Blue Jasmine

Lavanguardia.com Cine

Cuando de Woody Allen parecía que estaba todo dicho —y lo que es peor, que Allen ya lo había dicho todo de sí mismo—, llega Blue Jasmine y le rompe a uno los esquemas. Para bien, por supuesto. Blue Jasmine cuenta de forma nada complaciente la historia de dos mujeres desventuradas, cada una a su manera. Tremendo retrato de la feminidad interesada. Una de esas historias tristes donde la mujer es su propio negocio desgraciado. Pero también cuenta mucho más, y, contando, Allen exprime el asunto con las mejores armas del cine: con sobreentendidos, equívocos y miradas. Maravilloso filme… Pero basta de elogios, que Allen rechazaría. Tan sólo añadir que Blue Jasmine se asoma al alma de los personajes gracias a dos inmensas actrices: Cate Blanchett, como Jasmine, y Sally Hawkins, como su hermana, el perfecto contrapunto. Ambas, en manos de Allen en su camino imparable hacia la grandeza como cineasta. Vaya, otro elogio exagerado, otro ditirambo. ¡El último!

En fin, Woody Allen nos brinda lo mejor de sí en esta película inesperada, y no es precisamente su talento para el humor, que también, sino su genio para la vida. Con su mirada más penetrante y menos condescendiente en años, su mirada más cruel si se quiere. Si me preguntan, les diré que esta es una película de Allen, de forma inequívoca. Todo Allen está ahí. Con unos personajes inolvidables, ocurrentes y próximos: el millonario de Nueva York en manos de Alec Baldwin, el político ambicioso encarnado por Peter Sarsgaard. Pero, además de a Allen destilado, encontramos en Blue Jasmine algo sorprendente: un plus de melodrama a lo Tennessee Williams por situarnos. Aquí las camisetas no se desgarran —a Jasmine le gustan los trajes de marca— ni el tranvía se llama Deseo, pero hay un banco donde Jasmine/Cate Blanchett se sienta y que, por un momento, parece el mismísimo callejón de los sueños destrozados.

Y es que Allen no se liquida Blue Jasmine con dos ocurrencias o tres, como venía haciendo en sus últimas películas, y por últimas entendemos las de los últimos veinte años. Unas, por no remontarse muy atrás, de una categoría excelente, como Midnight in Paris. Otras fallidas, como Vicky Cristina Barcelona. Pero todas —todas— cortadas por el mismo patrón. Ese Allen ocurrente siempre me ha gustado, pero no lo siento como necesario. No tengo prisa por pillarlo y puedo esperar al siguiente, como si fuera el metro. Para qué correr si hay un Allen cada año. Pero con la triste Jasmine, no pasa eso. ni mucho menos. Aquí Allen ha conseguido la profunda levedad de un retrato femenino, despiadado y complejo a la vez. Uno diría que necesario.

No; Blue Jasmine no se puede dejar pasar así como así, y esto no es un ditirambo.

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