‘La vida es bella’, como los videojuegos, oculta una tragedia para garantizar la sobrevivencia.

Los videojuegos es algo creado por los humanos hace solo pocas décadas pero que, a pesar de su juventud, se ha convertido en una actividad gigantesca, no sólo por su volumen y variedad, sino por el dinero que produce, por el dineral que maneja. Ser creador de esos juegos por computadora se ha convertido en una de las profesiones más lucrativas en los últimos tiempos. En los grandes países, sobre todo aquellos económicamente poderosos, su proliferación es inmensa.

No soy muy ducho en la materia y no me atrevería a profundizar en demasía en sus características y consecuencias, pero me da la impresión —por lo poco que sé— que en muchos casos los juegos con violencia, tiroteos y demás son muy populares. El objetivo parece ser matar en lugar de ser matado y por eso ganar. Pienso que, sobre todo en los países más violentos, se ha convertido en una práctica con cara a futuro. En todo caso creo que es una manera de evadir la realidad, de jugar en imaginar lo inexistente.

Todo esto viene a colación con algo que asocio con lo que narra una película italiana, ganadora del Oscar inclusive, La vida es bella, de finales de siglo, dirigida y actuada por Roberto Benigni. La historia va de un judío y su hijo pequeño, prisioneros de los nazis en un campo de concentración. El vuelco que su protagonista le da a los sucesos —haciendo creer a su pequeño hijo que lo que están viviendo es un juego, obviando lo macabro, y pintándolo con la dulzura y la inocencia de un niño— es el valor fundamental de esa obra. Un canto por la esperanza y la sobrevivencia.

Hago el paralelismo, de esa historia con algo que acabo de leer en un artículo de Florantonia Singer para El País de España, donde narra las vivencias de los habitantes de las barriadas de La Vega y aledañas, en Caracas, territorio permanentemente invadido por los tiroteos de las bandas criminales, las uniformadas y las otras, que han convertido a la población civil, a la gente común, en presa del terror y la incertidumbre. Pues bien, la historia bonita —y que resalto— es la de una joven madre que ante el aturdimiento por el infernal ruido de las armas, recurre a los tiroteos ficticios de los videojuegos para entretener a sus hijos y, como en el caso que narra la película, alejarlos, por lo menos ilusoriamente de la terrible realidad cotidiana. Eso sí es el summun de la maternidad y de la protección, como lo fue en la película, la paternidad y el cuido. La imaginación para distraer y hacerles creer a sus amados, que el ruido proviene de un mundo irreal y no de la vida que está allá afuera.

La imaginación al servicio del amor, no de la muerte. El uso de los videojuegos para el bien. Bonita voltereta de la realidad.

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