Cortázar explora distintos niveles entre la realidad y la fantasía, como si fuera un sueño, considerando el texto como un proceso de comunicación abierto y no como algo estático y congelado en el tiempo.

El pasado 26 de agosto se conmemoró un nuevo aniversario del natalicio de uno de los más grandes escritores argentinos de todos los tiempos, el nacido en Bruselas Julio Florencio Cortázar (1914-1984). Su magnífica obra literaria, encuadrada en la cima del llamado boom latinoamericano, se despliega a través de la poesía, el teatro, los cuentos y la novela, género en el que sobresalió con la inmortal Rayuela (1963).

En este brevísimo recordatorio, nos focalizaremos en uno de sus cuentos cortos más célebres e importantes desde el punto de vista literario, y en su adaptación cinematográfica, también muy famosa y significativa. El cuento al que nos referimos se publicó en 1959 por la editorial argentina Sudamericana, dentro de la colección titulada Las armas secretas, junto a los cuentos Cartas de mamá, Los buenos servicios, Las armas secretas y El perseguidor, este último dedicado al gran jazzman Charlie Parker. Ese quinto cuento, Las babas del diablo, ha alcanzado tal relevancia que su  nombre hoy encabeza las colecciones de cuentos de Cortázar o se publica solo y vinculado estrechamente a su adaptación cinematográfica.

En este cortísimo cuento, Cortázar explora distintos niveles entre la realidad y la fantasía, como si fuera un sueño, considerando el texto como un proceso de comunicación abierto y no como algo estático y congelado en el tiempo. El argumento pasa a ser secundario o sin importancia y lo que importa es cómo se cuenta (no importa el qué, sino el cómo Miesiano), intercalando fantasía y realidad. El protagonista del cuento, un fotógrafo aficionado que habla en primera o tercera persona mientras pasea por París, asistiendo a un intento de compra-venta de servicios sexuales en el que terminará fotográficamente  involucrado y costándole la vida, revela desde el principio su dificultad con lo que va a contar: «porque nadie sabe bien quién es el que verdaderamente está contando, si soy yo o eso que ha ocurrido, o lo que estoy viendo (nubes, y a veces una paloma) o si sencillamente cuento una verdad que es solamente mi verdad, y entonces no es la verdad salvo para mi estómago, para estas ganas de salir corriendo y acabar de alguna manera con esto, sea lo que fuere.» Es decir, otro genio de la historia (como el Kurosawa de Rashomon) que descubre el Principio de Incertidumbre de Werner Heisenberg. Ni las sucesivas ampliaciones de la fotografía realista brindan seguridad, en la magistral narración laberíntica y caleidoscópica de Cortázar.

La inolvidable película de 1966, ganadora de la Palma de Oro en el Festival Internacional de Cannes del año siguiente, Blow Up (literalmente, ampliación), comienza reconociendo su inspiración en el cuento de Cortázar. Por el contrario, otros films claramente influenciados por las fantasías e incertidumbres de los medios modernos planteadas por Cortázar, pasan en sus créditos de largo, como The conversation (1974), de Francis Ford Coppola, o Blow out (1981), de Brian De Palma.

En el extraordinario film del maestro Michelangelo Antonioni (1912-2007), un fotógrafo profesional londinense (con sesiones foto-sexuales hasta con la modelo Verushka) descubre un asesinato al ampliar las fotos de una pareja en el parque. «El fotógrafo —dice Antonioni quiere ver las cosa más de cerca, pero al ampliarlas demasiado, el objeto se desintegra y desaparece. Por lo tanto, hay un momento que vemos la realidad, pero ese momento pasa.»

En el cuento de Cortázar, el narrador puede estar muerto, pero su labor al menos sirvió para descubrir el mal, para identificarse con la víctima y hasta para morir por ella. En el film de Antonioni, el fotógrafo es la personificación de lo ‘disperso’, no tiene objetivos claros, nada tiene consecuencias, nada queda de aprendizaje y a nadie, finalmente, le importa realmente nada. Después de devolver la imaginaria pelota de tenis que juegan los mimos en el parque, el fotógrafo se va empequeñeciendo y, finalmente, como acaso un ser imaginario de los creados por Cortázar, desaparece (y se agranda “THE END”).

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