A finales de 1972 las pantallas del mundo mostraron aquella mirada turbia de Laurence Olivier que delataba las perversas intenciones del anciano Andrew Wyke, muy exitoso escritor de novelas policíacas —rico y respetado, además— que había invitado al guapo peluquero Milo Tindle de origen italiano y de extracción humilde —interpretado por un joven Michael Caine— a departir en su casa de campo, aislada del bullicio y dotada de un jardín esplendoroso en forma de laberinto. Ambos tenían algo en común: Milo era el amante de la esposa de Andrew. A pesar de esta rivalidad y para sorpresa de los espectadores, el escritor le proponía al apuesto galán que robara las joyas de la casa. De esta manera, él podría cobrar el seguro y Milo podría vender las joyas para mantener el estatus de una mujer acostumbrada al lujo y la buena vida. Comenzaba, entonces, un terrible juego de consecuencias macabras. La película se llamó en Venezuela Duelo mortal (“Sleuth”) y fue la última que dirigió el maestro Joseph L. Mankiewicz, quien se había inspirado en la aclamada pieza teatral de Anthony Shaffer titulada La huella. Los espectadores permanecían más de horas aferrados a sus asientos en una demostración de talento en la realización y las interpretaciones.

Treinta y cinco años después regresa aquel juego del laberinto bajo la dirección del prestigioso Kenneth Brannagh y con el protagonismo de Michael Caine como Andrew Wyke y Jude Law como Milo Tindle. Pero ya no se titula Duelo mortal sino, simplemente, La huella. La nueva adaptación de la pieza de Shaffer corrió a cargo —nada más y nada menos— de Harold Pinter, premio Nóbel de literatura, quien estableció pocos cambios en la anécdota pero enfatizó en el conflicto moral que se plantea a partir del acuerdo entre ambos hombres. Los diálogos acentúan la diferencia de clase social y delimitan los espacios de la ética. No importa la ubicación que cada cual tenga en el entramado de una sociedad sino la capacidad para urdir un engaño —sexual, marital, financiero­— que permita una vida más vengativa y más egoísta. En suma: una vida más perversa.

Brannagh es un cineasta que proviene del teatro y no puede ni le interesa negar su pertenencia a las tablas. Casi toda su filmografía se fundamenta en los textos clásicos —en especial los de Shakespeare— y mantiene su preferencia sobre el manejo de los diálogos y la construcción de los personajes en ámbitos reducidos pero significativos. La casa de Wyke es la localización más apropiada para un juego que comienza siendo de palabras y concluye como una declaración de dolor, envidia y venganza, todo muy propio de Shakespeare, aunque el dramaturgo sea Shaffer. Se trata del juego del gato y el ratón, aunque a veces no sabemos quién es el gato y quién el ratón.

En esta oportunidad, el duelo se desarrolla entre Caine y Law, es decir, entre dos actores de carácter superlativo y de generaciones diferentes, como había ocurrido en el film de Mankiewicz. El primero conoce muy bien la obra y su personaje, pero ahora debía alejarse de Milo para suplantar al gran Olivier y lo hizo de manera muy profesional. El segundo abordó un personaje legendario en la escena británica con una perspectiva que necesariamente debía diferenciarse de la interpretación que Caine había hecho en 1972. Ya no se trató de un peluquero seductor sino de un actor desempleado que seduce señoras. Los dos actores británicos —ejes fundamentales de la obra— lograron una comprensión aún más profunda del texto de Shaffer y establecieron actuaciones más emocionales. Por último, aunque no menos importante, el elenco se reduce a otro personaje relacionado con la televisión y protagonizado por el propio Harold Pinter.

Loa huella es una película de actores y de texto que no puede negar su origen teatral, algo que a Brannagh lo tiene sin cuidado. Lo importante es el sustrato ético que sobresale a medida que la trama se complica y expone las flaquezas de sus personajes. No importa que la justicia no se aplique en este caso. Lo central es comprender el porqué de las reacciones humanas.

LA HUELLA (“Sleuth”), EEUU y Reino Unido, 2007. Dirección: Kenneth Brannagh. Guión: Harold Pinter, sobre la obra teatral de Anthony Shaffer. Fotografía: Haris Zambarloukos. Montaje: Neil Farrell. Música: Patrick Doyle. Elenco: Michael Caine, Jude Law y Harold Pinter.

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