Barrio de Caracas desde arribaUn país sin Constitución ni Estado comenzó a ser gobernado por una conciencia impredecible y sin sentido. No sólo por la que conforma el gobierno que lo representa, sino, también, por aquellos individuos que han aceptado ser gobernados con una arbitrariedad que afila la locura. Porque el gobierno que ha tomado el poder de una manera ilegítima y consecutiva, transfiere su conducta a una gran parte del pueblo que se ha hecho destinatario –y cómplice– de su proceder irracional. Ambos comparten impudicia, atropello y cualquier actuar primitivo que el equilibrio mental –que apenas sobrevive– no logra explicarse ni comprender. Instalada la disociación como forma de ser y existir, todo absurdo humano encuentra justificación en el ámbito público y privado. El humor que propicia la risa para liberar la contenida y pesada energía, que cunde en la calle y en el dormitorio, es también desterrado de ese país. Una mueca lo representa; esa que no atina a saberse si es máscara macabra o cómica, del esperpéntico espectáculo que acontece en el corazón de Venezuela. «Â¡Socialismo o Barbarie!», gritó un líder de la «revolución bolivariana» en el Foro de Sao Paulo.

Hace quince años se inició el desmontaje de toda lógica, ética e institucionalidad en Venezuela. La política como expresión de civilidad, es abortada en un proceso lento y demoledor. El horror desató la bestia de su furia. Las representaciones histéricas y díscolas, de un hombre al que le fue otorgado poder absoluto para gobernar, pero también derechos supra-constitucionales para blindar ese poder de cualquier control o demanda nacional o internacional, inició la épica del saqueo y la peste. Investido de estadista, el enfermo de Sabaneta, trazó el aniquilamiento del pasado referencial del país. Lo construido antes de su existencia, y sobre todo aquello que hubiera sido una obra acertada y de beneficio público, debía desaparecer a través de una sistemática y enfermiza venganza, que terminó por normalizar la brutalidad, el despojo y la degradación. El alma le fue arrebatada a muchos venezolanos. Hugo Chávez convocó la pesadilla de los resentimientos sociales e individuales más profundos. Alió su gobierno a las dictaduras dinásticas del mundo para refrendar sus desmanes. La delincuencia le dio su apoyo, multiplicando el número de sus víctimas. La morgue de Bello Monte fue convertida en el mausoleo sangriento de la revolución bolivariana. La misma muerte de Hugo Chávez significó la extinción de la debilitada razón, porque sus herederos comenzaron a vivir en el universo de la fantasía metafísica, y sus opositores, en el desespero de haberla extraviado, y no saber cómo reconquistarla.

Las revoluciones socialistas ensayadas en épocas anteriores, reservaron la promesa de alcanzar el paraíso. La revolución bolivariana no tuvo que prometer nada, porque el caos es su horizonte, en el que flota su esencia. El sucesor de Hugo Chávez habla con éste, ya convertido en pájaro, en espíritu conductor de la impudicia. El pueblo ha sido reducido al malestar de la barbarie. Una gandola accidentada es saqueada por centenares de personas, mientras el chofer de la misma agoniza sin socorro alguno. El gremio universitario es llevado, por necesidad, a discutir normas de homologación con un gobierno que cometió fraude en las elecciones pasadas, y, para colmo, el resultado de esas negociaciones arroja después, que lo acordado terminó siendo, igualmente, un fraude ejecutado por parte del gobierno contra las universidades. Pero, ¿por qué los universitarios accedieron a discutir y negociar con un gobierno ilegítimo? ¿Por qué extravió su inteligencia en lo que era predecible? La Fuerza Armada, tomada por carteles del narcotráfico que aprovechan el control del aeropuerto internacional Simón Bolívar para el traslado de droga, en maletas sin inspeccionar, es recompensada con un aumento de sueldo en proporciones insólitas, comparado con los deprimidos sueldos de los demás profesionales y trabajadores venezolanos. Sin embargo, el gobierno teme un golpe de Estado de la propia Fuerza Armada que lo cobija. La ministra (o encargada) de asuntos penitenciarios, promueve elegir una reina de belleza entre las presas de los recintos carcelarios, quizá para competir con el paradigma de la belleza venezolana que lució en pasada pasarela, la democracia representativa.

Este mural de paradojas y horrores, ha colocado al país en una situación psicótica. Mientras tanto, como en la obra Esperando a Godot, de Samuel Beckett, la mayoría más noble del pueblo venezolano espera la llegada de una solución, encarnada en un Dios o en un mesías, que nunca –jamás– llegará. Espera, porque no encuentra otra cosa que hacer, en medio del sin sentido y de la locura.

edilio2@yahoo.com

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