Lo usual es que una pieza teatral dé origen a una obra cinematográfica, pero en el caso de La Ola el proceso es al revés, no sólo porque Basilio Álvarez adaptó el guión del film homónimo del alemán Dennis Gansel —que inexplicablemente nunca se ha estrenado en Venezuela aunque circula profusamente en video— sino porque éste también se deriva de una experiencia real ocurrida en 1967 en Palo Alto, California, que se convirtió en novela, en película de televisión y en musical, tal como lo reseña con precisión Felipe Valdivieso en esta edición de Ideas de Babel. ¿Qué tiene La ola que ha motivado tanto interés a lo largo de décadas? El miedo, sin más ni menos. A la muerte, al que no es como nosotros, al dominio de otros sobre nuestra vida, a la posibilidad de resucitar una pesadilla, a convertir en realidad lo que es sólo una referencia histórica. Miedo a nosotros mismos. Por eso La ola como expresión creadora es pertinente, tanto como la puesta en escena del Grupo Teatral Skena que presenta el Espacio Plural del Trasnocho Cultural.

El montaje caraqueño de Armando Álvarez remite final y medularmente al experimento que llevó adelante un profesor de una localidad de California para explicarle a sus alumnos —apenas dos décadas después de la victoria de los aliados sobre el nazismo—  lo que implican conceptos como la autocracia, el fascismo y el autoritarismo a través de un ejercicio académico que se convirtió en pesadilla al pasar de la teoría a la práctica. Pero de manera más directa esta La ola se refiere al film de Gansel, ambientado en Alemania a principios del siglo XXI, donde parece imposible el resurgimiento del nazismo. Subestimar lo obvio deja lugar a la materialización de lo que parecía imposible. Pero el miedo es universal y su planteamiento trasciende fronteras. La autocracia puede surgir de la vida cotidiana, convertirse en autoritarismo y derivar hacia el totalitarismo, en cualquier país del planeta, incluida la sociedad venezolana.

Tres profesores y doce alumnos son los personajes de esta tragedia contemporánea que observa el proceso de cambio que se opera en una comunidad educativa. Lo primero será unificar criterios: vestimenta, saludo, uniformes, disciplina, es decir, la creación de una identidad común pero a la vez excluyente que impulse la transformación de los jóvenes en terribles máquinas de discriminación y destrucción de todo aquello que «no pertenece», de todo lo que es distinto al pensamiento único, a la “corrección ideológica”. Es la idea esencial de una revolución que pretende acabar con el status quo para crear un orden nuevo. Lo segundo será poner en marcha la dominación del entorno al incorporarlo a ese nuevo orden. Tal fue la experiencia del nazismo y del fascismo, como tal fue el proceso de sumisión que supuso el estalinismo en la URSS y en los regímenes comunistas que fueron devastados por la historia, aunque hoy pervivan precariamente Cuba y Corea del Norte. Surge una reflexión inevitable: ¿por qué resurge la idea de la sociedad comunista en algunos países de América Latina, con especial énfasis en Venezuela? Hace quince años esa idea parecía imposible. Pero hela aquí tan campante y tan nefasta.

La adaptación venezolana de La ola mantiene un nivel de referencia universal, sin hacer concesiones a localismos innecesarios, a pesar de que los espectadores inmediatamente establecen los vínculos con la realidad actual venezolana. Basilio Álvarez nunca identifica el país donde se desarrolla el experimento pero sí define que se trata una sociedad democrática donde la autocracia es impensable. Sólo establece un momento histórico: el siglo XXI. A través de una semana académica se lleva a cabo el cambio en las actitudes y conductas de buena parte de esa docena de muchachos e, incluso, del propio profesor Reiner. Lo cual conduce a un planteamiento crítico en torno del papel del educador y de la institucionalidad educativa, por una parte, y de la ausencia de proyectos de vida que trascienda lo inmediato. No es gratuito que sea en un recinto de clases donde se reproduzca la semilla de la autocracia. Allí se forjan las ideas y se modelan las conductas. Allí, también, se ejecutan las tragedias.

La gran enseñanza de La ola, tanto en su versión fílmica como en su adaptación teatral, reside en la comprensión del discurso autoritario y totalitario. Su punto de partida es la identificación de valores como la solidaridad, la cooperación, la generosidad, el bien común, etcétera, valores que nadie puede cuestionar en sí mismos pero que manipulados de la manera adecuada conducen a la edificación del ideal colectivista —tal como sucedió en las sociedades marxistas del siglo pasado— donde se aniquila el individuo en aras de la utopía social. Es un viejo cuento que no por obvio hay que subestimar.

El director Armando Álvarez define su puesta en escena a través de la representación directa de la tragedia y del uso del video para establecer una narrativa complementaria. Escena y video que se articulan a través de cinco actos que marcan el paso de los días de la semana, de lunes a viernes. En este sentido, la iluminación marca un tono dramático que se complementa con los monitores de video. Define el interior y el exterior del mismo asunto. Teatralmente se halla el salón de clases, donde sucede la transformación de conciencias y conductas. O la rebeldía frente a la propuesta. Audiovisualmente se muestra el mundo exterior: la familia, los amigos, la ciudad.  Pero es evidente que al escena es prioritaria, en la medida en que la puesta se halla ante la inmediatez física y emocional de los personajes.

El vestuario juega con la idea del hiperrealismo, al trabajar los atuendos juveniles en contraposición con la forma de vestir de los adultos. Nana Cadavieco y Gabriel Figueira proponen una columna musical que reúne piezas fundamentales de Sentimiento Muerto, La Puta Eléctrica, Los Paranoias, Masseratti 2 lts. y otras bandas de la música urbana caraqueña. Todo lo cual conforma una integración de elementos bastante coherente.

El punto débil de la pieza se halla en el tono de las actuaciones, en varias oportunidades sobrepasadas en su intensidad. Puede ser un problema sonoro de las actuaciones —a través de voces muy altas que se revelan innecesarias ante la misma fortaleza del drama— pero también de dirección. El profesor Reiner —interpretado por el propio Basilio Álvarez— posee los momentos más importantes de la historia pero no requiere elevar la voz siempre. Ya el personaje tiene la contradicción personal como expresión de su solidez dramática. Sobre todo con un actor de fuerza y profundidad como Álvarez. Aunque irregular, el elenco juvenil revela la potencialidad de una nueva generación de actores. Sobre ellos recae el desarrollo de la trama y su resolución dramática.

La ola irá creciendo entre el público. Correrá su calidad de boca en boca y esta expresión del teatro de ideas se consolidará como expresión necesaria en una sociedad que ve amenazada los valores de una democracia perfectible. En una ciudad donde hay tanto teatro ligero, se saluda la propuesta de una obra que nos pone a pensar.

LA OLA. Versión de Basilio Álvarez del guión cinematográfico de Dennis Gansel y Peter Thorwarth. Grupo Teatral Skena. Dirección general: Armando Álvarez. Producción general: Inmarilé Quintero. Escenografía: Carlos Agell. Iluminación: Víctor Villavicencio. Vestuario: Vladimir Sánchez. Dirección musical: Nana Cadavieco y Gabriel Figueira. Dirección de video: Daniel Dannery. Elenco: Basilio Álvarez, Catherina Cardozo, Juan Carlos Ogando, Alejandro Díaz, Alexandra Malavé, Andrés Prypcham, Claudi Laya, Gerardo Ramírez, Jesús Nunes, Jan Vidal, Josette Vidal, Julián Izquierdo, Juan Morantes, Naia Urresti, Rogers Lombano, Ricardo Sánchez, Teo Gutiérrez, Victoria Salomón y Valentina Rizo. Espoacio Plural del Trasnocho Cultural. Viernes y sábado a las 9 pm y domingo a las 7 pm.

 

 

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