Las hierbas salvajes (Les herbes folles, 2009) de Alain Resnais puede ser vista como una respuesta actual a El año pasado en Marienbad (L’année dernière a Marienbad, 1961). Se ve si se compara el título de la que es la más reciente película del director con un fragmento de la narración en voice over del que sigue siendo hasta ahora su filme más controversial, escrito por Alain Robbe-Grillet: “El parque de ese hotel era una especie de jardín de estilo francés, sin árboles, sin vegetación alguna. La grava, la piedra, la línea recta creaban espacios precisos, superficies sin misterio. Parecía imposible a primera vista perderse en ese recinto”.

Cómo brotan y crecen alocadamente en la vida las historias imaginarias que la petrificación de El año pasado en Marienbad abortaba una y otra vez es el tema de Las hierbas salvajes, una cinta en la que han sido limadas las más ásperas aristas del estilo con el que el realizador ha tratado de empujar siempre al espectador hacia la reflexión. Pero no por esa suavidad dejan entreverse los problemas sociales que colocan al protagonista en una situación de parálisis existencial próxima a la de las figuras estatuarias del filme con el que Resnais ganó el León de Oro en el Festival de Venecia en 1961 y que estuvo nominado al Oscar.

Georges Pallet (André Dussollier) es un hombre de alrededor de 50 años que no trabaja y que se presenta a sí mismo como despojado de sus derechos civiles, incluido el de votar, al parecer por algo relacionado con la conducta violenta pero sin que la razón precisa se sepa nunca en el filme. Su vecino se voló la cabeza de un tiro por la presión del desempleo a esa edad, como lo habría hecho si fuera un personaje de Mi tío de América (Mon oncle d’Amerique, 1980), cinta de Resnais irónicamente basada en las ideas con fundamento biológico sobre el comportamiento humano de Henri Laborit. La amenaza de la miseria se hace explícita en un comentario de Georges, cuando piensa llamar a la misteriosa desconocida de la historia: “Todo el mundo tiene teléfono. No, los pobres no, y son muchos”.

La dama es Marguerite Muir (Sabine Azéma), a quien le roban la cartera al comienzo, cuando sin ninguna razón de peso –quizás por aburrimiento– sale a comprar zapatos. Su billetera es encontrada por Georges en el estacionamiento de un centro comercial, al cual ha ido a cambiarle la pila a su reloj. Es el incidente al que hace referencia el título de la novela de Christian Gailly en la que está basado el filme, y que algo que inmoviliza a Marguerite como si estuviera en la gélida Marienbad, lo que incluye una inmersión en agua helada al regresar a su casa, le hace desistir de reportar inmediatamente al banco, como debería.

Entre sus documentos y tarjetas de crédito el hombre encuentra una licencia de piloto cuya foto, que nunca se muestra en pantalla, hace que la cabeza se le dispare y se invente un personaje al cual perseguirá a todo lo largo de la cinta. Hay en ello un paralelo con la Madeleine que cautiva a Scottie en Vértigo (1958), tal como lo subraya el uso de la luz verde sobre el rostro de Georges, lo que sugiere que en este caso el muerto resucitado por la imaginación es él. También hay una cita de otro filme de Hitchcock, Extraños en un tren (Strangers on a Train, 1951), en los planos de pies del comienzo. Pero todo eso forma parte de una extensa acumulación de pistas falsas e inconexas, como el uso de diversos estilos en la música de Mark Snow y en los créditos finales, al igual que de la fanfarria que acompaña al logo de la 20th Century Fox, con los que Resnais pone sobre aviso una y otra vez al espectador que está viendo una película genérica, aunque no pueda llegar a saberse con precisión de qué género se trata. Es expresión también de una insatisfacción con ese tipo de cine que hace manifiesta Georges después de volver a ver una cinta de aviadores de la Guerra de Corea que le hizo sentir emoción en su infancia. “No me dijo absolutamente nada”, dice.

Una similar decepción es causada en la historia que relata el filme por la resistencia de los hechos a encajar en el relato sobre el personaje imaginario en el que se convierte para Georges la Marguerite real. Sucede a cada rato: en la fiesta que celebran los agentes cuando él acude a la comisaría a entregar la billetera, en sus diálogos telefónicos con la mujer, en la inclusión abierta de su esposa en el que debería ser un triángulo de amor secreto… Incluso sus deseos reales amagan con desviarse un par de veces por otros rumbos, y arrastran consigo a la imaginación. Y no sólo le pasa a él. Lo mismo le ocurre al policía Bernard de Bordeaux (Mathieu Almaric), que se inventa todo un cuento para explicar la llegada de la billetera al estacionamiento, con un ladrón imaginario que no puede ser el que cometió el robo, y posiblemente también al personaje narrador de la historia, cuya identidad es insinuada al final y que pudo haber inventado todo con la ayuda de su conocimiento de las avionetas.

Resnais, que comenzó su carrera como documentalista y llegó a la ficción con más de 20 películas en su currículo, critica una vez más de esa manera el uso del cine como producto comercial para evadirse de la realidad. Pero a la vez hace ver que ese deseo de escapar es constante en la vida de personajes como esos. Lo que está mal no es, por tanto, solamente el espectáculo sino aquello de la vida que rompen las hierbas salvajes de lo imaginario para crecer: ese ambiente social aparentemente apacible, pero rodeado de un abismo y con personajes que pueden estallar inesperadamente en violencia, como se dijo al principio y ocurrirá después en otro episodio escamoteado. El hielo elegante de Marienbad enfría secretamente allí los interiores de colores cálidos y se extiende incluso por la calle en la que está el cine de barrio, cuya iluminación y tranquilidad hacen borrosa la diferencia con el interior de los hogares y expanden la uniformidad de un espacio “doméstico” de domesticado.

Si Las hierbas salvajes es una película menor del realizador que compartió el premio de la crítica internacional en el Festival de Cannes de 1959 con Araya de Margot Benacerraf por Hiroshima, mon amour, puede ser vista también como una síntesis destilada de la obra de Alain Resnais. Incluso están presentes el humor vulgar de los hombres con disfraz de cobaya de Mi tío de América y el habitual enigma que propone al espectador para que se entretenga rompiéndose quizás inútilmente la cabeza, como con el juego de El año pasado en Marienbad. En este caso lo remata con una frase de aire surrealista, puesta en boca de una niña que nada tiene que ver con la historia: “¿Cuando sea un gato podré comer chocolates?”.

LAS HIERBAS SALVAJES

Les herbes folles, Francia-Italia, 2009

Dirección: Alain Resnais. Guión: Alain Resnais, Laurent Herbiet, basado en la novela L’incident de Christian Gailly. Producción: Jean-Louis Livi. Diseño de producción: Jacques Saulnier. Fotografía: Eric Gautier. Montaje: Hervé de Luze. Sonido: Jean-Marie Blondel, Gérard Hardy, Gérard Lamps. Elenco: André Dussollier (Georges Palet), Sabine Azéma (Marguerite Muir), Anne Cosigny (Suzanne), Emmanuelle Devos (Josepha), Mathieu Almaric (Bernard de Bordeaux), Edouard Baer (voz del narrador). Duración: 104 minutos. Formato: 35 mm anamórfico, 2,35:1, color, sonido Dolby Digital o DTS.

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