La entonces adolescente Daniela Bascopé y la muy completa Carlota Sosa revelaron sus grandes talentos interpretativos en el film de Thaelman Urgelles.

Los pájaros se van con la muerte 4
La entonces adolescente Daniela Bascopé y la muy completa Carlota Sosa revelaron sus grandes talentos interpretativos en el film de Thaelman Urgelles.

Thaelman Urgelles saldó una deuda consigo mismo. Después de once años de circunstancias adversas, el cineasta venezolano estrenó su sexto largometraje de ficción Los pájaros se van con la muerte, rodado en 1999 como metáfora íntima de una patología que abarca lo particular y lo colectivo. Inspirado en la pieza teatral homónima de Edilio Peña, estrenada en 1976 por el recordado Nuevo Grupo, narra la enajenada relación entre una Madre y su Hija —atravesada por un drama de infidelidad, celos y pasiones— que configura las consecuencias del exceso en todos los órdenes de unos seres humanos. Personajes sin nombres pero con roles muy definidos desarrollan una tragedia muy intensa en torno a la pérdida de la razón impulsada por el quiebre emocional y afectivo. La Madre teme que la Hija le abandone como lo hizo el Negro, su amante, mujeriego y oficiante del culto de María Lionza que la abandonó por la Mujer de la Casa Amarilla. Por eso encierra y encandena a su niña en el rancho donde viven, mientras las autoridades demuelen el barrio. Allí, en ese breve espacio, recuerda y reconstruye su tormentosa relación con el Negro y transfiere su dolor a la chica, en una sucesión de ritos tenebrosos, a través de una narración multitemporal que avanza y retrocede hasta un final tremendo. Es el imperio de la locura.

Después de verla no pude evitar la conexión entre esta historia de ficción y la realidad que vive nuestro país desde hace años, ambas marcadas por la demencia. Estoy convencido que moramos un país enfermo que no cesa de sorprendernos, tanto en el campo de la criminalidad y la crónica roja como en el terreno de las conductas colectivas estimuladas por el mesianismo. Cuando la pieza teatral se estrenó, hace treinta y siete años, en el marco del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez, fue percibida como una alegoría de la irracionalidad de ciertas relaciones afectivas, suerte de estudio de un caso extremo en una sociedad con altos ingresos petroleros y grandes desigualdades. En cambio, el rodaje de la película se inició en 1999 en medio del fervor irreprimible que un militar golpista había generado en amplias capas de la población ansiosas de ejecutar una venganza política y social. Hoy el cadáver de Hugo Chávez yace en el Cuartel de la Montaña, después de haber llevado adelante un poderoso plan de destrucción nacional y de legar un sentimiento enfermo que ha delineado un desvarío tanto en el plano social como en el íntimo. En esos tres momentos históricos tanto la obra de Peña como el film de Urgelles se insertan en contextos nacionales diferentes pero igualmente patológicos, tal vez con rasgos más acentuados en la actualidad. En un país donde más de un centenar de cadáveres ingresan a la morgue cada semana, la muerte se convierte en algo cotidiano, normal y permanente. Desde luego, Los pájaros se van con la muerte no es una película política ni pretender serlo, pero es inevitable ubicarla en un plano específico.

La conducta de la Madre hacia la Hija obedece a su propio trastorno afectivo y el aislamiento de ambas responde a la indiferencia del entorno. La niña quiere salir, la mamá no lo permite. Poco a poco la contamina con la insensatez y la conduce a una dimensión grave y definitiva, al tiempo que su hábitat es derrumbado. El guión de Urgelles y Peña acentúa el rol de la demencia en la conformación de sus personajes, especialmente en la Madre y su Hija y en un plano secundario en el Negro. Este triángulo enfermo concentra la mayor parte del drama aunque evidencia desniveles entre sí. Ellas son mucho más ricas en sus significaciones y plenas en su desarrollo, mientras él revela un menor relieve en su definición. Las personalidades femeninas recibieron un mayor trabajo de escritura mientras el rostro masculino fue reducido a casi un estereotipo. Otro desequilibrio importante se aprecia entre lo que sucede entre las cuatro paredes del rancho —el espacio íntimo de ambas— y lo narrado extramuros, en un mundo aparte y despersonalizado donde los personajes masculinos están presentes. Esta marcada diferencia podría explicarse por su origen teatral, en la medida que presenta y aprovecha el espacio reducido en una referencia carcelaria, en primer lugar, pero también como el mito de las cavernas de Platón, en una lectura más profunda. Ese rancho es el útero del conocimiento, el lugar protegido de la influencia externa, el sitio donde se intenta preservar una vida. Pero también donde surge la mayor carga de la tragedia. En esa alegoría de la prisión emocional se levantan las mejores escenas de la película. En cambio, las secuencias externas, como la del jardín infantil con el Negro devenido en payaso o la del Policía cobrando su tajada carnal, son mucho más convencionales.

La realización de Urgelles opta por un sello muy personal y arriesgado, distante de la visión política desarrollada en La boda (1982), sobre su propio guión original, y de la crisis ética y moral planteada en Los platos del diablo (1992), sobre la novela de Eduardo Liendo, cuyo guión fue elaborado por Liendo, Peña y Urgelles. En el caso de Los pájaros se van con la muerte apuesta por el exceso como propuesta narrativa, en tanto característica de la demencia individual y colectiva. Ubicó su puesta en escena en el marco del culto a María Lionza, a través de una iconografía clásica de sus rituales. Pero no vincula directamente el pensamiento mágico religioso con el proceso de deterioro de la madre. Sólo lo establece como referente cultural y como oficio cotidiano del Negro. Hay cuatro planos narrativos claramente definidos. El primero se refiere a la relación entre madre e hija en un espacio cerrado. El segundo atrapa la relación de la madre con su amante. El tercero muestra el universo externo donde intervienen la Mujer de la Casa Amarilla y el Policía. Y el cuarto, finalmente,abord a la adoración popular a la Reina Madre. Urgelles combina esas vertientes en una trama apabullante aunque irregular, con momentos muy bien logrados y otros no tanto. La fuerza de su realización pierde por momentos la coherencia y abre paso a escenas sin mucho aporte al discurso. No obstante, el saldo final es positivo.

Un factor fundamental reside en el extraordinario trabajo interpretativo de Carlota Sosa —dueña absoluta del personaje de esa Madre enajenada en sus distintas etapas— y de la entonces debutante Daniela Bascopé —como la Hija que va sucumbiendo ante la locura— con apenas diecisiete años. Conforman una dupla actoral descollante que cubre ese proceso de enajenación al borde de sus vidas. Ambas son sobrecogedoras en sus actuaciones y se imponen con demasiada diferencia al resto del elenco: el colombiano Oscar Borda como el Negro, Ivonne Reyes como la Mujer de la Casa Amarilla y Pedro Lander como el Policía.

Esa fuerza expresiva la alcanza Urgelles también a través de la fotografía de Vitelbo Vásquez —muy cuidada en su elaboración luminosa y cromática y nutrida por efectos especiales muy precisos— y la banda sonora diseñada por Orlando Andersen —que revela estudio y detalle— como los pilares narrativos audiovisuales. La música de Tulio Cremisini, la dirección de arte de Rafael Straga y el montaje de Cacho Briceño contribuyen a crear esa atmósfera demencial que se acentúa a medida que avanza la dependencia entre madre e hija hasta lograr un clímax devastador en un final muy potente.

Después de saldar esta deuda personal, como dije al principio, a Urgelles le toca el reto de superar sus mejores películas. Este país le ofrece cada día varios temas medulares. Recuerdo Radiografía de una mentira (2004), su largometraje codirigido con Wolfgang Schalk que desmonta las manipulaciones de La revolución no será transmitida (2003), aquel tendencioso documental de las irlandesas Kim Bartley y Donnacha O’Briain sobre Hugo Chávez y los sucesos de abril de 2002 en una Venezuela que buscaba preservar su democracia. Su filmografía delata ese interés por la política y por las verdades ocultas. Allí está su capital creativo.

LOS PÁJAROS  SE VAN CON LA MUERTE, Venezuela, 2011. Dirección: Thaelman Urgelles. Guión: Edilio Peña y Thaelman Urgelles, adaptación de la obra teatral de Edilio Peña. Producción: Thaelman Urgelles, Malena Roncayolo y Beatriz Urgelles. Fotografía: Vitelbo Vásquez. Montaje: Cacho Briceño y Thaelman Urgelles. Música: Tulio Cremisini. Diseño y mezcla de sonido: Orlando Andersen. Sonido de campo: Jacques Cassuto. Dirección de arte: Rafael Straga. Elenco: Carlota Sosa, Oscar Borda, Daniela Bascopé, Ivonne Reyes, Pedro Lander. Distribución: Cinematográfica Blancica.

About The Author

Deja una respuesta