Remanso 1Nacido en la ciudad de México, Emiliano Ruiz Parra pertenece a la generación que ha visto, en menos de tres décadas, un sismo devastador, cuatro crisis económicas, fraudes electorales, una transición inconclusa y una guerra mafiosa en su país. Reportero de temas políticos y sociales, estableció en Reforma el récord del texto más largo publicado en la historia de ese periódico: «Morir por Pemex, tragedia en la sonda de Campeche», que fue finalista del premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) 2010.
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—Si ustedes salen en caravana, los vamos a detener —le dijo hace unos días un alto funcionario deseguridad nacional al sacerdote Alejandro Solalinde, coordinador del albergue para migrantes Hermanos en el Camino, de Ixtepec, Oaxaca. Le advertía que desistiera de encabezar la caravana de transmigrantes programada para el primero de junio.

La amenaza era seria. Apenas el 2 de mayo, agentes del Instituto Nacional de Migración (Inami) habían cargado a golpes contra un grupo de aproximadamente trescientos migrantes en Tenosique, Tabasco. En su ofensiva, agredieron a los frailes Tomás González y Aurelio Tadeo, y al activista Rubén Figueroa. A los indocumentados centroamericanos los deportaron a sus países.

La ira del gobierno mexicano —expresada en la golpiza de Tenosique y en deportaciones masivas ocurridas días antes— tenía un antecedente inmediato. Durante la Semana Santa, con fray Tomás González a la cabeza, un grupo de unos mil doscientos centroamericanos habían recorrido México en una caravana llamada Vía Crucis Migrante. Al arribo del contingente a la Ciudad de México, la Secretaría de Gobernación se vio obligada a dotarles de visas de treinta días para facilitar su llegada a la frontera con Estados Unidos sin que fueran deportados.

La expedición de esas visas temporales enfureció al gobierno de Estados Unidos. Según un comunicado del albergue Hermanos en el Camino, las autoridades estadounidenses respondieron con deportaciones masivas de mexicanos y mayor endurecimiento de las fronteras, en especial en los puntos considerados menos peligrosos.

A Estados Unidos le irritaba que una movilización política de migrantes hubiera conseguido una demanda histórica, aunque fuera para unas pocas centenas de personas: las visas temporales han sido la petición más importante de los indocumentados y de los defensores de sus derechos; una garantía de tránsito seguro y legal por el territorio nacional.

En las leyes mexicanas esa visa existe (se le llama “visa de visitante”), pero los requisitos para obtenerla están diseñados para convertirla en letra muerta, pues se le exige al migrante demostrar solvencia económica. Y las personas que emigran de Centroamérica a los Estados Unidos son, justamente, los que carecen de solvencia económica y van en busca de empleo.

Si esa visa existiera no sólo en la ley sino también en los hechos para cualquier solicitante, los hondureños, salvadoreños, guatemaltecos y nicaragüenses que cruzan el territorio nacional podrían cruzar el país sin montarse en los lomos de los trenes de carga —y exponerse a mutilaciones de las ruedas de La Bestia— ni someterse a la cadena de delitos cometidos por la delincuencia organizada: robos, violaciones, esclavitud y sicariato forzado, trata de mujeres y asesinatos. La película La jaula de oro puso ante los ojos de los mexicanos algunos de los peligros a los que se arrojan decenas de miles de migrantes que cruzan nuestro territorio.

Frente a ese panorama, el sacerdote Alejandro Solalinde pasó a la ofensiva. El domingo primero de junio salió en caravana al frente de unos sesenta transmigrantes con destino a la Ciudad de México para exigir garantías a la migración. Unos días antes le habían advertido desde el gobierno: si salen, los vamos a detener.

“Esta caravana llegará al Distrito Federal. Pero si detienen y deportan a la gente habrá más caravanas y yo seguiré acompañándolas. Caminaré junto a los migrantes hasta que sus demandas se hagan realidad y se garanticen sus derechos. No es suficiente tener derechos en el papel; hay que vivirlos”, advirtió Solalinde desde el 22 de mayo.

Solalinde y los transmigrantes desafiaron al gobierno de Enrique Peña Nieto. Salieron el primero de junio pasado de Ixtepec, caminaron hasta Juchitán, se movilizaron por tierra a Apizaco, Tlaxcala, y la noche del martes 3 de junio arribaron al Distrito Federal.

En la Ciudad de México, Solalinde y los transmigrantes harán una parada sui géneris. Este jueves 5 de junio acudirán a la inauguración de la exposición Remanso del fotógrafo Alex Dorfsman en el Museo Memoria y Tolerancia a las 6:30 pm. La revista Gatopardo encomendó a Dorfsman la cobertura gráfica del reportaje “Solalinde”, publicado en septiembre de 2011. El fotógrafo, miembro del Sistema Nacional de Creadores, expondrá en el museo treinta y seis fotografías impresas en gran formato de esa experiencia.

Esa inauguración —en donde Solalinde acompañará a Dorfsman— se ha convertido en la oportunidad de expresar al público, una vez más, que el holocausto por el que atraviesan los transmigrantes en México mantiene la misma crudeza a la que llegó durante el gobierno de Felipe Calderón.

La migración politiza todo lo que toca. Dorfsman es un reconocido fotógrafo de arte. Sus imágenes más famosas son, a veces, las fotografías de monedas en el fondo de una fuente que el ojo del artista convierte en sistemas solares o galaxias. Pero Dorsfman tocó la migración y se dejó tocar por ella. En sus retratos de Ixtepec fulgura la resistencia humana cuando la explotación la pone a prueba. En donde el ojo común ve una masa de hambrientos, Dorfsman encontró la dignidad y la fuerza de mujeres y hombres y la solidaridad de un sacerdote católico.

La cita con Solalinde y Dorfsman es este jueves 5 a las 6:30 pm, Museo Memoria y Tolerancia, a un costado de la Alameda Central. Pero nuestra deuda con los transmigrantes indocumentados se saldará hasta que convirtamos a México en un país seguro para el tránsito o la permanencia de nuestros hermanos centroamericanos.

* Tomado de http://www.gatopardo.com/Blogueros.php#Emiliano Ruiz Parra.

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