Alexander Payne es un director a tener en cuenta. Todavía circula por el cable Election, una película sobre rivalidades en la secundaria que iluminaban con sarcasmo el fetiche norteamericano por excelencia: el poder. En el 2002, salió A propósito de Schmidt, un film inclasificable, con demasiada amargura como para ser comedia, sobre un jubilado que enviuda a las puertas del mar de tiempo libre que se abre ante él y se dedica a visitar a sus familiares con resultados desiguales. Más ingeniosa fue Sideways, un elogio del vino y del buen vivir, que aprovechaba un último viaje de soltería para pasearse por los viñedos de California, disertar sobre la vida, el Pinot Noir, y lograr un film de un humor terso, desigual e inteligente. En todos estos títulos Payne ha exhibido un estilo despojado de estridencias, con libretos por los que transitan seres solitarios, ni buenos ni malos, con las tristezas y las amarguras de la mayoría. Un dato interesante en su filmografía es el paisaje, humano más que geográfico, que los personajes atraviesan más que habitan. El sino vital de los protagonistas (sea éste la ambición, la soledad, la amistad o, en este caso , el duelo) se despliega en un entorno (la secundaria, las rutas, los viñedos o Hawaii) que de alguna manera fungen de marco ambiental, cuando no de pretexto para las peripecias personales. Un dato adicional, no hay grandeza, no hay épica en el cine de Payne, aún cuando siempre atisbe a grandes temas, el tono es bajo, la ausencia de notas altas llama la atención.

En el caso de Los descendientes la anécdota se desarrolla en Hawaii, ese paraíso atado a la cultura norteamericana, punto de toque con la enigmática Asia de la que ha recibido alguna estocada (remember Pearl Harbour!), desde donde dirigía la guerra de Indochina y donde nació y se crió el actual presidente. El film trata sobre el duelo que una familia comienza a elaborar cuando, a raíz de un accidente náutico, la esposa y madre cae en un coma del que evidentemente no saldrá nunca. Los descendientes del título no son necesariamente, o no solo, los hijos, sino más bien los que se quedan en el paraíso y deben lidiar con asuntos más bien terrenales. El film alude a esta paradoja desde el monólogo inicial. Aún en el paraíso la gente sufre y se muere. Aún en Hawaii. El accidente no solo deja a la madre en estado vegetativo, sino que lleva a su esposo a atravesar las islas en un sentido o en otro, buscando a una hija, y conociendo en esa travesía al amante de su esposa, un potencial yerno patán y a algún personaje secundario que pauta la acción.

La película es en esencia un melodrama, un género que en Estados Unidos tuvo un solo representante que hizo historia: un alemán de nombre Detlef Sierck que rebautizado Douglas Sirk, influyó a más de una generación. Payne prefiere seguir su camino de tonos bajos. Si la historia que cuenta es de una tristeza desoladora, porque sobre la agonía de la esposa van cayendo, como perlas de la corona desgracias varias en forma de infidelidades, conjuras familiares, conflictos de generaciones díscolas, el tono se permite la inteligencia de la ironía. Los personajes reaccionan lateralmente y no de frente a las situaciones, las venganzas son meditadas y, si se las piensa, burdas e ineficientes y sobre el final, la historia, se resume en la tierra, mucho menos como bien poseído (después de todo el personaje es un tigre de los bienes raíces) sino como, precisamente raíces, pertenencia, diosa madre. Y en esta sencillez narrativa, está el disfrute de esta película, hasta ahora la mejor del director, porque ese viaje a tientas, esa comodidad inicial que un estúpido accidente náutico viene a destruir con la fuerza de un big bang, posibilita una búsqueda vital en la que los personajes se reconocen en un encuentro con el paisaje por el que han transitado sin prestarle atención.

El protagonista se repite una y otra vez que la historia de su familia, su historia a fin de cuentas, es la historia de Hawaii, pero eso es un dato apenas lateral hasta que debe poner en juego la tierra de la que puede o no desprenderse en un momento de quiebre de su vida, y la vida de los suyos. Es una gran película, de temas mayores apenas camuflados tras la ligereza de la actuación impecable de Clooney y el elenco y la elegancia con que el libreto los pone en juego.

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