Comedia sobre las soledades aceptadas, esta Baraka que podemos apreciar en el Teatro Trasnocho —bajo montaje del Grupo Actoral 80 y con la dirección de Héctor Manrique— comenzó su exitoso periplo internacional a finales de 2002 cuando su autora, la dramaturga holandesa María Goos, la estrenó en Ámsterdam. Desde entonces ha recibido varios nombres y distintas adaptaciones en Berlín, Londres, Madrid, Buenos Aires, Montevideo y ahora Caracas. Incluso hay una adaptación cinematográfica neerlandesa. Se fundamenta en la agudeza de un texto dotado de un humor incisivo para desnudar las fragilidades del alma y en la interconexión de cuatro actores capaces de atrapar las angustias de sendos personajes al borde del abismo. Pero cuando la apreciamos con detenimiento descubrimos una pieza con cierto aire de tragedia y con un final desconcertante. Verdaderamente doloroso.

Cuatro amigos cuarentones se reencuentran después de algunos años sin verse para tratar de expresar lo que les sucede individualmente sin lograr comprender lo que les sucede a los otros tres. Lo que tenían en común ha ido desapareciendo. Tomás es un abogado cocainómano recién salido de un psiquiátrico incapaz de llevar adelante caso alguno. Pedro es un funcionario de una alcaldía, homosexual y amante del arte, en el duro trance de devolver ocho cuadros de gran valor. Juan es un economista con ambiciones políticas a punto de convertirse en ministro mientras su esposa le pide el divorcio. Martín es un director teatral empeñado en triunfar con piezas extrañas y, al mismo tiempo, obsesionado con el sexo en escena. Todos hablan, exclaman, sollozan pero ninguno escucha al otro. En varios sentidos, estos cuatro hombres son unos perdedores. En  el trabajo, en el afecto, en sus ambiciones, en sus actos de cada día. Cada cual tiene su drama. Porque Baraka, en el fondo, es más drama que comedia.

La adaptación local del texto y la puesta en escena de Manrique se revelan bien pensadas, dinámicas, incesantes, con una particular alternancia del drama y la comedia, incluida una escena burlesca en la que sus cuatro actores bailan en una suerte de espectáculo musical. Contextualiza la pieza de Goos en nuestro ambiente de una manera que luce natural, sin situaciones forzadas, salvo tal vez una y otra sugerencia política que no se plantea adquirir cuerpo dramático. La representación se extiende por casi dos horas y en algún momento pierde equilibrio al poner énfasis en situaciones cómicas que desconectan momentáneamente al espectador de la verdadera tragedia de estos cuatro hombres. Porque son cuatro perdedores, condenados desde el principio, sin posibilidad alguna de redención. En este sentido, el final se dimensiona en un plano trágico, sin vuelta atrás ni concesiones amables.

Iván Tamayo, Javier Vidal, Carlos Cruz y el propio Manrique interpretan a estos cuatro solitarios de una manera firme, coherente, intensa, convincente. Son actores de alto nivel sumergidos en las aguas a veces turbias de sus personajes. La pieza avanza con decisión y va conformando las situaciones extremas de cada uno. El uso adecuado de la luz y del espacio escenográfico se articula a un trabajo interpretativo muy profesional, bien concebido, altamente efectivo. No obstante, los mejores momentos de Baraka son los dramáticos —no los de risa— como expresiones de la tragedia íntima de cada hombre, cuando asume la crisis personal. Reitero que las actuaciones adquieren mayor dimensión cuando abandonan la risa y se apropian de la mueca y la desesperanza. Y creo, incluso, que necesitan bajar un poco los decibelios. Sus voces son mejores cuando susurran y hablan.

BARAKA, de María Goos. Producida por el Grupo Actoral 80. Dirección: Héctor Manrique. Producción: Carolina Rincón. Vestuario: Eva Evanyi. Iluminación: José Jiménez. Concepción del espacio escénico: Héctor Manrique. Elenco: Javier Vidal, Carlos Cruz Iván Tamayo, Héctor Manrique. En el Teatro Trasnocho del Trasnocho Cultural, los viernes y sábados a las 10:00 pm y los domingos a las 8:00 pm.


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