Las uvas de la ira 3Sinopsis necesaria: Tom Joad (Henry Fonda) regresa a su hogar tras cumplir condena en prisión, pero la ilusión de volver con los suyos se transforma en frustración al ver cómo los expulsan de sus tierras. Para escapar al hambre y a la pobreza, la familia no tiene más remedio que emprender un larguísimo viaje lleno de penalidades con la esperanza de encontrar una oportunidad en California, la tierra prometida.

Comentario de Jacobo Penzo. Una lectura pos-moderna de este film clásico estrenado hace 74 años —cuyo título evoca el Battle Hymn of The Republic, canto a todas las luchas del pueblo negro de Norteamérica y en el que a la vez resuenan los ecos bíblicos de la revelación— podría conducirnos también eco tras eco, resonancia tras resonancia, al oscuro prólogo a las Historias Extraordinarias de Edgar Allan Poe, escrito por Charles Baudelaire, al discurso de Warren Beatty al recibir el Oscar a mejor película por Reds, a la visión subliminal de Peter Fonda, hijo del protagonista de este viejo film, cuando sale a la ruta, como lo hizo veinte años antes su padre encarnado en Tom Joad, el ex convicto por homicidio, a buscar las abiertas praderas de la libertad. Peter, el Capitán América oculto bajo el nombre de Wyatt, eco resonante de otro héroe norteamericano, aquél apellidado Earp, empujado en las alas de la droga tal como su padre salía dos décadas antes a buscar los horizontes de la dorada California en alas de la ilusión, la tierra de la eterna primavera, el lugar donde refulgen las naranjas y el dulce néctar de la vid crece en los campos donde hoy los braseros ilegales se buscan la vida y a veces encuentran la muerte.

Me explico: Baudelaire escribió un enjundioso prólogo en el que reivindicaba a Poe, su oscuro hermano norteamericano, a su embriaguez y su vagabundeo, sus amores adolescentes y su temeraria indagación del lado oscuro y de las acechanzas de los monstruos de la perversión. El bardo francés postulaba que era tanta la codicia en ese país que llegaría el día en que los norteamericanos exhibirían al mismo demonio en una vidriera, colocándole entre los cuernos el precio de venta. No sorprende por ello que esta película sobre la miseria en la que cayó Norteamérica fruto de la codicia financiera haya sido financiada en parte por el Chase Manhattan Bank. Es fama que su estreno se realizó en una gran gala con cena incluida para banqueros y empresarios, ante el enfurruñado disgusto del director John Ford y la alegría evidente de Darryl Zanuck, productor del film, quien ya veía garantizado el dinero para su próximo película. Warren Beatty también recordó en su arrogante discurso de agradecimiento por el Oscar a Reds, como Hollywood era capaz de apostar ingentes fondos a la biografía de un irredento comunista, un enemigo jurado del capitalismo y a pesar de ello ganar enormes cantidades de dinero.  

La miseria también reditúa como prueba la larga lista de películas sobre la pobreza realizadas en nuestro subcontinente. Pero en este caso la familia miserable no está dispuesta a dejarse  someter al destino que el gran crack de 1929 parece condenarla. Los viajeros de esta road movie colectiva, están dispuestos a llevar a cabo los mayores sacrificios por seguir vivos. Pueblo que recorre el desierto de la desolación, víctimas de la codicia de los plutócratas, encontrarán al fin su redención no en la tierra prometida sino en su indoblegable voluntad de sobrevivir. Hollywood ha vencido de nuevo, en su haber una obra maestra y uno de los filmes más  hermosos en la historia del cine. 

LAS UVAS DE LA IRA (The Grapes of Wrath) USA, 1940, 129 minutos. Director: John Ford. Guión: Nunnally Johnson, sobre la novela de John Steinbeck. Música: Alfred Newman. Fotografía: Gregg Toland. Reparto: Henry Fonda, Jane Darwell, John Carradine, Charley Grapewin, Dorris Bowdon, Russell Simpson, John Qualen, O.Z. Whitehead, Eddie Quillan, Zeffie Tilbury. Productora: 20th Century Fox. Premios: Dos Oscars: a Ford como mejor director y a Jane Darwell como actriz secundaria, y siete nominaciones. National Board of Review la eligió como mejor película de 1940 y el Círculo de Críticos de Nueva York la premió como mejor película y mejor director.

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