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La mirada dudosa de una monja entre la verdad y la mentira

 Estamos ante un ejercicio narrativo impecable. Sobria y precisa, La duda puede vincular de manera muy coherente, al abrir la película, el primer sermón del padre Brendan Flynn con la última y desconcertante confesión de la hermana Aloysius Beauvier, directora de la escuela privada católica Saint Nicholas, en el Bronx de 1964. Principio y final de un drama sobre la fe, la intolerancia y la compasión. Un año antes había sido abatido John Fitzgerald Kennedy en Dallas. La duda sobre el futuro de un país se había posesionado de una población que esperaba grandes cambios de un presidente católico de origen irlandés. A su vez, el Vaticano daba muestras de reforma en la Iglesia. La integración de la población afroamericana se mostraba como una necesidad. Estaba a punto de estallar una de las décadas más transformadoras del siglo pasado. Y allí, en ese barrio neoyorquino, a punto de entrar en invierno, se lleva adelante el duelo entre la rígida madre superiora del colegio y un progresista cura que aboga por los cambios de la función sacerdotal. Mucho se ha hablado sobre la pederastia como tema central de la obra de teatro de John Patrick Shanley —ganadora del Pulitzer y del Tony— que inspiró el film dirigido por el propio autor. Pero no, el tema central no es la pederastia sino la duda de nuestra conciencia sobre el bien y el mal.

En septiembre de 2007 se estrenó la obra en Caracas, bajo la precisa dirección de Matilde Corral y con las excelentes actuaciones de Elba Escobar, Luigi Sciamanna, Beatriz Vásquez y Mariaca Sempún, con notable éxito de público y crítica. En el caso de la película, no sé si sería apropiado hablar de cine de texto, a la usanza del teatro, pero es indudable que los diálogos de La duda son reveladores de su verdadera esencia dramática. La posibilidad de una conducta impropia entre un sacerdote y un adolescente negro en el marco de un colegio muy conservador de ese sector de Nueva York constituye el motor de un conflicto dramático que se desarrolla muy kafkianamente, aunque, en este caso, el proceso no llegue a las instituciones de la justicia. Pero la situación tiende a parecerse a un juicio que toma prestado mucho del absurdo aunque no sean iguales sus consecuencias. A partir de una inocente sospecha de la joven e inexperta hermana James se dispara la duda de la sagaz madre superiora, quien de inmediato la convierte en certeza. Una implacable monja que condena el uso de los bolígrafos —estamos a principios de los sesenta— y de cualquier manifestación de la modernidad representa la postura de los “comisarios ideológicos” de un catolicismo inquisidor. El orden, la disciplina, la austeridad y la vigilancia conforman los valores de una monja dispuesta a llevar a juicio a un sacerdote a quien sospecha pederasta. Pero no hay prueba definitiva de esa condición. Ella tiene sólo una sospecha pero, sin embargo, lo condena. Busca su expulsión, propicia su castigo. Logra su objetivo. Pero, en realidad, ¿es el sacerdote un pederasta? ¿Queda claro ante el público? ¿Qué sucedió en sus otras parroquias? ¿Cuál es el valor de una mentira? ¿Cuál es el pecado capital de una religiosa que estuvo casada y enviudó? ¿Es ético condenar a alguien sin pruebas? A todos nos queda la incertidumbre.

La duda es la segunda película dirigida por el dramaturgo, actor y guionista nacido en el Bronx hace 59 años. En 1990 Shanley realizó Joe contra el Volcán, extraño film a medio camino entre la comedia y el drama que fue protagonizado por Meg Ryan y Tom Hanks. En esta segunda oportunidad trabajó la tensión dramática que se crea entre dos religiosos que tienen posiciones distintas ante el pecado. Dos perspectivas que se enfrentan en un duelo muy personal, que no trasciende su espacio oculto, pero que hiende su filo hasta el dolor. En el medio, se halla el drama de una sociedad que se sabe escindida, marcada por la intolerancia, sometida por los prejuicios, en la cual un chico negro es acosado por su raza y por su padre que no lo acepta como es. Cuando la madre superiora Aloysius Beauvier —arrolladoramente interpretada por Meryl Streep— acosa al sacerdote Brendan Flynn —con la poderosa presencia actoral de Philip Seymour Hoffman— no sólo afecta la vida de ese hombre —¿inocente? ¿culpable? ¿quién lo sabe? — sino también la de Donald Miller, ese muchacho de 12 años que busca un poco de cariño y comprensión. Uno de los diálogos más importantes —de esta película llena de diálogos fundamentales— es el que llevan adelante la directora del colegio  y la madre de Donald —muy bien interpretada por Viola Davis—, una trabajadora negra que sólo busca que su niño tenga cariño y un futuro digno. A un lado, como protagonista propulsora de la acción, la hermana James —la muy expresiva Amy Adams— encarna el valor moral de la duda, alejada de los dogmas y más cercana a la transparencia. Es la mujer que se asombra ante una mentira que es usada para consolidar una condena

La puesta en escena de La duda es impecable. Shanley sabe elegir sus encuadres y sus angulaciones. Mantiene un ritmo narrativo parejo que evita el efectismo y más bien apela a cierta poesía visual. Trabajar con dos monstruos de la actuación como Streep y Hoffman debe ser un problema para cualquier director. No obstante, se aprecia un equilibrio interpretativo que se fundamenta en la cuidadosa construcción de los personajes. Shanley logra crear una atmósfera de opresión y angustia no sólo por la intensidad de su relato sino fundamentalmente por la muy sobria y expresiva fotografía del británico Roger Deakins, el montaje muy controlado de Dane Collier, Ricardo González y Dylan Tichenor y la sugerente música de Howard Shore.

Una película como ésta se encuentra más allá de la diatriba de los premios. No es cine comercial, a pesar de tener dos muy reconocidos ganadores del Oscar en su elenco. Aborda un tema espinoso, nada fácil de despachar. Evita el tratamiento simplista o moralista. Muchos espectadores hacen comentarios absurdos durante la proyección sobre su desarrollo dramático. Pero lo más importante de una obra de teatro y de un film como La duda es que —precisamente— logran sembrar en nuestras conciencias la duda acerca de las conductas de los seres humanos a la luz del dogma —o la libertad— religiosa. Porque en el fondo es un dilema que escapa a los límites metodológicos de la fe y se convierte en un problema de conciencia y no de creencia. Por eso la confesión final de la madre superiora. Por eso el destino incierto del sacerdote. Por eso también la condena social del niño negro. Cuanta agua ha corrido bajo los puentes desde aquella Norteamérica de los sesenta que vio asesinar a los Kennedy y a Martin Luther King y ésta en la que un abogado negro de origen africano ocupa la Casa Blanca.

LA DUDA («Doubt»), Estados Unidos, 2008. Dirección y guión: John Patrick Shanley, basado en su pieza teatral. Producción: Mark Roybal, Scott Rudin. Diseño de producción: David Gropman. Fotografía: Roger Deakins. Montaje: Dane Collier, Ricardo González, Dylan Tichenor. Música: Howard Shore. Elenco: Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman, Amy Adams, Viola Davis y Joseph Foster. Distribución: Cinematográfica Blancica.

 

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