Maletas de Blanca Strepponi
Mis maletas días antes de partir de Caracas. Alojada en casa de una amiga.

La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las diferencias y las particularidades por la vía de la violencia.

Vasili Grossman

Para vivir Venezuela desde fuera no es necesario irse. Por el contrario, es estando en el país cuando se experimenta con la mayor y más desgarradora intensidad el estar fuera, afuera.

El comienzo de esa desconcertante sensación de extrañamiento lo marcó el intento de golpe de Hugo Chávez en 1992. Para mí, que había vivido tantos abusos militares en el país donde nací, todo estaba clarísimo: había que condenar con énfasis ese hecho. Pero no fue así. Y lo peor es que no podía creer, no entendía, que muchas de las personas que yo conocía no vieran lo que a mí me resultaba tan obvio. Es verdad que esa intentona fue condenada, pero no lo suficiente. Hubo quienes no quisieron comprometerse con un gobierno o un sistema que no los satisfacía por completo y hubo quienes, más opuestos al gobierno de turno, simpatizaron con el gesto. Desde mi punto de vista, las críticas al gobierno no justificaban un golpe de Estado militar. Ese antecedente antidemocrático (y muchos otros que se fueron sumando a lo largo de la carrera política de Hugo Chávez) tampoco tuvo gran peso cuando llegaron las elecciones que Chávez ganó tan cómodamente. ¡Cuántos se negaron a oír estos argumentos dando su apoyo, apoyo que luego, ya tarde, retiraron!

De todo lo que aprendí en Venezuela, los valores de la democracia, el ejercicio de la democracia, fueron las lecciones más impactantes en la revisión de mi conducta y pensamiento. Me fui dando cuenta, con frecuencia sintiéndome avergonzada de mí misma, de todo lo que no sabía porque no lo había vivido, por haber ido dando tumbos de dictadura en dictadura. En cambio, los venezolanos tenían más de tres décadas viviendo en democracia, imperfecta, sí, pero democracia al fin. Y eso se notaba, se notaba en la manera de pensar y en la manera de reaccionar incluso ante muy pequeñas cosas. Me atrevería a decir que se expresaba en amabilidad para con el otro, algo que podría llamarse tolerancia. Y esa amabilidad contrastaba con mi propia arrogancia, con una suerte de superioridad moral que tardé años en descubrir en mí misma.

Puedo decir hoy que ése es el país que amé, el que me hizo crecer como persona, un crecimiento no exento de dolor, como todos. Pero ese país cambió, lo vi cambiar ante mis ojos incrédulos, y a lo largo de estos años observé cómo Venezuela terminó siendo una nostalgia. Nostalgia por la amabilidad, por cierta indiferencia liberadora, por cierto relativo compromiso con las ideas, por una valoración de la amistad, de la relación personal por encima de otros asuntos en apariencia más relevantes… Todo eso, y mucho más, fue quedando atrás, cada vez más atrás.

Como un gas tóxico, el resentimiento fue ocupándolo todo. Fuimos insultados, humillados, degradados. Primero desde el poder y luego, paulatinamente, el desdén, la agresión, el insulto fue permeando hasta que se manifestaba en cualquier situación cotidiana. Fuimos aceptando ese estado de cosas para poder sobrevivir. Comenzamos a hablar en voz más baja. Nos adaptamos al oprobio. Entendimos que no debíamos juzgar a quienes fingían estar de acuerdo o a quienes ocultaban su desacuerdo. Comprendimos a quienes deseaban ignorar la verdad en aras de su bienestar personal. Comenzamos a quitar el saludo, comenzaron a quitarnos el saludo; dejamos de ser invitados, dejamos de invitar. Hicimos listas. Todos hicimos listas: las nuestras son privadas, las de ellos son públicas y sirven para dejarnos sin trabajo y ser sometidos a la ofensa pública. Algunos juran vengarse; otros mienten y aseguran que sus corazones permanecen libres de agravios; los más generosos logran no albergar odios; otros abogan por perdonar y olvidar, otros por perdonar sí pero olvidar no. Fuimos obligados testigos de la adulación y el culto a la personalidad: escuchamos odas y sonetos, leímos panegíricos, vimos retratos heroicos al óleo, acuarelas, vallas, gigantografías; fuimos sometidos a escuchar hasta el hartazgo la voz del líder; vimos transformarse sin prisa y sin pausa los nombres de las calles, el nombre del país mismo, el escudo, la bandera, las fechas patrias; vimos desaparecer museos, ateneos, editoriales; vimos cómo el líder obtenía el favor internacional a cambio de cuantiosos recursos de las arcas nacionales; vimos cómo los célebres invitados aplaudían al líder y partían con sus bolsillos llenos; vimos cómo tanta gente humilde y sistemáticamente maltratada por el líder ama al líder; vimos profanar tumbas; vimos imágenes religiosas profanadas; vimos templos atacados; vimos estatuas arrastradas; vimos todo rojo; vimos demasiado… demasiada realidad y así, en nuestras casas, nos fuimos yendo del país porque, como dice T.S Eliot, el hombre no soporta demasiada realidad. Y así fue como el país nos dejó en nuestras casas, sobreviviendo en pequeñas burbujas que cada quien construyó como mejor pudo.

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Escenas de la Venezuela que nos hace sentir extranjeros

1
Ella: A mi mamá le están haciendo la vida imposible en el ministerio.
Yo: ¿Por qué? ¿Acaso tu mamá no es chavista de siempre?
Ella: Sí, pero llegaron unos nuevos que no la quieren. Dicen que ella trabajó antes con la oposición.
Yo: Pero era un trabajo, digo, le pagaban un sueldo.
Ella: Igual. La acusan de fascista. Está muy deprimida. No quiere ir a la oficina. Tuvimos que llevarla al psiquiatra.
Yo: Me imagino, debe ser horrible ser perseguida por tus propios camaradas. Tal vez ahora tu mamá entienda lo que es ser acusada injustamente.

2
Él: Hay que hacer la presentación del proyecto. Pero no vengas tú.
Yo: ¿Por qué?
Él: Bueno, ya sabes, porque siempre firmas cosas en contra del gobierno y estás en las listas.
Yo: ¿Así es la cosa?
Él: Claro, si vas tú el trabajo se cae. Mejor manda a otro.
Yo: Ok.

3.
Diálogo entre dos venezolanos nacidos en Argentina. Ambos llegaron a Venezuela a causa de la dictadura argentina. Uno de ellos es chavista.
Ella, indignada: no entiendo cómo puedes apoyar a este gobierno.
Él: me gustan, son socialistas.
Ella, más indignada: militares es lo que son. ¿Y qué opinas de las listas de opositores que circulan por todos lados?
Él: ah, eso. Yo sabía que eso te iba a molestar.
Ella: ¿y por qué a ti no te molesta?
Él: es lo que pasa con los escritores, con los intelectuales…
Ella: no entiendo, ¿qué es lo que pasa?
Él: bueno, que son más sensibles, por eso le dan tanta importancia a lo de las listas.

4.
Reunión formal en un ministerio entre funcionarios públicos y la representante legal de una empresa privada: una joven nacida en Venezuela y descendiente de muchas generaciones de venezolanos por parte de padre y madre. Rubia.

Funcionario 1: nosotros somos más venezolanos que tú.
Ella: ¿por qué?
Funcionario 2: bueno vale, porque va a ser, porque nosotros somos criollitos…
Funcionario 1, divertido: …y tú eres catirita.

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Cansada de haberme ido, triste de tanto despedirme del país, tristísima de ver a mis amigos alojados dignamente en sus burbujas, un día decidí yo también partir. Ahora vivo a miles de kilómetros, en donde nací, en un país que ha cambiado muchísimo desde que me fui hace más de treinta años. Ha cambiado para bien y para no tan bien, es tan distinto como yo soy tan distinta, de modo que soy bastante extranjera. Eso no me incomoda.

Pero en otro sentido, las cosas no son tan diferentes, al menos no en este momento. Mucha gente tiene miedo de que Argentina se vuelva Venezuela. Cuando digo de donde vengo, me preguntan con real interés, quieren saber “quién tiene la razón”. Un joven estudiante me dijo que él pensaba que en Venezuela casi todos eran analfabetos antes de que Chávez llegara al poder. Mi prima me dijo con certeza total que seguramente la gente humilde Pasaje de vidadisfruta ahora de una excelente educación pública y óptimos servicios de salud. Otros me hablan de la unidad latinoamericana. Es descorazonador. Otros han viajado o tienen amigos o familia y están más informados y muchos otros saben lo que en verdad está sucediendo. Pero aún así, a los que saben, siento que no puedo explicarles el sufrimiento, que no podrán entenderme; tal vez quienes vivieron en la Europa soviética podrían comprender, no lo sé. En realidad, es mejor no esperar nada pues son demasiados quienes impulsivamente se inclinan ante las poderosas ideas justicieras, los atractivos discursos, los sentimientos oscuros, ante un paisaje donde las ilusiones decoran los cielos como fuegos artificiales, ante un mundo utópico donde es posible olvidar las frustraciones, la propia juventud perdida, los líderes corruptos, la mentira. Es lo que nos ha tocado.

Este texto pertenece al libro Pasaje de ida. 15 escritores venezolanos en el extranjero (con compilación de Silda Cordoliani) sobre el tema del éxodo de los venezolanos. Editorial Alfa, 2013.

 

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