Hay en este film tardÃo de Antonioni —El pasajero (The passenger), Italia, 1975— un montón de agudas observaciones sobre la identidad, la imagen cinematográfica y la realidad, que nos extraña su carácter de film menor dentro de la producción del gran cineasta. Reconozcamos que no tiene la hondura de otras de sus pelÃculas, puede ser que se deba al tema que trata. Ese extrañamiento de Nicholson, un extranjero en el extranjero. La continua referencia al tema de la identidad, los repetidos cuestionamientos a las acciones del reportero. Llevados al extremo en la notable escena del curandero que de entrevistado deviene en interrogador, incluso invirtiendo el plano visual y mostrando a Nicholson sorprendido detrás de la cámara. El diálogo entre David Locke y David Robertson, con una significativa ruptura de las convenciones narrativas, al mantener  la unidad de espacio en dos tiempos virtuales. El vagabundeo de Nicholson y Schneider sin rumbo definido, en un viaje que solo puede tener una conclusión. Y esa lentÃsima escena final tan comentada por su destreza técnica como por las significaciones que de ella se desprenden.
Nos detendremos un momento en esta escena, porque en alguna medida revela las intenciones últimas y los lÃmites del arte de Antonioni. Digamos que el director maneja como ningún otro lo que se denomina coloquialmente “tiempos muertosâ€. Definición poco apropiada. El tiempo nunca está muerto, si hay algo dinámico es el tiempo. Nunca se detiene, fluye como un rÃo a través nuestro. A veces vertiginosamente otras con lentitud pasmosa nos horada incansable hasta el final.
Eso lo sabe Antonioni casi como una lección de vida, y uno de sus objetivos en muchos de sus filmes es hacernos sentir el transcurrir del tiempo en nosotros. Siempre sobrio y preciso, el director nunca deja que el artilugio fÃlmico (la cámara) se imponga sobre la narrativa. Pero hete aquà que en la secuencia final de El pasajero rompe con un principio de sobriedad no escrito. Porque al dejar a Nicholson recostado en el que será su lecho mortuorio, la cámara se libera y adquiere una autonomÃa que nunca antes tuvo en sus filmes. Nos recuerda a una observación de Tarkovski sobre el tiempo en el cine, decÃa el director ruso que hay férreas convenciones sobre la duración del plano en el cine. Afirmaba, sin embargo, que si se transgredÃa la regla comenzaban a suceder cosas, que si se dilataba la duración se accedÃa a notables (y riesgosos, agregarÃamos nosotros) descubrimientos. Antonioni lo hace y el plano no solo se prolonga sorprendentemente, también se sumerge en el espacio virtual. Una vez superada la barrera de la ventana, la cámara, brevemente, es un ente autónomo. Libre de sus ataduras narrativas, el artilugio es dueño de la situación y podrÃa desplazarse infinitamente hasta ¿donde? Nunca lo sabremos. La frontera estilÃstica del director ha alcanzado sus lÃmites: la cámara vuelve sobre sus pasos a su prisión narrativa para mostrarnos al falso personaje de Nicholson asesinado en la cama. Antonioni, con coraje, nos ha mostrado los lÃmites de su arte y a partir de entonces comienza una decadencia que derivará  lentamente hasta el final de su carrera.
El pasajero se proyecta el 19 en los Sábados Selectos del Cinecelarg3, a las 3:00 pm. Entrada libre.
EL PASAJERO (The Passenger), Italia, 1975 / 119 MIN. Director: Michelangelo Antonioni. Guión: Mark Peploe, Michelangelo Antonioni, Peter Wollen. Música: Ivan Vandor. FotografÃa: Luciano Tovoli. Reparto: Jack Nicholson, MarÃa Schneider, Jenny Runacre, Ian Hendry. Productora: CIPI Cinematografica S.A. / Les Films Concordia.