Basculando entre lo íntimo y lo contextual, el film no deja de presentar su postura en el ámbito ‘gobiernero’, militar y del espionaje.

¿Cuán ensordecedor puede ser darse cuenta lo falso de los idealismos políticos? Una premisa cliché dentro del debate competitivo, sin duda, pero que no deja de poseer poder discursivo al momento de expresar las dolencias conceptuales de tal o cual corriente política.

Y qué mejor manera de conseguir torcer significados simbólicos y convertirlos deliberadamente en algo despectivo e insultante. Aquí es cuando conseguimos el objetivo de Queridos Camaradas (2020) el film de Andrei Konchalovsky, que narra la historia de Lyudmila, miembro local del partido comunista en Novocherkask, Unión Soviética. Ella defiende los ideales del régimen comunista y desprecia todo tipo de disidencia. Durante una huelga laboral en la fábrica de motores, en 1962, ve cómo el ejército mandado por el Gobierno dispara a los protestantes y comete una masacre. Con la ciudad destruida y agitada por las revueltas, hay mucha gente herida y desaparecida, entre ellas su hija, una disidente. Obligada a buscarla entre el caos, enfrenta sucesos que le cambiarán su visión de las cosas.

Bajo una sobriedad y estilo visual elegante, aunque sin llegar a lo preciosista, el film siempre va de la mano de la perspectiva de su protagonista, Lyudmila. La evolución del pensamiento, su afrenta política e ideológica, van en conjunto con la intencionalidad que el director le desea imprimir al espectador. Y aunque en un principio el propósito pareciera correr por las aguas de rememorar las bondades del gran líder de esta doctrina, el mensaje final entierra, no solamente en este personaje, las ideas que tanto aferraron su vida laboral, amorosa, familiar y política.

Basculando entre lo íntimo y lo contextual, el film no deja de presentar su postura en el ámbito ‘gobiernero’, militar y del espionaje. Una trinidad que cierra un discurso que quiere emerger, a veces poco sutil y muy obligado, el disgusto por el comunismo y el socialismo instaurado en aquella Unión Soviética. Sin que sea una sorpresa, ni producto de un desarrollo esquematizado de eventos que generen extrañeza (los documentales ya han dado su cuota al mundo por mucho tiempo) Lyudmila consigue su transformación bajo la mirada complaciente del espectador que lo sabe y entiende todo de antemano. Sin embargo, sin recurrir a la rudeza que guardan los secretos de la realidad, la violencia explícita o el poder para congeniar la firma del olvido colectivo, la narrativa no pierde su norte y consigue derribar las fronteras del conocimiento de la historia para instaurar un punto de vista, ficticio o no, que verosímilmente optará por ser otra bandera más dentro del debate.

Áspero y directo, como solo el cine ruso logra revelarse, Konchalovsky construye una masa homogénea entre sus vivencias en la industria norteamericana, francesa, inglesa e incluso de sus inicios soviéticos. Es notable como ha vuelto digerible su discurso narrativo frente a temas tan complejos y escabrosos. Incluso el blanco y negro, y la escogencia de un formato 4:3, maneja estéticas y técnicas que no lo desvinculan del presente cinematográfico en su storytelling.

Sin llegarle a sus obras maestras Siberiada (1978) y El primer maestro (1966), no está muy lejos de conseguir un escalón relevante en esta era del cine eslavo con este film. Con la rebeldía con que Polonia emergió internacionalmente en esta era de remakes, conducida por la temática del film Cold War (2018) de Pawel Pawlikowski, consiguió una brecha para interceder en más de una mirada y punto de vista político frente a lo que vuelve a ser el debate ideológico mundial por excelencia. Y el cine, como arte, comienza a recolectar, cada vez más y en mayor cantidad de regiones, visiones artísticas y narrativas locales que desempolvan posturas de creadores que nunca fueron ajenos al debate. Por ello no es extraño que el film de Konchalovsky fuese seleccionado como una de las mejores películas extranjeras para el National Board of Review. Y para este servidor, quien escribe, concuerdo más con el BAFTA que con los Premios de la Academia en nominarlo, demostrando la relevancia discursiva y artística de una obra que pesa por su calibre.

QUERIDOS CAMARADAS (Dorogie tovarishchi!), Rusia, 2020. Dirección: Andrei Konchalovsky. Guion: Elena Kiseleva y Andrei Konchalovsky. Fotografía: Andrey Naidenov (blanco y negro). Elenco: Yuliya Vysotskaya, Vladislav Komarov, Alexander Maskelyne, Andrei Gusev, Yulia Burova, Sergei Erlish.

Publicado originalmente en https://cinemathon.wordpress.com

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