Rodolfo Izaguirre 7María Fernanda Palacios y Diego Arroyo coordinan la Fundación del Valle de San Francisco que ofrece cursos, seminarios y charlas sobre asuntos muy diversos de la cultura. En marzo fundaron la Cátedra Simón Alberto Consalvi dedicada a tratar asuntos venezolanos. Me invitaron a hablar sobre la relación del periodismo y el humor el lunes 4 de noviembre, en el Colegio Don Bosco. Esta es mi conferencia que comparto con los lectores de Ideas de Babel.

Permítanme hacer una breve aclaratoria. Yo no pienso con ideas sino con imágenes porque provengo del cine y el cine no es otra cosa que imágenes en movimiento que obedecen, a su vez, al montaje, ese otro movimiento que le imprime ritmo a los planos y las secuencias. De manera que la primera imagen que se asomará en estas ¡relaciones entre el periodismo y el humor es la imagen de la gata de mi vecina. Mi vecina encontró en la calle a una muy maltratada. Era evidente que la estaba pasando mal por lo estropeada que se veía. La llevó a su casa, la curó, la cuidó y allí vive ahora, pero muy sobresaltada, con los nervios erizados. Se asusta ante cualquier gesto, ruido o movimiento. Le pregunté a la vecina cómo se llamaba la gatica y contestó: “Se llama Señorita Ministerio de Educación. Pero para abreviar le decimos: “Seño”. Cuando le pregunté por qué la llamaba así, respondió: “¿Tú no has estado ultimamente en el Ministerio de Educación? ¡Todas la secretarias viven con los nervios alterados porque creen que en cualquier momento las van a despedir!”

Parece un chiste, ¿verdad? Pero, la historia es real. En todo caso, la inesperada alusión al Ministerio de Educación, además de ser el centro, el núcleo de la anécdota, sirve para organizar un artículo periodístico que permita referirnos a asuntos importantes como la burocracia, el mal desempeño e ineficacia administrativa de los organismos del Estado; la estafa que significa la educación en el país venezolano; los abusos políticos, los desafueros del régimen militar. Y el artículo, lejos de perder eficacia en sus denuncias o planteamientos se reafirmaría gracias al humor y se haría tanto o más incisivo y mordaz que el enjundioso editorial del diario o de la revista en la que se escribe.

Todo lo que se haga o diga con humor es mejor que todo lo que se haga o se diga en serio. Erich von Stroheim quien realizó sus mejores films en los años veinte y treinta explicó cómo manejaba las situaciones en una película: “La diferencia entre Ernest Lubitsch y yo es que él muestra al rey primero en el trono y después en el dormitorio. Yo, primero le muestro a la gente al rey en la cama. Después, cuando más tarde lo ven en el trono, ya no se hacen ilusiones sobre él”.

Habrá que tomar ésto en cuenta cuando se haga un film, si es que se hace, sobre algún reyezuelo venezolano. Las reglas que dictó alguna vez el director de cine Preston Sturges para una comedia de éxito siguen siendo válidas: “Una chica guapa es mejor que una fea. Una pierna es mejor que un brazo. Un dormitorio es mejor que una sala. Una llegada es mejor que una partida. Un nacimiento es mejor que una muerte. Una persecución es mejor que una conversación. Un perro es mejor que un paisaje. Un gatito es mejor que un perro. Un bebé es mejor que un gatito. Un beso es mejor que un bebé. Que alguien se caiga de culo es mejor que todo lo demás”.

El humor, vamos a decirlo de una vez, ¡es subversivo! Lo demostró en su momento Charles Chaplin cuando reveló el secreto de su comicidad. No nos reimos cuando una persona anciana o un niño resbala y se cae. Por el contrario, nos inspiran piedad, compasión y corremos a ayudarlos. En cambio, si es la Autoridad —cualquiera que ella sea: el conserje, el policía, el ministro, la dama burguesa, el banquero, el obispo, el presidente de la república— cuando es esa Autoridad la que resbala y vemos caer de platanazo su caída acciona el mecanismo de la risa porque en gran medida todos nos sentimos vengados. Todos somos víctimas de esa Autoridad que nos ordena; que no nos deja pisar la grama, que es por aquí por donde debemos entrar y es por allá por donde debemos salir, que nos manda a callar y nos mete presos; que nos dice lo que debemos leer y nos niega el derecho a disentir. Ver a esa autoridad en situación ridícula; verlos perder la pomposa dignidad que acostumbran asumir desata la risa. Chaplin explicaba que sólo poseen dinero unos pocos pero la gran mayoría, millones de personas en el mundo, se sienten vengados cuando ven a una de esas figuras altivas en situación ridícula o porque la broma satiriza alguna determinada conducta social o personal. Y reimos.

Para ser cómico hay que disponer de una capacidad para proyectar la comicidad fuera de uno mismo. Y en la mayoría de las veces lo visual puede más que lo verbal. El chiste verbal se aleja pronto de la memoria y es limitado; en cambio, el humor visual puede ser captado y entendido en cualquier país del mundo, independientemente del idioma o de la idiosincrasia de sus habitantes. Un comediante como Cantinflas, pongamos por caso, limitó mucho su comicidad porque la fundamentaba en la palabra; mejor dicho, en esa manera suya de hablar enredado; su estilo cantinflérico. En cambio Chaplin, Buster Keaton y Jacques Tati pudieron ser entendidos en todos los continentes porque sus gags eran visuales.

Para el periodista, el humor viene a ser también un arma con la que enfrentamos a la autoridad. Con la que nos burlamos y nos vengamos del Poder. El caricaturista les lleva una ventaja a todos porque puede expresarse con muy pocas palabras y a veces sin ninguna. En esto, Pedro León Zapata es un maestro. Logra visualizar en pocos trazos la esencia misma de la situación política, el despropósito, la injusticia o la catástrofe social. A propósito de la inauguración de la muestra El humor nuestro de cada día en la galería La Ventana de la Torre C del Centro Plaza en la que se exponen caricaturas de Rayma, Weil, Edo y Zapata, El Nacional titulaba “Las caricaturas hablan de censura desde una ventana”, refiriéndose a que cuando se cierran todas las puertas Dios abre una ventana y ese es el papel que las artes plásticas han desempeñado en Venezuela. Y Rayma declaró que de lo que se trata es de entender la relación tan complicada que tiene el humor gráfico con el abuso de poder y las dificultades de opinar todos los días en un país tan politizado, en el que se criminaliza la libertad de expresión.

Por eso, en El orgullo de leer, publicado por El libro menor. Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1988, Manuel Caballero expresó que el humorismo puede ser político. Es más, el humorismo debe ser político. Mas todavía, todo humorismo es político. Pero hay que tener siempre presente que el humorismo es un arte. El humorismo puede y debe meterse con todo poder, no con un poder. El humorista debe cumplir su misión que es burlarse del poder, corroerlo, mostrar que el rey está desnudo. De igual manera, el poder (o por extensión, la política) debe cumplir frente al humor su tarea específica: o lo soporta y tolera o lo persigue y aplasta.

Pero si el humorista intenta decirle al poder cómo debe hacer, si intenta darle lecciones de política a la política (y peor aun, si se banaliza al punto de querer dar lecciones de cómo hacer política a los políticos), el humorismo deja de ser humorismo y se convierte, en el mejor de los casos, en panfleto. Pero por lo general, se convierte en un género amorfo que si alguna característica saliente tiene es el aburrimiento De igual manera, si los políticos pretenden hacerse humoristas nunca llegan más allá de la guachafita. Y Caballero al sintetizar, repite que el humor es un arte, al igual que una novela y complementa sus afirmaciones recordando que Stendhal decía que hablar de política en una novela es como tirar un pistoletazo en medio de un concierto.

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Por lo general, la Autoridad no tiene sentido del humor. Es más, se perturba, se incomoda; pierde la perspectiva y al molestarse tiende a reprimir y a castigar. En regímenes despóticos manda a cerrar el periódico o encarcela al periodista. Un hombre como Leoncio Martínez, “Leo”, por una caricatura suya en la que un árabe viendo comer desaforadamente a un paisano exclama: “¡Hasta cuando gómes!” irritó tanto a Juan Vicente Gómez que horas mas tarde “Leo” ya estaba preso en La Rotunda.

Caupolicán Ovalles publicó en 1962 un largo poema titulado Duerme Ud. señor Presidente, con un incendiario prólogo de Adriano González León, que molestó muchísimo a Rómulo Betancourt. Fue tal la arrechera que le ordenó a Carlos Andrés Pérez, su ministro de policía: “¡Haga preso a ese carajo!” Carlos Andrés le hizo ver que ese libro lo leerían a lo sumo tres o cuatro personas. “Si quiere lo mando a recoger pero si lo prohibimos vamos a darle una difusión extraordinaria. Y Rómulo le contestó, furioso: “¡No, qué carajo, esto no se puede admitir. Mire, en Venezuela el presidente que se deje coger el rabo, ¡lo tumban!” Dejo en el aire los alcances y significaciones de la expresión “coger el rabo”. El hecho es que el mandatario reveló no tener ningun sentido de humor y Carlos Andrés no ejecutó la órden: Caupolicán se exilió en Colombia y Adriano se mantuvo oculto varias semanas hasta que se le pasó la arrechera a Rómulo Betancout.

La polìtica venezolana siempre ha contribuido a afilar el estilete de los humoristas y generado millares de historias a favor o en contra de nuestros mandatarios. Una, muy famosa, tiene que ver con Carlos Soublette cuando fue Presidente de la República. Lo fue dos veces entre 1837-1839 y entre 1843–1847 como candidato del general Páez. Soublette le temía no a los chistes que la gente le inventaba sino a las cancioncitas porque los chistes pasan, decía, pero la letra con musiquita queda.

El actor que montó un sainete en el teatro burlándose de Soublette enmudeció cuando el Presidente lo invitó a Miraflores para conocerlo. “No se asuste”, le dijo Soublette. “Venezuela no se ha perdido, ni se perderá nunca, porque un ciudadano se burle del presidente. Venezuela se perderá cuando el presidente se burle de los ciudadanos”. Por eso siento que en la hora actual, Venezuela está casi perdida.

Para detener o evitar cualquier catástrofe, los humoristas afilan sus cuchillos y dirigen sus dardos contra el gobierno y, mas concretamente, contra el presidente de la república porque siempre da motivos para que los periodistas tengan de qué ocuparse y para que a los humoristas les sobre material para ejercer su oficio; sobre todo, cuando el mandatario es tonto, habla con pajaritos que revolotean sobre su cabeza, multiplica los penes y da pie para crear una nueva Misión: la misión Pene Adentro que podría llamarse de la Suprema Felicidad.

Pero ocurre también que el mandatario, para sorpresa de sus gobernados, maneje el humor. No serán muchos, pero puedo dar un ejemplo que desmiente la reiterada afirmación de la tradicional falta de humor presidencial. Si. Puede darse el caso de presidentes con capacidad para el humor y pongo como ejemplo a Luís Herrera Campins.

La historia que voy a referir me la contó el escritor e historiador Manuel Caballero, que era uno de mis grandes hermanos de la familia elegida. Él y Luís Herrera eran amigos desde la infancia en Barquisimeto y se dice que hicieron la primera comunión juntos. Durante el gobierno de Herrera, Manuel Caballero lo adversó políticamente con ferocidad, pero apenas dejó Luís Herrera la silla presidencial la primera visita que recibió en La Herrereña fue la de su amigo Manuel Caballero. Lo que habla muy bien de la gallardia y dignidad políticas de Manuel. Yo vivo a dos cuadras de La Herrereña , en Santa Eduvigis, y al terminar la visita, Caballero pasó por mi casa para contar su encuentro con Herrera Campins.

Entre tantas cosas, Herrera le confesó que era una pena que el chiste que le inventaron con el Toronto quedara en la memoria de la gente porque él no come Toronto ya que el chocolate le hace daño. Lo del Toronto era para señalar que Herrera era tonto. ¡Pero de tonto no tenía nada! Mas bien chupaba unos caramelitos muy pequeños que siempre tenía en el bolsillo por problemas de tensión o algo así. “Me habria gustado que hubiese quedado el chiste de los yanomami”, dijo, demostrando así su sentido del humor porque otro no lo hubiese revelado. “¿Tú no conoces el chiste de los yanomami?” preguntó Luis Herrera a Manuel Caballero. El asunto es que estando de visita en esa comunidad yecuana o yanomami organizaron en su honor un banquete. Dispusieron las verduras y las carnes sobre hojas de plátano y sentados en posición sastre el Shamán, el cacique, le dice a Luis Herrera: “¡Come ñame!” Y Luís Herrera creyendo que aquel era el dialecto de la etnia: contestó: “Ño me ñamo Luís Herrera. ¿Cóme ñame tú?

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Ildemaro Torres cita a filósofos como Hegel; James Sully, en sus Ensayos sobre la risa; las Definiciones del humor, de Nisard Desiré Baldensperger; las numerosas teorías elaboradas por Luigi Pirandello y por Benedetto Croce, que han tratado dedefinir al humorismo y la verdad es que ninguno pudo. Unos dicen que es la disposición a descubrir y expresar el lado ridículo de lo serio, y el lado serio de lo ridículo; que es la aptitud especial del intelecto y del espiritu mediante la cual el artista se coloca a sí mismo en el lugar de la cosas; para otros, es una manera de ver más que una manera de ser; que no hay humor sino humoristas. En todo caso, lo que parece haber quedado claro es que el humorismo es indefinible. Voltaire afirmaba que “el hombre es el único animal que llora y que se ríe”. Miguel Otero Silva, citado por Ildemaro Torres en el Diccionario de Historia de Venezuela, editado por la Fundación Polar, compara al humorismo con agua que se desata y corre por entre prados y sembrados, llanuras secas y barrancos de piedra, rugiendo a veces como torrente, cantando otras como fontana. Y agrega que “toma el ropaje de la poesía o de la novela, o el de la historia, o el del teatro, o el de la música, o el de la pintura, según el pensamiento o la mano que lo engendra”. Pero si Ud. lector aspira a que su nombre pase a la posteridad y logra una definición aceptable puede contactar a Ildemaro Torres quien ha escrito profusamente sobre el humorismo, sobre los humoristas y conoce las diferencias entre humorismo e ironía, que es una burla fina; con la sátira que es el discurso agudo, mordaz destinado a poner en ridículo a alguien o a algo; con la comicidad que divierte y hace reir y con la caricatura que es el dibujo satírico que deforma las facciones y ridiculiza o se burla del modelo al que tiene como objeto. Porque Ildemaro Torres sabe todo lo que hay que saber sobre Leoncio Martínez (“Leo”), Zapata, Aquiles Nazoa, Abilio Padrón, Laureano Márquez para nombrar solo a algunos y conoce la vida y milagros de todos los humoristas y caricaturistas venezolanos. De hecho, Maravén editó en 1982 un libro de Ildemaro titulado El humorismo gráfico en Venezuela. El nombre de Leo va asociado a Fantoches semanario humorístico fundado en 1923 que tuvo una segunda vida en 1936. A él, a Leoncio Martínez, le tocó hacer humor en tiempos de Juan Vicente Gómez y no le resultó nada fácil porque era más el tiempo que vivía preso o medio escondido que en libertad para hacer humorismo periodístico en una época en la que el Bagre regía los destinos de Venezuela con mano férrea y enguantada y sin asomo alguno de humor, como si el país fuera otra hacienda suya. A “Leo” se le considera el Padre del humorismo gráfico venezolano.

El Morrocoy Azul fue un regalo para el humor venezolano que ofrecieron quienes colaboraban en ese semanario “subrealista de intereses y generales” que elevó a partir de 1941 el humorismo periodístico a alturas insopechadas gracias a la solidez cultural de sus participantes. ¿Quiénes eran? Andrés Eloy Blanco, Miguel Otero Silva, Aquiles y Anibal Nazoa, Bracho Montiel, Claudio Cedeño, Paco Vera Izquierdo… ¡Fue un momento estelar.

Más tarde aparece El Gallo Pelón y en 1953, El tocador de señoras, con Claudio Cedeño y Aquiles Nazoa. Poco después, Dominguito, con Zapata, los Nazoa, Abilio, Kotepa Delgado. Después, Una señora en apuros, dirigido por Aquiles Nazoa. Este semanario tenía un lema estupendo: “Prefiero una esclavitud peligrosa que una libertad como Libertad Lamarque”. Y este otro: “Un periódico que parece que lo está viendo a uno”. Recuerdo también a El fósforo, de 1960 : “Un periódico que se llama así porque en cualquier momento lo raspan”. En efecto, ¡duró apenas seis números! 1962 es el año de La pava macha dirigida por Kotepa Delgado que se anunciaba como “un semanario que dispara primero y averigua después” en alusión a una célebre frase atribuida a Rómulo Betancourt. En 1968 aparece La Sápara Panda, pero en 1978 el humorismo grafico adquiere ciudadanía intelectual de primer orden con El sádico ilustrado porque proponía una nueva manera de concebir el humor dejando atrás muchas normas y convenciones agotadas y descubrió que escritores de talla como Salvador Garmendia, Elisa Lerner, José Ignacio Cabrujas, Jaime Ballestas conocido como Otrova Gomas; Francisco Herrera Luque, Rubén Monasterios o Ludovico Silva, para mencionar algunos, eran unos extraordinarios humoristas. El Sádico Ilustrado dejó de aparecer en 1979. Fue un semanario tan importante como lo fue en su tiempo El Morrocoy Azul.

En la hora actual, El Nacional ofrece todos los domingos la página que sostienen Zapata, Mara Comerlati, Laureano Márquez y Claudio Nazoa lo que revela que el país nunca ha dejado de reir. Nunca ha dejado de burlarse de la autoridad o divertirse a costa de las celebridades.

El lema de La Pava Macha, como dijimos, era “El semanario que dispara primero y averigua después”, que constituia una provocación directa contra Rómulo Betancourt quien negaba indignado haber pronunciado jamás esa frase. Rómulo Betancourt fue pasto del humor de La Pava Macha. Cada semana, recuerda Manuel Caballero, alguna frase suya va a ser comentada y ridiculizada en las mas diversas formas. Su estilo churrigueresco, su pipa, sus anteojos, las huellas del acné juvenil (¿o de la viruela?) en su rostro, todo era ocasión para satirizarlo e insultarlo. Cuando los rusos pusieron en órbita a alguno de sus astronautas a girar en la órbita terrestre, La Pava Macha cubrió toda su primera página con un fotomonta¡je. Betancourt vestido con las ropas espaciales que hicieron famosas Gagarin y sus camaradas, sentado en la silla presidencial, con la siguiente leyenda: ¡El plomonauta!”.

Cuando Jayne Mansfield visitó Caracas en tiempos del presidente Leoni, el semanario El infarto se dió banquete. La opulenta actriz, futura y posible heredera de Marilyn Monroe, era célebre por sus mamas gigantescas: “Raptada Jayne Mansfield por una partida de viejos seniles”; “Le pusieron una morocha en el pecho y se la llevaron rodando”; “Sos…pecho… muu cho de Mamá Carabobo, dijo el jefe de la PTJ; “Puel pecho no, dijo la estrella luchando a brassier partido”.

Después del éxito de la película de Pier Paolo Pasolini La Pasión según San Mateo, Manuel Caballero propuso en La Sápara Panda un texto en el que aseguraba que el director italiano estaba preparando una nueva película de tema bíblico que contaría con el auxilio de Sofía Loren, Úrsula Andress, Mónica Vitti e Ira Fustenberg que se llamaría La Pasión según San Lucas.

El diario El Nacional utilizó y sigue utilizando la mancheta, es decir, una frase muy breve, que sirve de editorial; a veces con mucho humor. A propósito de Jane Mansfield, cuya celebridad ya estaba declinando, sus agentes de publicidad inventaron que la actriz se había caído al mar y que estuvo a punto de ser devorada por los tiburones. Ese día, atribuida a Miguel Otero Silva, la mancheta decía: “¡Ni son naranjas, ni son limones; eso dijeron los tiburones!”

También es verdad que durante un tiempo se consideró al humorismo periodístico como un género menor; lo que explica la cantidad de seudónimos detrás de los cuales se ocultaban intelectuales y dibujantes de prestigio. Muchos de nuestros escritores escribían en serio sus poemas, ensayos y novelas y dejaban la risa para el semanario humorístico, Era no entender que uno de los grandes monumentos de la literatura castellana, El Quijote, es a su vez la mas gloriosa consagración del humor, uno de los libros más divertidos que se haya escrito. El único, creo yo, que crea adicción porque lo que determina su vigencia y su eterna modernidad es que sostiene una sabiduría afirmada en el humor. Y lo que despierta y mantiene viva una verdad es que ella esté expresada a través del humor.

Es curioso, pero es difícil encontrar imágenes de figuras de enorme importancia en la vida religiosa, política y cultural como Jesucristo, Fidel Castro o Rómulo Gallegos para menconar sólo estas tres, en las que se les vea riéndose. El dirigente político Andrés Velásquez siempre anda bravo, tampoco lo hemos visto reirse nunca. Luis Buñuel escribió el guión de La jirafa, que jamás filmó, en el que cada mancha de la jirafa es un receptáculo que contiene imágenes surrealistas y en una de ellas, cuando se levanta la tapa lo que se vé es una imagen de Cristo con la corona de espina pero muerto de la risa. En el texto francés original: “Riant aux eclats”, es decir, ¡cagado de la risa!

Hoy, los historiadores encuentran en los textos humorísticos y en las caricaturas valiosas informaciones sobre la conducta de un pais a través del tiempo y ya comienza a hacerse larga no solo la lista de nuestros humoristas sino de las publicaciones y a veces se hace difícil encontrarlas y recopilarlas porque algunas se han perdido; otras no tuvieron mayor importancia en su tiempo y vivieron una vida fugaz. Más recientemente, habría que considerar también el humor en la radio, el teatro, la televisión y el cine. Es un trabajo muy serio que hay que emprender. Los historiadores se han percatado que hay muchas maneras de hacer historia. Contar la historia del cine venezolano es recorrer la historia del pais a lo largo de poco más de un siglo. Lo mismo ocurre con la Danza, el Teatro, la Música. El humorismo trazaría la historia polìtica, la vida del sainete, los caminos del periodismo. ¡Hay mucho que hacer!

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Ildemaro Torres habla de un cura en la Colonia llamado Juan Antonio Eguiarrieta que era poeta burlesco y por aliñar sus sermones con chistes y anécdotas se le reconoce como el primer humorista venezolano. Desde entonces, (y no hablemos de los tiempos coloniales o de la Independencia o de la Federación porque sería alargar demasiado esta conversación), son muchos los escritores que han hecho humor: José Rafael Pocaterra, Alfredo Arvelo Larriva, Alberto Arvelo Torrealba, Francisco Pimentel, Andrés Eloy Blanco, Aquiles y Anibal Nazoa, Miguel Otero Silva, Francisco Vera Izquierdo. En la hora actual, Jaime Ballestas, Zapata, Laureano Márquez, Claudio Nazoa, el mismo Ildemaro Torres son figuras familiares para el venezolano; Abilio Padrón, Francisco Graell (Pancho), Eneko Las Heras, Rayma son caricaturistas de mucho renombre. Juan Manuel Laguardia en la radio; Joselo, Miguelángel Landa, Pepeto López, Cayito Aponte, Emilio Lovera, Nelly Pujol, entre muchos, han logrado crear personajes cómicos en la televisón; Alfredo Lugo ha mostrado que el cine venezolano también sabe reir en las pocas veces que ha tenido que hacerlo.

Manuel Caballero en El orgullo de leer afirma que el venezolano no tiene sentido del humor. Lo que conoce es la “mamadera de gallo”, que es lo más alejado del humor. Esto, porque el venezolano tiene muy mala opinión de sí mismo. Se jacta de ser un superman sexual, un héroe del volante; el compatriota del más grande Libertador de todos los tiempos y cree ser un infatigable humorista. Pero el problema es que son afirmaciones falsas, producto del primitivismo en el dominio sexual que establece una relación despótica, de posesión, que el humor jamás toleraría. Frente al volante del automóvil ya no es dominador sino un hombre sumiso que depende tanto del auto que se identiica con él y se le oye decir: “estoy mal de cauchos”, “se me fueron los frenos”, “me estoy quedando sin gasolina” y la sumisión, ya lo sabemos, es a su vez, definitoria de cualquier religión y el humor, por definición, es irreverente; de la misma manera que la devoción política hacia Bolívar es, como toda religión, incompatible con el humor.

Cualquier asomo de humor hacia el Islam levanta roncha y el Cardenal Quintero demostró que carecía de humor cuando se molestó con Las celestiales, una obra maestra del humorismo, que desplegó hacia los santos de la cristiandad la gracia de Paco Vera Izquierdo, el lenguaje iluminado de Miguel Otero Silva y el supremo talento de Pedro León Zapata: los tres, amenazados casi de excomunión.

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Para sorpresa mía, alguien dijo que yo era un fino humorista. Quedé anonadado (que, como se sabe significa “baño de asiento” en árabe). Yo creia que era un jodedor, un simple echador de vaina. De ésos que se burlan con cariño de los amigos. ¡Pero no! Dijeron que si me empeñaba en seguir jodiendo pero usando atinadamente las palabras, es decir, afinando el lenguaje y disciplinando la inventiva podía llegar a ser un humorista. Al parecer, me lo ha confirmado la receptividad que alcanzan las crónicas que publico los domingos en El Nacional en las que me esmero por recuperar algo de mi memoria para mostrar aspectos, personajes, hechos y situaciones vividas por mí y que de una u otra manera permitirían visualizar algun momento grato o ingrato; feliz o desdichado vivido no solo por mí sino por el país venezolano. Es por eso que menciono siempre a Belén, mi mujer, porque muchas de las personas aludidas son tan reales como ella. Sólo que mientras permanezcan confinadas al espacio del artículo periodístico me reservo sus nombres, pero si por caso llegase a reunir esas crónicas y publicarlas en un libro, tendré entonces que identificarlas y hacer alguna que otra referencia en particular sobre los personajes aludidos. Pero todo lo que escribo en esas crónicas responde a la verdad. Son situaciones en las que me he visto envuelto.

Lo que me interesa al escribirlas es poder decirle a la Patria que se está comportando de manera deshonesta y al gobernante que rige sus destinos que está desaprovechando su momento histórico; la oportunidad de hacer algo noble por el país en lugar de corromperse en el poder; de enriquecerse salvajemente mientras castiga a sus compatriotas llevándolos a la ruina y maltratándolos con un áspero e inculto engreimiento militar, autoritario e intolerante. Lo que pretendo decir es que tenemos que cuidarnos de los héroes y caudillos particularmente de los héroes militares porque tienden a convertirse en déspotas, en autócratas que no solo disfrutan sometiendo a los pueblos bajo oscuras y tenebrosas tiranías sino que carecen por completo del sentido del humor.

La dificultad se me presenta a la hora de teorizar sobre mi propio trabajo por lo que he dicho: no sé expresarme con ideas sino a través de imágenes. ¿Cómo decirlo? Una de estas crónicas visualiza, por ejemplo, la imagen de mi mujer Belén caminando a mi lado por las calles de nuestra comunidad en Santa Eduvigis; muy agarraditos de las manos y gentes que se nos quedan mirando y se conmueven al ver estos dos viejitos tan amorosos, tan románticos: “¡Ay, qué bellos se ven!”, sin saber que si andamos agarrados de la mano es para no caernos. La clave de esta crónica está en el elemento sorpresa, en el hecho de algo inesperado que da un vuelco a la situación; en la burla que se hace uno a sí mismo. O la vez que fui a buscar a mis dos nietas al preescolar y se me olvidaron sus nombres y la maestra portera mientras más recelosa se ponía acribillándome con preguntas menos me acordaba de los nombres de mis nietas. “¿Ud está seguro de que sus nietas estudian aquí?” “Si, son dos niñitas muy bonitas ellas”. La mujer me interrumpió con sequedad: “¡Todas las niñas en este colegio son bellas!” Y estuve a punto de ser llevado a la comisaría acusado de viejo verde merodeando y acechando niñas en un preescolar hasta que vi a una de las nietas y le supliqué que dijera quién era yo.

Esto tiene que ver, en el fondo, con el país que se extravía en su propia memoria porque careciendo de identidad insiste en buscarla en lugar de aceptar la diversidad que somos; el crisol en el que estamos hechos. El poeta Juan Liscano mantuvo una excelente revista llamada Zona Franca. Se le ocurrió convocar a un sociólogo, un filósofo, un escritor, un antropólogo y les hizo una sola pregunta: “¿Qué es ser venezolano, hoy?” Y ninguno supo porque en realidad: ¿qué es ser venezolano? ¿Es vestirnos de liquiliqui, tomar agua del tinajero, tocar cacerolas en protesta contra el régimen militar y sentarnos frente a una computadora y mientras recibimos emails; disfrutamos en Directv el derby Barcelona – Real Madrid; leemos un periódico de Australia y nos conectamos con otros continentes a través de un blackberry? Lo mejor que podemos hacer es olvidarnos de esta “identidad” que no tenemos y aceptar en cambio la diversidad que nos enriquece el alma y nos permite integrarnos al mundo. ¡Ser exógenos, no endógenos!

Una vez relaté mi aventura con el fiscal Manzano, un zambo enorme que me sacó de mi casa y me obligó a montar atrás en su moto gigantesca para buscar micarrito que apareció después de haber sido robado. Y yo que no tengo experiencia en motos me agarré fuertemente a la cintura del fiscal como las muchachas de las películas de vaquero abrazadas al jinete. Cuando pasamos por Chacaito, conocido entonces como “el umbral de Calcuta”, Manzano avergonzado porque sentía que todas las miradas estaban centradas en él y en mi abrazo me dijo: “¡Doctor, déjese de vainas y agárrese a esas argollas que están ahí!” Era una manera de atacar el machismo venezolano, la intolerancia; defender lo que es diferente mientras ponía a la Autoridad en ridículo.

Hace poco escribí sobre Cristóbal Colón. El Almirante no es persona grata en la actual hora política venezolana. Bajo este régimen sus estatuas desaparecieron y la que estaba en El Calvario fue sustituida por una de Ezequiel Zamora. Con humor traté de rescatar su figura insistiendo en la reflexión chaplinesca sobre la Autoridad. Una dama opulenta en un cocktail se dirige a Miguel Otero Silva diciendole lo abrumada que se encuentra por un asunto que no sabe cómo resolver. “Como ves, Miguel, siento sobre mi la espada de Colón”. Y Otero Silva le dice: “¿No será más bien el huevo de Damocles?”

Y recordé dos momentos sublimes del humor gráfico venezolano que aparecieron en El Morrocoy Azul. Dos caricaturas que aluden a la estatua de Colón que estuvo situada en las escalinatas de El Calvario cuando El Silencio, durante mi infancia, era un laberinto de callejones, prostíbulos y gentes de mal vivir que avergonzaba a los caraqueños. El Almirante con el brazo extendido y el índice apuntando al gigantesco lupanar exclama: “¡Putas!” Y luego, cuando en un impulso de modernidad Isaías Medina Angarita ordenó eliminar aquella lepra social para construir con Carlos Raúl Villanueva la urbanización El Silencio y comenzó a verse el tierrero y a levantarse la inevitable polvareda por las demoliciones y la remoción de escombros, Colón apunta nuevamente con el dedo y grita: “¡Tierra!”

En el mismo artículo me referí al atropello que significó acusar a Colón de ser enemigo del socialismo bolivariano y derribar el 12 octubre de 2004 el monumento “Colón en el Golfo Triste” del escultor Rafael de la Cova, en Plaza Venezuela. Los energúmenos de una Coordinadora Popular de Caracas, disfrazados de indígenas con plumas y guayucos, derribó y decapitó la estatua del navegante. Aquella fue una acción de nauseabunda y fascista iracundia perpetrada en defensa de un exaltado “Día de la Resistencia Indígena” que nada tiene que ver, desde luego, con la patética presencia de minorías étnicas en el panorama urbano del país. No imaginó el alucinado almirante que iba a ser acusado de «genocida» y «tirano» por los enchufados que avalaron la fechoría, mostrando un prontuario más ominoso que los de Saddam Hussein o Muammar Gaddafi, amigos del autócrata venezolano convertido después de su muerte en pajarito hablachento.

Me veía obligado a pensar que el único propósito al borrar de nuestra historia a quien alguna vez mostró con el dedo a las putas de El Silencio fue el de impedirle que señalara hoy a los corruptos hijos bolivarianos de aquellas mujeres de vida oscura y taciturna.

Es mi manera de hacer humorismo con cierto sesgo político al mismo tiempo que rendía homenaje a Cristóbal Colón excecrado y enviado al exilio a consecuencia de una miserable conspiración para expulsarlo no solo del país venezolano sino de la Historia. De hecho, han desaparecido del paisaje urbano venezolano todas las estatuas de Colón.

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Lo que hay que evitar y condenar, ¡a como de lugar! es la risa, mejor dicho, la risotada que emana de la procacidad, del humor grueso, obsceno; de la astrakanada y la chabacanería porque lejos de activar un impulso generoso del espíritu, de ofrecer mayor dignidad al ser humano; de pulsar la tecla de un humor inteligente y sensible que existe en todos nosotros y que aspira ser reconocido y acariciado, lo sepulta por el contrario en una especie de inframundo, donde solo reinan la vulgaridad, las impurezas y asperezas de una conducta ordinaria y despreciable.

Existe un humor popular que se manifiesta a través de la sátira y la ironía políticas; a través de la frase chispeante, inmediata, oportuna e ingeniosa que pone en entredicho la actuación de la autoridad y se burla del mandatario que la ejecuta. Un humor que se nutre de los despropósitos de quienes nos gobiernan y estimula y hace posible que la agrisada vida cotidiana que llevamos, la pesadumbre y la aflicción que pesa sobre nosotros, se aligere e irradie, al menos, la satisfacción de sentirnos vengados. De allí que solo sea perversidad, ignominia y oprobio lo que el humor arrastra consigo al degradarse y reptar como un animal viscoso desde algún resquicio del régimen. Y ése es nuestro peor enemigo porque al igual que el lenguaje procaz, ofensivo e injurioso que vocifera el Palacio de Miraflores o desde la propia Asamblea Nacional también nos apuñala y nos envilece el alma.

Hagamos política desde la sociedad civil con las armas del humorismo. Y, por favor, no olvidemos la exhortación del poeta Rafael Cadenas: “¡No seamos juglar de ningún caudillo!”

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