Hay suficientes elementos en la 23ª película de James Bond, Operación: Skyfall (2012), para convertirla en una de las más emocionantes e impecables producciones dentro de la serie, cuidado y no la mejor. Desde el comienzo se percibe el peso en la dirección del oscarizado Sam Mendes (Belleza americana) conforme a los pliegues de profundidad que ondulan en el guión de John Logan (Gladiador, Hugo), permitiendo que la acción y el drama fluyan de manera admirable. Y luego está, sin lugar a dudas, la convincente —y tercera— encarnación de Daniel Craig como el agente secreto creado por Ian Fleming.

Consciente de los cambios que se han presentado en el globo, el personaje es contextualizado al criterio de que lo viejo debe ser sustituido por lo nuevo, siempre y cuando la esencia sea exactamente clásica. No es solamente la supervivencia de Bond sino de la saga en sí. El espía surgido de la Guerra Fría ya no está en su mejor forma: cae herido, se refugia en el alcohol y es impreciso a la hora de disparar su Walter PPK. El inventor Q (Ben Wishaw) reaparece con aspecto ‘geek’, ya no fabrica bolígrafos que explotan o mini aviones sino dispositivos más sencillos, pero igual de efectivos. A la dama Judi Dench, como la jefa M, le otorgan mucho más terreno dimensional que antes. Es quien advertida o inadvertidamente queda atrapada en las manillas de la trama, pues algunas decisiones del pasado ahora vienen a perseguirla y requiere que Bond asuma su próxima misión como especie de resurrección en tiempos de terrorismo cibernético.

Por supuesto, hay espacio para los homenajes. El Aston Martin de Goldfinger (1964) hace una aparición especial. Otra: la persecución en tren que supera con creces al de Octopussy (1983).  Y desde Al servicio secreto de Su Majestad (1969) no se conocían detalles personales del héroe. Skyfall, en el tercer acto, queda resguardado en la propiedad familiar y su traumática infancia.

El monólogo introductorio de Javier Bardem como Silva —especie de tributo a Mandíbula en Moonraker (1979) y el cabello a lo Max Zorin en En la mira de los asesinos (1985)— desde luego ya queda grabado en el canon de los grandes antagonistas. Divertido, amenazante, impredecible y hasta afeminado. El contrapunteo con Bond roza en lo incómodo y controvertible. Pero no todo es tan novedoso. Parte de su estrategia es casi idéntica a la del Guasón en El caballero de la noche y de Loki en la reciente Los vengadores. ¿Demasiada la influencia del cineasta Christopher Nolan?

Dos escenas que a simple vista sobresalen: la confrontación con un asesino en un rascacielos de Shanghai, con luces de medusas azul eléctricas de fondo y el espectacular casino en Macao donde Bond desmorona la aparente personalidad malévola de Severine (la hermosa Berenice Marlohe) en una sola sentada. La fotografía del veterano Roger Deakins es pura perfección, mientras que el sonido captura proximidad y campo más allá de los golpes y explosiones. Los personajes de Ralph Fiennes y la morena Naomie Harris, por su parte, son bienvenidos a una continua recurrencia a futuro. Por último, la canción interpretada por Adele es un acompañamiento majestuoso durante los créditos iniciales, tal como la voz de Shirley Bassey en piezas anteriores. Mendes y compañía lograron con Operación: Skyfall la trascendencia y un significado más profundo de 007, lo cual requiere de preparación, compromiso actoral y orgullo británico mayores que en los tiempos de Sean Connery. Todo fanático saldrá del cine esperando a que llegue la próxima aventura.

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