En el tiempo que vivimos en Venezuela parece que la responsabilidad, el respeto y la confianza están buscando dónde anidar.

Las palabras del maestro Escohotado —“Debemos definir nuestra visión del mundo por las ideas y valores que defendemos, no por lo que atacamos”— nos colocan contra la pared, nos obligan a mirar más profundo, a ver cuántas de nuestras posiciones y actitudes reflejan un egocentrismo exacerbado, cuántos de los eventos en que participamos niegan la última capa de nuestro espíritu, el que creemos verdadero, pero que muchas veces traicionamos.

Estamos en un tiempo de valores porque enfrentamos la gran oportunidad de participar con nuestras opiniones y visión del mundo en el trazado de un camino que concuerde con aquello que hemos convertido en nuestros ‘imperativos categóricos’, los nuestros, porque en realidad los tenemos.

Si volteamos el enfoque podríamos pensar que la tragedia en la cual estamos hundidos podría ser superada si nos aplicamos con un afán de destrucción creativa. Sabemos hoy cuáles son los errores cometidos antes de la dictadura y los que cometió la dictadura, podemos afrontarlos no solo por un impulso autocritico sino por la imperiosa necesidad de reconstruir nuestro mundo.

En primer lugar, haber depositado todas nuestras esperanzas, obligaciones y culpas en el Estado, tal como lo hemos definido y, por ende, trasladar nuestras responsabilidades a los gobiernos de turno. Haber sido indiferentes ante la existencia de un hiperpresidente, un déspota sin frenos, que reparte a su antojo, culpabiliza y castiga de acuerdo con sus intereses privados. Personaje a quien no le pedimos cuentas, sólo nos inclinamos a esperar sus favores. Eso podría calificarse como irresponsabilidad. Una traición al valor Responsabilidad.

Otro. Haber creído la monserga socialista que califica a la propiedad privada como un robo y  dejar que el régimen se apoderara de ella, la robara. No entender que sin propiedad no hay libertad. Solo en sociedades libres el ser humano crea propiedad, respetada por todos. No hay necesidad de asaltar al vecino para tener lo que produce o lo que es suyo y que ambiciono poseer. Hay que entender que la humanidad ha instituido el comercio como una regla de convivencia que permite acceder a los bienes que aspiramos en paz. Estas son razones para respetar la propiedad del otro porque también significa respeto de mi propiedad. No hacerlo es irrespetar a los otros y a nosotros mismos. El respeto por tanto es un valor clave para la paz, la convivencia, el apoyo mutuo y la solidaridad.

Sigue. Vivir en un pleno estado de desconfianza, no creer en las buenas intenciones del prójimo, descalificar cualquier acción emprendida por otros seres humanos porque siempre albergamos la sospecha que detrás hay una maniobra macabra, un intento por atacarnos, violarnos, robarnos. Es no creer en nadie y por tanto descalificar todo lo que nos proponen. Es permitir que la desconfianza impere en las relaciones humanas, en la política (todos los líderes son tramposos), en la economía (solo piensan en su tasa de ganancia). Algunos filósofos sostienen que si la humanidad no logra alcanzar niveles de confianza entre las personas, el mundo se extinguirá espoleado por la desconfianza. No hay que definirse por oposición o desconfianza, es el fin de la paz. Aunque a veces sea difícil, hay que tener confianza en los otros. Es preferible equivocarse por confiar que por desconfiar. La desconfianza suele ser irreparable. Los negocios en sociedades de desconfianza requieren muchos abogados, sanciones y normas. Por el contrario, cuando se estimula la confianza es más probable que tengamos éxito con menor costo y menos tiempo.

En el tiempo que vivimos en Venezuela parece que la responsabilidad, el respeto y la confianza están buscando dónde anidar. Tenemos que reflexionar ¿qué será más ventajoso para todos, apoyar, creer y trabajar con quienes buscan salidas o renegar sus intenciones, juzgándolas como actos de mala fe, corrupción, egoísmo y todos los calificativos que se quieran agregar. Si nos inspiramos en el valor confianza, trataremos en lugar de acusarlos, confrontarlos, construir acuerdos contra viento y marea.

Lo que está en tela de juicio es la irresponsabilidad, el irrespeto, la desconfianza de los que tienen el timón en sus manos. Se trata de todo lo contrario, oír, profundizar, hurgar, discutir, para encontrar los acuerdos. Solo si asumimos que tenemos la gran oportunidad de edificar un tiempo de valores tendremos un pasaporte para ese mundo claro y distinto al cual aspiramos. Dice Francis Fukuyama: “Uno de los problemas de la economía moderna es que se ven las actividades económicas solo como el crecimiento de decisiones de personas egoístas”. Seguro que lo podríamos superar si entramos en Tiempo de Valores.

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