arma durante la guerra. “Al publicarse mi libro, me vino a ver una mujer que conocÃa su historia completa y me la contó: habÃa coincidido con él como prisionera en el campo de concentración de Danzig. No solamente sobrevivió a ese campo sino que fue embarcado en una nave de prisioneros, huyendo de los rusos, que atracó ahÃ, en la bahÃa de Lübeck. El barco estaba atestado de prisioneros, de varios campos, y unos aviones británicos lo bombardearon por error… ¡pero él también sobrevivió!â€. El mismo Grass salvó la vida por casualidad, al no saber montar en bicicleta y no acompañar a sus compañeros en una huida en la que fueron abatidos por los disparos enemigos. “Jamás aprenderé a ir en bici, se lo aseguro, mis hijos lo han intentado pero…â€. “Tengo seis hijos —aclara—, dos de los cuales son de mi mujer actual, Uta, ¡y 16 nietos! Todo en mi vida es épico, ja, ja. Los hijos hacen su camino y se equivocan o no sin seguir los consejos de sus padres pero, en cambio, ya tengo tres nietos que intentan escribirâ€, comenta con orgullo.
De repente, una voz severa interrumpe el discurso de Grass, que da un respingo.
—¡Señor, aquà no se puede fumar!
Es el portero, uniformado en gris, del hotel Palace de Madrid, donde, unas semanas después de nuestro primer encuentro en Lübeck, hemos continuado la conversación. Grass apaga su pipa mientras murmura una frase en alemán que, a nuestros oÃdos, suena algo asà como “brrr… polizei!â€. Nos explica que “por una enfermedad arterial, me convertà en fumador de pipa a mediados de los setenta, antes liaba cigarrillos. Ahora no puedo separarme de ella, sólo la dejo de usar cuando modelo arcillaâ€.
La prensa del dÃa trae la noticia de que se acusa a Ryszard Kapuscinski de haber colaborado con los servicios secretos de la Polonia comunista. Grass, nacido en Gdansk, entonces una ciudad alemana y hoy polaca, afirma que “el fervor cazacomunista de los hermanos Kaczynski es una recaÃda en lo peor de la historia polaca, es utilizar exactamente los mismos métodos que las dictaduras. Además, ¡qué absurdo! Es lo mismo que sucede en Alemania: se esgrimen los archivos de la Stasi, la temible policÃa secreta comunista, como si fueran la verdad absoluta. ¡Por favor! Hay gente que se cree a ciegas esos papeles, y olvidan que en muchos casos se trataba de informaciones falsas que proporcionaban soplones de baja cataduraâ€. Grass pasa una temporada en Polonia al menos cada dos años desde 1958 “porque pertenezco a los 14 millones de alemanes que perdieron su tierra natal como consecuencia de la guerra. El mayor logro de la posguerra fue integrar a tantos millones de refugiados. En las dos Alemanias se promulgaron leyes que obligaban a las familias a darnos cobijo. Siempre me he sentido muy vinculado a Polonia y es mi obligación ayudar en la protesta contra este gobierno. En España también he detectado un peligroso auge del integrismo católico, que quiere intervenir en polÃticaâ€.
De repente, llega Hans Grunert, uno de sus seis hijos, fotógrafo residente en Madrid, quien lo saluda afectuosamente. Grass nos recuerda entonces que “puse punto final a mi libro de memorias aquÃ, en Madrid, en un apartamento que alquilé en la plaza Mayor, donde dibujé las cebollas que ilustran los diferentes capÃtulosâ€.
Pasamos a abordar la sinceridad con que, en el libro, ha abordado aspectos como la sexualidad. ¿Es verdad que, en el ejército, un poco más y se vuelve homosexual? “Bueno, a menudo nos tocábamos los unos a los otros pero esa experiencia no es nada especial, al menos en la época, con una educación militar muy temprana, con miles y miles de jóvenes que pasábamos nuestra pubertad encerrados en cuarteles exclusivamente con chicos. No tuve una relación sexual con una chica hasta los 18 o 19 añosâ€. Pero confiesa que, cuando acabó la guerra, “en lo único que pensaba era en mujeres, dormido y despierto, todos los pensamientos iban dirigidos a lo mismoâ€.
Grass sigue opinando, como siempre ha hecho, sobre polÃtica. Mantiene sus crÃticas a la reunificación alemana: “La realidad ha sido aún peor de lo que yo predije. Yo no me opuse a la unidad alemana, pero sà a que aquello fuera una anexión, una OPA a 16 millones de personas por parte del capitalismo vecino. Todo debÃa haberse hecho de forma más cuidadosa, lenta y sobre la base del federalismo. Yo propuse una liga de Estados alemanes. Me llamaron de todo: vendepatrias fue lo más suave… Pero ¿qué ha sucedido hoy? La cifra de desempleados es enorme en la gente del este, y 90% de las propiedades inmuebles y del suelo de la ex RDA ¡está en manos de alemanes occidentales! Es algo terrible…â€
Sobre la gran coalición que gobierna su paÃs (democristianos y socialdemócratas, los dos principales partidos), cree que “es una enorme aglomeración del poder, que obra por debajo de sus posibilidades. Por ejemplo, han rectificado totalmente su idea inicial de reforma del sistema sanitario, a causa de las presiones de los lobbies ―la industria farmacéutica, las asociaciones de médicos, los seguros médicos…―. Decimos que los enemigos de la democracia son la extrema derecha, la extrema izquierda, los islamistas… Pero, en realidad, podrÃa probar que los que, realmente, están vaciando de contenido nuestras libertades son las grandes industrias, los bancos… fuerzas que actúan con éxito sobre el poder legislativo. Empresas que despiden a gente mientras sus acciones suben, una perversión escandalosa a la que nos hemos acostumbrado, y que dicen, además, cómo han de ser las leyes. Los polÃticos aceptan su chantaje; si no se les hace caso, amenazan con llevarse sus fábricas al extranjero, y eso da miedo. Una gran coalición habrÃa podido ofrecer resistencia a esto, pero no lo haceâ€.
Antes de despedirnos, Grass explica que “jamás recibà tantas cartas de lectores como con este libro. ¿Y sabe qué me dicen? Que por fin han podido hablar de la guerra con sus nietos, con sus abuelos… Eso, al final, se sobrepone a toda polémica. Hay que hablar, incluso de lo más traumático, sacarlo todo. Yo no he podido o sabido hasta ahora, de acuerdo, pero estoy muy contento de haberlo hecho. Me resultó desagradable hablar con el joven que fui, pero me obligué a hacerlo. Mi generación nunca superará este tema, nunca habrá un punto final. Yo seguiré escribiendo sobre ello, se lo garantizo. Seguiré teniendo la boca abierta. Y mis enemigos tendrán que aguantarseâ€.
*Publicado originalmente en www.las2sillas.co.
http://www.las2orillas.co/no-quiero-nadie-excuse-fui-de-la-s-s-nazi-gunter-grass/