El gran dilema que viven los personajes de Los falsificadores se desplaza de uno a otro extremo del registro emocional. De un lado, la necesidad imperiosa de sobrevivir a toda costa en una situación de brutalidad desgarradora en la que el enemigo controla todas las posibilidades de subsistencia. Del otro, la conciencia de llevar adelante una conducta de colaboración con las ideas y las acciones del enemigo. Ese es el conflicto dramático de una obra que logra conmover sin recurrir a consejas moralistas. Al contrario, plantea una negociación constante en una situación que —de forma paradójica— parece no admitir ninguna forma de acuerdo. No obstante, eso es lo que hacen un grupo de prisioneros judíos en Sachsenhausen, campo de concentración nazi en los últimos años de la II Guerra Mundial. Negociar es lo que hace cada día Salomon Sorowitsch, ese personaje ambiguo y desconcertante que pasa de la frialdad a la angustia. Sorowitsch negocia con el jefe de la Operación Bernhart y con sus propios compañeros, a través de una metáfora de la mentira creativa: la falsificación convertida en arte y el arte devenido en supervivencia. Porque esta película austriaca —que ganó este año el Oscar como film no hablado en inglés— persigue un objetivo muy definido: demostrar que la supervivencia es un paso imprescindible hacia la victoria.

Stefan Ruzowitzky es un cineasta vienés de 47 años que ha realizado una media docena de largometrajes en un país como Austria que no se caracteriza por una amplia producción cinematográfica. De hecho, trabajó durante años en el cine publicitario alemán hasta que comenzó a dirigir películas que han tenido como elemento común los dilemas éticos de sus personajes. Se trata de una constante que adquiere una mejor dimensión en Los falsificadores, obra que ha desplegado una gran polémica alrededor de un tema tan escabroso como el colaboracionismo judío con el régimen nazi. Una vieja discusión que parece no tener fin pero que exige una visión más profunda y menos maniquea para comprender las motivaciones de tal conducta y sus consecuencias. El colaboracionismo existió no sólo entre los judíos sino en todos los países ocupados por la bota nazi. Ocultarlo sería una estupidez. Es preferible tratar de entender sus razones y sus alcances.

El guión de Los falsificadores se fundamentó en un libro de memorias titulado El Taller del Diablo, escrito por Adolf Burger, uno de los sobrevivientes del campo de concentración, consecuente militante comunista y feroz contrincante de Salomon Sorowitsch, como se aprecia nítidamente en la película de Ruzowitzky. Lo curioso es que el realizador priorizó a Sorowitsch como personaje, sobre el autor del libro. Desplazó a Burger a un rol relativamente secundario y centró la atención en un antihéroe, un ser egoísta que ya no cree en el arte ni en el amor ni en la humanidad ni en nada de esas cosas en las que creen los héroes. Es un hombre que ama el lujo fatuo, el dinero fácil, el sexo oportunista y que, cuando pierde sus privilegios, está dispuesto a falsificar 134 millones de libras esterlinas, es decir, tres veces las reservas del Reino Unido de aquel momento. Salomon Sorowitsch es todo lo contrario a un héroe. Es decir, es muy poco cinematográfico desde un punto de vista tradicional. Sin embargo, Ruzowitzky lo prefiere porque representa precisamente lo opuesto al heroísmo inútil, al estilo de Burger, dispuesto a morir por unos ideales imposibles. Este mago de la mentira y obseso de la perfección no está dispuesto a morir. Por eso soporta las humillaciones. Por eso colabora en la destrucción de la economía británica. Pero también por eso se convierte en la única herramienta de supervivencia para 140 judíos en cautiverio. Varios de ellos vivieron lo suficiente para ver la caída del régimen nazi. Un antihéroe devenido en héroe. Salomon Sorowitsch, por cierto, murió a principios de los años sesenta en Argentina, país del cual era un gran admirador, lo cual explica también la permanente presencia del tango a lo largo del film.

Una historia tan atroz exigía una puesta en escena que dejara muy claro que no se trata de una ficción sino de un relato de recuerdos que se hace presente 65 años después. Por eso la fotografía de Benedict Neuenfels adquiere esa tonalidad casi monocromática de los viejos retratos desvaídos. Es un gris trabajado con detalle, con la oscuridad propia de las mazmorras. En este sentido, se establece un contraste entre la luz y el lujo de la primera parte con la larga permanencia en el campo de concentración, con las sombras de la muerte que sólo se disipan cuando los expertos comienzan a «colaborar» con los nazis. La luz, la transparencia, la tinta y las manchas de agua que se convierten en los elementos que permiten alargar la vida de unos seres miserables. Es iluminación lúgubre conforma el escenario de una gran teatro donde se representan ficciones —es decir, mentiras acordadas— que permiten revelar verdades. Tal vez la escena que mejor representa los alcances del colaboracionismo es precísamente la del vaudeville carcelario. Esa puesta teatral y musical se lleva a cabo simultáneamente a la muerte fuera del escenario.

Se torna imposible obviar la actuación de Karl Markovics como Salomon Sorowitsch. Este respetado actor del teatro y la televisión austriaca ejecuta una interpretación que se hunde en los huesos de su personaje y extrae sus sentimientos y actitudes desde el interior del miedo y la inteligencia. Lo hace que pocos diálogos. Recurre a la mirada,a los gestos, las actitudes para expresar al hombre que quería seguir viviendo. Al hombre que siguió el instinto básico de la supervivencia. El hombre que vio caer el Tercer Reich.

LOS FALSIFICADORES («Die Fälscher»), Austria y Alemania, 2007. Dirección y guión: Stefan Ruzowitzky, sobre el libro autobiográfico de Adolf Burger. Producción: Josef Aichholzer, Nina Bohlmann y Babette Schröder. Fotografía: Benedict Neuenfels. Montaje: Britta Nahler. Música: Marius Ruhland. Elenco: Karl Markovics (Salomon Sorowitsch), August Diehl (Adolf Burger), Devid Striesow (Herzog), Martin Brambach (Holst), August Zirner (Dr. Klinger), Veit Stübner, Sebastian Urzendowsky (Kolya), Andreas Schmidt (Zilinsky), Tilo Prückner (Hahn). Distribución: Cinematográfica Blancica.

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