Edgar Ramírez recrea el auge y la decadencia de un lamentable venezolano.

Olivier Assayas propuso un estilo narrativo preciso y sobrio para reconstruir veinticinco años en la vida de Ilich Ramírez Sánchez, un venezolano lamentable que expresó la demencia ideológica de un período del siglo pasado marcado por la violencia revolucionaria en el mundo. Desde su debut fuera de competencia en el Festival de Cannes de 2010, la serie de televisión francesa Carlos comenzó un celebrado itinerario en Europa y Estados Unidos con una cosecha de varios premios y postulaciones. Esta producción independiente expuso la evolución de un personaje cuya vida rozaba las fronteras del mito. Lo hizo a través de las contradicciones humanas e ideológicas de un personaje tocado por el síndrome mediático. Originalmente constó de tres capítulos con más de cinco horas de emisión pero su éxito la condujo a convertirse en film para salas con una duración de 165 minutos. Ha atraído la atención internacional hacia dos venezolanos destacados aunque muy distintos. De un lado, Ramírez Sánchez, del otro Edgar Ramírez. Un terrorista que paga cadena perpetua en Francia y un actor que despunta en el cine internacional. Se apellidan igual, ambos nacieron en el Táchira y hablan con fluidez varios idiomas. Los une la figura de un mito globalizado.

A principios de los años setenta —al amparo del mito del Che Guevara, ejecutado en Bolivia en 1967—  surgieron grupos armados que proclamaban la lucha antiimperialista y al mismo tiempo ejecutaban actos terroristas. Las Brigadas Rojas en Italia, la banda Baader Meinhof en Alemania Federal, el Frente Popular para la Liberación de Palestina en el Medio Oriente, ETA y Grapo en España y el Ejército Rojo Unido de Japón, sin contar las guerrillas latinoamericanas. Aquel muchacho de San Cristóbal que se había graduado de economista en la Universidad Patricio Lumumba de Moscú se incorporó en esa época al Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) que dirigía George Habash, famoso dirigente radical que había renunciado a su militancia en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que lideraba Yasir Arafat, a quien consideraba un traidor. Desde esa plataforma de la violencia organizada y militante, Ramírez Sánchez asumió el nombre de Carlos y ejecutó un conjunto de atentados en Francia y el Reino Unido y, sobre todo, dirigió en Viena el secuestro de cuarenta y dos ministros de Energía en la reunión de la OPEP en 1975. Fue el protagonista de una muy breve carrera terrorista que lo convirtió en figura internacional. Ese es el personaje que el director francés eligió como figura central de Carlos para iluminar el rostro del terrorismo.

Nacido en París en 1955, Assayas se inició en el cine a principios de los ochenta dirigiendo algunos cortometrajes, publicando críticas en la famosa revista Cahiers du Cinéma y escribiendo los guiones de Rendez-vous (1985) y Le lieu du crime (1986), ambas de André Téchiné. Su primer largometraje como director fue Désordre (1986), seguido entre otros por la historia juvenil El agua fría (1994), el film de época Los destinos sentimentales (2000), el relato de suspenso y acción Demonlover, (2002), el drama íntimo Clean (2004), la crisis familiar de Las horas del verano (2008), que recién vimos en el Festival de Cine Francés, y su obra más ambiciosa Carlos, le film (2010), que lo ha catapultado en el mundo. En el más reciente Festival de Cine de Cartagena se mostró una antología de su obra.

Carlos constituye una obra notable no sólo por la calidad de sus valores de producción y la habilidad narrativa con las cuales Assayas aborda casi tres tormentosas décadas en la vida de Ramírez Sánchez sino por su coherencia expositiva y su tono casi documental. Su narración se sustenta en un conjunto de datos históricos que le suministran veracidad a un relato que podría pertenecer a la fantasía de la acción. El conflicto entre Israel y los movimientos radicales palestinos se constituye como el punto de partida de una trama que  se desenvuelve en los ámbitos de la Guerra Fría y sus implicaciones violentas. Una red de persecuciones, amoríos, asesinatos, fugas, secuestros y discusiones internas conforman el tejido humano de una épica fatal. Personajes reales como Habash, el jeque saudí Yamani o el ministro venezolano Valentín Hérnández son recreados con minuciosidad y rigor, sin incurrir en los estereotipos tradicionales. Se aprecia una comprensión de los complejidad del mundo árabe y sus condiciones de aquella época, así como del esquematismo del discurso antiiperialista de entonces, no muy distinto al que usan varios dirigentes latinoamericanos de hoy. Dan Frank y el propio Assayas construyeron un guión prolijo, bien documentado, lejano del pintorequismo, que reconstruye una situación particular en medio de la disputa entre EEUU y la URSS y de la crisis del Medio Oriente.

Tanto en la versión original para televisión como su adaptación para cine, el director francés  toma posición ante el personaje y trabaja al detalle su megalomanía y su demencia, pero no incurre en el panfleto. Prefiere reconstruir con rigor periodístico e histórico esa trayectoria sangrienta y expresarla por la vía de la ficción. Su relato es lineal, directo, sin alardes narrativos. Prioriza la historia y su personaje sobre consideraciones subjetivas. Cuenta los hechos tal como sucedieron. Rehuye el sensacionalismo y el tono de espectacularidad de las acciones terroristas y se concentra en el dramatismo de aquellos hechos, como el asesinato de los policías en un apartamento en París o el atentado mortal contra un financiero judío en Londres. Assayas nunca lo hace llamar «el chacal», como lo denominó la prensa internacional. Simplemente Carlos.

La interpretación de Edgar Ramírez como Carlos se manifiesta sobresaliente. Desarrolla su personaje a través de un cuarto de siglo ofreciendo matices reveladores de su personalidad, desde la arrogancia del joven radical venezolano en la Europa de los setenta, con su discurso de fanatismo revolucionario y su tono moralista de quien posee la verdad, hasta la decadencia de un perseguido político en los noventa, más preocupado por hacerse una liposucción que por el fracaso de su proyecto político tras la desintegración de los regímenes socialistas de la órbita soviética. La evolución de ese hombre con espíritu mesiánico y destino de fracasado es manifestada por el actor con sensibilidad y tino, sin excesos, con precisión, moviéndose cómodamente del francés al inglés, del árabe al español venezolano para expresar el narcisismo de un hombre al borde de sí  mismo. Se convierte en el propio Carlos. Muy merecidos los reconocimientos que ha ganado, especialmente el Cesar francés.

Ambientada en Londres, París, Frankfurt, Viena, Damasco, Jartoun y Beirut y hablada en inglés, francés, español, alemán, árabe, ruso y húngaro, Carlos se ha conviertido en una producción genuinamente global que aborda un drama también terriblemente global. Recordemos que el terrorismo borra fronteras y que el primer decenio del siglo XXI ha sido pródigo en víctimas y victimarios. Una demencia que marcó el siglo aquel 11 de septiembre de 2001. En este marco de locura y muerte, Ilich Ramírez es hoy una referencia que culminará su vida como el símbolo de la muerte.

CARLOS (Carlos, le film), Francia y Alemania, 2010. Dirección: Olivier Assayas. Guion: Olivier Assayas y Dan Franck, sobre una idea original de Daniel Leconte. Producción: Daniel Leconte. Fotografía: Yorick Le Saux y Denis Lenoir. Montaje: Luc Barnier y Marion Monnier. Dirección artística: Françoise-Renaud Labarthe. Intérpretes: Edgar Ramírez, Alexander Scheer, Nora Von Waldstatten, Ahmad Kaabour, Christoph Bach, Rodney El-Haddad, Julia Hummer, Rami Farah, Juana Acosta. Distribución: Gran Cine.

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