Evolución e involuciónRecién llegada a Twitter, y probablemente muy pronto ida, permaneceré allí todo el tiempo que lo amerite la duración de esta emergencia que nos convoca a la calle y sobre la cual preciso es saber el dónde y el cuándo de su acontecer. Salvo esa circunstancia, y en situación normal de información —esa que nos permite elegir qué leemos, qué escuchamos y qué vemos—, el tuit, el facebook y demás artilugios de las llamadas redes sociales “interactivas” me tienen un poco sin cuidado.

Hoy podemos, a la velocidad de lo que demora el oído en oír, el ojo en ver y los dedos en teclear, saber y retransmitir la última trapisonda de un político o la penúltima escabrosidad de una actriz; podemos trasladarnos mentalmente a una recién descubierta galaxia o retroceder hasta el hombre de Neanderthal para saber qué comía. Y he allí, precisamente, ese homúnculo de las cavernas hacia el que hemos retrogradado, el motivo de esta disquisición mía que, seguro, no habrá de granjearme nuevas simpatías.

Como ya dije, soy una recién llegada, une parvenue a este mundo interactivo del tuiteo; ingenua e inexperta empecé siguiendo “marcas” —esto es, nombres consagrados— y después, por aquello de la curiosidad y el gato y etcétera, fui adentrándome en el inframundo de algunas respuestas que, de usuario a usuario (el término incluye, como en la vieja usanza, al género femenino), caen en picada al pie de algún artículo, noticia o chisme. En picada hacia la coprolalia, lo escatológico, el picapiedrismo (con el perdón de don Pedro Picapiedra, tan American Way of Life él) y van degradándose más y más hacia el último círculo de un Infierno muy al uso nostro.

Varias de esas respuestas leídas tenían que ver con los saltos talanqueriles de Zanchetta y Valero, otras eran producto del fuego entrecruzado —verdadera guerra civil verbal— entre uno y otro bando político. Voy a detenerme un momento en la talanquera, que para eso están hechas, ¿no?, y para separar el ganado o encerrarlo, dos verbos que elijo con intencionada malicia. Me detendré, pues, pero sin repetir las obscenidades, los insultos, la artillería degradante a la que someten a la actriz, solo para preguntar: ¿y qué si lo hizo? Es pitecantropesco, inhumano, miserable que, por haberlo hecho, se saquen a relucir cosas que solo a ella conciernen, porque si a ver vamos, y si de verdad pudiéramos ver lo que pasa detrás de algunas fachadas respetables, se nos desorbitarían los ojos y caeríamos fulminados por un infartado asombro. Mejor dejemos el estercolero en paz, porque cada quien es dueño de hacer de su culo un pito (o silbato, sobre esa palabra volveré más adelante) como dicen por ahí, mientras no lesione el derecho del otro.

No es la primera vez, ni será la última, que alguien cambia de acera, sea sexual, política o mercantil, ¿a qué viene, entonces, tanta alharaca, tan denodado insulto, tanta encojonada rabia, tanto odio abyecto? Hace ya algún tiempo también Ramón Martínez, Henri Falcón, “El Gato” Briceño, Ismael García y hasta el mismísimo abuelo Miquilena cambiaron de bando. Respecto a este último, el nonagenario, es bueno recordar que en aquellos tiempos ambidextros (se robaba todavía con ambas manos, hoy solo se roba con una) del caso Montesinos, el venerable anciano llamó “excrementos” a los periodistas, pero luego, cuando le tocó saltar, dijo que había sido un lapsus linguae y que, refiriéndose al chavismo, “tenía derecho a creer en la primavera en el otoño de mi vida”. Otoño ya más bien invernal, valga decirlo, y vaya zafarrancho que nos trajo esa primavera cuyo florecimiento él regó de forma tan diligente y abundante. Como comentario al margen diré que esa debe de ser la única primavera en el mundo que se riega con petróleo y saca hojas que, como las de la mágica malanga, tienen un número y hasta una leyenda: In God We Trust…

Por mí, que soy todavía bastante tolerante, cada quien puede ir y venir a su antojo, porque creo firmemente en aquello que dejó dicho Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”. Con lo que sí no soy nada tolerante es con la inconsistencia en el decir, sobre todo cuando ese decir acusa, le da la vuelta y pone, por arte del flexible lenguaje, la causa o razón de algo en quien, en realidad, sufre las consecuencias. Me refiero a lo que dijo Valero respecto a la escasez y a la siembra del odio en Venezuela. A lo primero respondió que no sabía que hubiera escasez puesto que el mercado lo hace su esposa, y aquí viene la primera inconsistencia ideológica, la cual le asentó un significativo golpe a uno de los más publicitados paradigmas revolucionarios: la igualdad de géneros; o sea, parece que él no sostiene esas conversaciones pendejas y mujeriles a las que condesciende el macho vernáculo cuando la hembra vuelve del mercado poniendo el grito en el cielo. Lo segundo es que él atribuye la siembra del odio a la oposición —que más que odio pudo haber sembrado indiferencia en tiempos pasados y por eso le toca cosechar hoy lo que cosecha— y se olvida de los epítetos descalificadores, de las mentadas de madre, de los mandar a lavarse el paltó y de ese famoso pito (para retomar lo del silbato que nombré más arriba) con que entre carcajada y carcajada el difunto despedía a la gente de Pdvsa.

Aquí ha habido indiferencia como arroz, invisibilidad como niebla espesa, miopía para ver a esa otra parte del país a la que ahora se quiere convocar y que también está disconforme, que también sufre (o más) la escasez y la matazón diaria del hampa, que también está frustrada y que también, valga decirlo, quiere poder “estudiar para llegar a ser escuálida”, pero que ahora se toma su tiempo y le dice a la otra parte: “ya va”…  Aquí ha habido injusticia social, egoísmo, corrupción, nepotismo, desfachatez, represión ha habido también  y muchas otras iniquidades, pero no había odio fratricida. Se necesitaron catorce años de una sostenida, pertinaz, odiosa siembra para que el odio germinara. Sería interesante —un análisis histórico posterior quizá lo revele— determinar quién lanzó, al voleo, las primeras semillas.

Ningún tiempo pasado fue mejor, eso ya se sabe, pero qué nostalgia, qué añoranza siento por aquellos que fuimos cuando recuerdo el asombro que nos causó ese “pendejo” que soltó Uslar Pietri en la entrevista que le hiciera Primer Plano allá por 1989. Lejos estábamos entonces de sospechar que en los recovecos de esta construcción del lenguaje actual, donde se esconden sabandijas y escolopendras, donde hiede a orina y a excrementos, acecha la barbarie. “El lenguaje es la casa del ser. En ese lugar habita el hombre” (Heidegger).

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