El Universal, martes 19 de noviembre de 2013
En regÃmenes comunistas, aquel que no se parezca al poder del Estado y a su versión arbitraria de la vida, no debe existir. Será sujeto convertido en enemigo del pueblo. Despreciable que no debe tener cabida. Desterrado del mundo, pero también del cielo de la utopÃa sin sentido. Su única posibilidad –permitida en la «revolución»â€“ es a través de una invisibilidad preservada sólo por el anonimato, los murmullos, el silencio o la mordaza. Una existencia que habrá de equipararlo con la condición de un fantasma sin territorio, pero temido y perseguido por la filosa guadaña del poder. Mucho más, si es obligado a convertirse de lÃder de la oposición a lÃder de la resistencia. Inflexión última que da por sepultada a la polÃtica, al aniquilar la precaria opción electoral con el fraude sistemático. Eso, de existir todavÃa una parcial y agónica democracia. Aunque la clandestinidad expone a riesgo, mucho más al lÃder rebelde, transformándolo en presa de caza, que después los siniestros servicios de inteligencia habrán de intentar atrapar como trofeo de guerra. Quien opone inteligencia polÃtica a la avanzada del régimen comunista, no acepta la realidad falsa e impuesta, sobre la cierta y descarnada, aquella que discurre en cotidianidad insufrible. Largas colas que no conducen a ninguna solución o salida, es la dura metáfora del colectivismo borreguil que aplasta y niega al individuo.
Frente a la existencia y resistencia del ser rebelde, el régimen comunista determina eliminarlo a través de un proceso pertinaz, al buscar con ello, complicidad de una buena parte de las mayorÃas, y aun, de familiares y afectos de éste. Al no ser posible destruir polÃticamente al hombre rebelde, la dictadura planifica su destrucción moral y existencial, para luego ir por su existencia fÃsica. No para reducirlo a cadáver, sino a olvido. Espectro que no deberá vagar en ninguna memoria. Degradado o pulverizado a nada, el asesinato del rebelde es legitimado en nombre de la revolución. Esa luz tÃsica y arrugada que aman algunos. Esa que se ha instalado en Venezuela, queriendo devorar la incandescente luz solar que la alimenta.
MarÃa Corina Machado, Henrique Capriles y Leopoldo López han sido estigmatizados por la dictadura cubana como «el triángulo del mal». Ya no sólo fueron condenados por los medios públicos del Estado venezolano, también por el uso impúdico de la vÃa pública, donde transeúntes se detienen con curiosidad y pasmoso asombro. Esa sentencia de muerte es reconocimiento de la impotencia de la «revolución», ante la arrolladora fuerza de la rebelión representada por estas tres personas, por estos tres lÃderes. En la crisis polÃtica de Venezuela, ha emergido una fe de voluntad y determinación que ha superado la tradicional concepción social demócrata y revolucionaria de hacer polÃtica. La esperanza quiere que este hallazgo prenda en toda la nación como bravo huracán, y desactive la imposibilidad y el miedo. Pero sin aventuras militares con torvos grupos económicos a la sombra. Ya los errores polÃticos han alcanzado su ola más alta. El pueblo más pobre ha sido sumido en la degradación. La revolución bolivariana, vencida ante la aparición de esta nueva capacidad de hacer polÃtica, ha inducido –y sugerido– la ejecución del crimen fÃsico de estos tres lÃderes de la oposición. Sin embargo, asà persista en su macabro intento, el artÃfice revolucionario no alcanzará jamás la estatura espiritual del hombre rebelde.
En esta fase criminal, los instructores de La Habana parecieran propiciar el crimen indirecto, al delegar esa función a un impotente y desesperado, que no haya cómo existir en medio de las penurias y el desamparo social. Aún más, al saberlo necesitado de un culpable donde descargar frustración e ira represada. Porque sólo un culpable puede redimir al hambriento, sediento y sin luz, en la medida en que éste encuentra la posibilidad de encarnar al justiciero social, al héroe predilecto de la «revolución». Héroe que la «revolución» cataloga como representación fiel del verdadero revolucionario. Ese resentido y lleno de odio que traza su existencia en actos delictivos y criminales. Ya el Che Guevara lo habÃa escrito: El verdadero revolucionario debe convertirse en una máquina frÃa, selectiva de matar. Aunque la revolución bolivariana no es selectiva ni estética, y prefiera el asesinato sin belleza. Mucho más cuando su fundador enalteció, desde el discurso histérico y procaz, la conducta gangsteril como la más perfecta conducta revolucionaria.
La acción maquiavélica y criminal, propiciada por el gobierno tÃtere de La Habana, pretende no sólo matar a MarÃa Corina Machado, a Henrique Capriles y a Leopoldo López, sino, por igual, ejecutar un crimen de proporciones masivas, equiparables al holocausto, al pretender asesinar a través de ellos, a más de diez millones de personas, a quienes estos tres lÃderes de la nueva polÃtica venezolana, representan con dignidad y valor.
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