Bajo el gobierno de Grag Tabbott, Texas acaba de retroceder 50 años en su estructura legal.

No, no se trata de los pobres exiliados de Afganistán que llegaron a EEUU huyendo del nuevo régimen de los talibanes. Estos vinieron, como tantos otros emigrantes, a fabricarse una nueva vida, a engrosar la larga y necesaria lista de arribados al país, para trabajar y ayudar como tantos otros en la consolidación del poder de la nación del norte.

Pero sí se trata de un germen que estaba latente en muchas mentes del país más poderoso del mundo y que ha resurgido de una manera impresionante, sobre todo aupada y enaltecida a raíz de los cuatro años de la presidencia de Trump. Son talibanes en el propio territorio, su actitud así los define. Son aquellos que inspirados en teorías conspiracionistas y dislates han comenzado a hacer mucho daño. Hubo un momento culminante que fue el intento de asalto al Congreso, aupado por el propio Trump, enardecido y enfermo por haber perdido las elecciones. El fracaso de ese esfuerzo por tratar de socavar las instituciones democráticas y la negativa de muchos de los representantes del Partido Republicano de castigarla, o por lo menos denunciarla y combatirla, ha dado pie, a una avalancha de violencia e irracionalidad en buena parte del territorio.

El punto de mayor avance —mas no el único— ha sido el estado de Texas, que bajo el dominio republicano ha comenzado una arremetida legal contra una serie de logros de la sociedad. En EEUU, desde el año 1973, el aborto ha sido legal, pero las mentes más conspicuas y recalcitrantes se dieron cita en estos momentos para retrotraer —cual talibanes— las condiciones civilizatorias a una nueva barbarie.  Y por ahora, lo han logrado, con el terrible apoyo de la Corte Suprema de Justicia, donde los abanderados de Trump hicieron el juego de implantar una mayoría ultraconservadora. Ahora, en Texas, abortar es un crimen. Pero no sólo eso: cualquier persona está en capacidad —y será premiada por ello— de denunciar a quien quiera o haya abortado. Y toda complicidad será fuertemente penada. Hasta el colmo que si un taxista u otro vehículo trasladan a una persona que vaya a realizarse un aborto, puede ser multada hasta con 10.000 dólares. Ni a los talibanes originarios se le había ocurrido algo así. Sólo se permitirá el aborto hasta seis semanas después de la concepción —un plazo sumamente perentorio— y siempre que haya sido motivo de una violación. En caso de hacerse después el castigo recaerá sobre la violada y no sobre el violador.  Entendamos ahora por dónde van los tiros: enaltecer el machismo y talibanamente castigar a las mujeres.

Con el gobierno de Greg Tabbott, Texas acaba de retroceder 50 años en su estructura legal. Un retroceso peor que el auspiciado por los otros talibanes —los de Afganistán— que muchos reclaman ante el mundo. Paralelamente han sido aprobadas leyes que restringirán enormemente la capacidad de ejercer el voto.  Los republicanos que solo han ganado el voto popular en una de las últimas ocho elecciones nacionales, tienen claro que a mayor número de votantes menos opciones tienen de ganar y por lo tanto la consigna es lograr la mínima cantidad de votos posibles, sobre todo de las minorías y los sectores marginados. Un decidido y manipulado retroceso democrático en un país que debería ser el máximo representante de la democracia en el mundo. Dejo sobre el tapete un dato: Texas es de largo el estado que más petróleo produce en EEUU y de alguna forma este retroceso —que condiciona la vida de la mujer y de la democracia— es común a otros tantos estados del mundo con esa condición: Arabía Saudita, Catar, Emiratos, Irán, Libia, Argelia, Rusia. ¿Será que el petróleo y la democracia se repelen?

En todo caso, el talibanismo norteamericano no se ha detenido allí. Se ha ido regando por todas partes y, ante el avance de Covid-19, las hordas retrógradas, que auspician el no vacunarse, también están haciendo mucho daño, habiendo convertido a otros estados, como el de Florida, en un foco de infección y daño muy grande. El número de contagios, muerte y hospitalizaciones ha escalado un nuevo pico en las últimas semanas, mientras el gobernador, otro representante del talibanismo norteamericano, se enzarza en una pelea por combatir las mascarillas o los controles sanitarios, hasta el punto de establecer una multa de 5.000 dólares a aquellas empresas o instituciones que exijan un certificado de vacunación. Retroceder y aupar la ignorancia, y negar a la ciencia y el avance, parece ser la consigna de estos nuevos talibanes locales. Hay que evitar el éxito de las mentiras y luchar contra ellas.

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