Jim Morrison.

El cantante, poeta vocacional y líder de The Doors falleció en París el 3 de julio de 1971 a los 27 años de edad. El suceso nunca llegó a aclararse y continúa hoy rodeado de misterio. Al cumplirse medio siglo de su muerte, nuevas obras ahondan en la turbulenta existencia del músico estadounidense.

Años atrás, y es probable que ahora también, todo viaje a París acababa desembocando inevitablemente en el cementerio de Père-Lachaise. Ya saben: Montmartre. Torre Eiffel, museo del Louvre, Pompidou y, antes de tomar el avión de vuelta a dónde fuese, rápido paseo entre nichos con inquilinos de relumbrón. Por ahí descansan, por ejemplo, Oscar Wilde, Édith Piaf, Isadora Duncan, Chopin e Yves Montand, pero ninguno tan escandaloso y tan aparentemente problemático como James Douglas Morrison (1943-1971), a quien los responsables del camposanto estuvieron a punto de desahuciar por las continuas molestias que sus fans causaban a sus compañeros de eternidad.

«Las tumbas y lápidas se llenaron de flechas pintadas con espray para señalar el camino hacia una tumba que por entonces no tenía otra marca que un rótulo hecho a mano, un parterre de conchas marinas y la presencia continua de los seguidores del cantante, con sus flores, su incienso y sus poemas, que se pasaban el día y la noche meditando en silencio o bien bebiendo o colocándose», escribía en 1985 Jerry Hopkins, autor junto Danny Sugerman de la que probablemente sea la mejor biografía sobre el malogrado cantante de The Doors, De aquí nadie sale vivo.

El parte médico dijo que Morrison había muerto de un paro cardíaco, pero testigos

El parte médico dijo que Morrison había muerto de un paro cardíaco, pero testigos de su última noche afirman que consumió heroína.

Ironías del destino, el propio Morrison estuvo a punto de salir ya fiambre de la tumba en 2001, fecha tope que, en un principio, la dirección del Père-Lachaise dio a la familia para buscarle otra sepultura, la que fuera, lejos de ahí. El caos de 1991, cuando miles de personas acudieron al cementerio y la cosa acabó degenerando en disturbios y destrozos, fue la gota que colmó el vaso, pero en realidad la explicación es mucho más prosaica: Pamela Courson, pareja de Morrison, arrendó para Jim una tumba por treinta años, con vencimiento en 2001. El caso es que, dos décadas después de aquello y cuando se cumplen cincuenta años de su muerte, el problemático cantante, poeta vocacional, líder de The Doors y cadáver exquisito del rock donde los haya, permanece enterrado en su parcela del cementerio parisino. Desde ahí, su leyenda ha acabado echando raíces en la mitología del rock and roll.

De nuevo en la librería

Su llama, es cierto, quizá ya no prenda con la misma intensidad con la que lo hacía durante los días de vino, rosas y escandaleras constantes de Light My Fire y Break On Through (To The Other Side), pero su vida y, sobre todo su muerte, se cuentan aún entre los fenómenos más fascinantes de la historia de la música popular. Buena prueba de ello es que, en los últimos días, la ‘morrisonmanía’ se ha reactivado en las librerías y nuevos volúmenes ahondan en la turbulenta existencia del poeta y músico estadounidense.

En España, Alberto Manzano acaba de publicar Jim Morrison. Cuando la música acabe apaga las luces (Libros Cúpula), biografía de ‘un ángel con piel de cuero negro’ que, escribe Manzano, «simulaba ser un ángel viril —o un dios demoníaco—, un sex symbol provocando a las huestes con el lenguaje violento de su cuerpo, buscando la fiesta dionisíaca, el alborozo orgiástico, explosiones de histeria colectiva». Y en Estados Unidos ha visto la luz The Collected Works of Jim Morrison: Poetry, Journals, Transcripts and Lyrics, un generoso volumen de 600 páginas que reúne prácticamente todo lo que escribió el cantante en sus 27 años de vida.

En ambos casos, la muerte juega un papel especialmente relevante, ya que mientras que Manzano expone con pelos y señales lo misterioso de un deceso que algunos defienden que no fue tal, la antología de textos publicada por Harper Collins incluye una reproducción en formato facsímil del que se cree es el último diario de Morrison, escrito en París entre marzo y julio de 1971. «Dame canciones para cantar y sueños esmeralda para soñar», escribe el autor de ‘The Celebration Of The Lizard’.

Maneras de morir

James Douglas Morrison, Jim para los amigos y Val Kilmer en ese crimen contra la humanidad que fue el biopic de Oliver Stone, falleció el 3 de julio de 1971 en París. Hasta aquí, lo poco que se sabe a ciencia cierta que ocurrió. No era la primera vez que se moría, pero, sin duda, sería la última. «Incluso antes de morir, Jim era la típica persona cuya muerte se rumoreaba a menudo. Cuando estaba en su heroico apogeo, moría casi cada fin de semana, normalmente en un accidente de coche, a menudo al caer del balcón de un hotel donde había estado fanfarroneando con sus amigos, de vez en cuando por una sobredosis de cualquier cosa relacionada con el alcohol, los alucinógenos o el sexo», recuerda quién fuera su mánager, Danny Sugerman. La diferencia es que aquella noche de julio, la parca vino para quedarse.

Pero, antes de eso, un poco de memoria. A finales de marzo de 1971, con veintisiete años y el cuerpo abotargado y entumecido, Jim Morrison se escapa a París siguiendo los pasos de su adorado Rimbaud. The Doors, la banda con la que plantó bandera en la cima del rock gracias a un sugerente cóctel de blues salvaje, poesía y provocación sexual, andaba ultimando el que sería su sexto álbum, L.A. Woman (1971), así que el cantante pensó que sería un buen momento para reconectar con su yo poético tirando del hilo de los poemarios The Lords y The New Creatures. El estrellato empezaba a pesar demasiado y el caos parecía seguirle allá donde fuese (aún coleaba, por ejemplo, la acusación por exhibicionismo durante un concierto en Miami en 1969), por lo que poner tierra de por medio parecía lo más sensato. En Los Ángeles, Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore ya se encargarían de que todo volviese a encajar mientras la voz de Mr. Mojo Risin se fundía con la premonitoria tormenta de Riders On The Storm

de su última noche afirman que consumió heroína.

Ironías del destino, el propio Morrison estuvo a punto de salir ya fiambre de la tumba en 2001, fecha tope que, en un principio, la dirección del Père-Lachaise dio a la familia para buscarle otra sepultura, la que fuera, lejos de ahí. El caos de 1991, cuando miles de personas acudieron al cementerio y la cosa acabó degenerando en disturbios y destrozos, fue la gota que colmó el vaso, pero en realidad la explicación es mucho más prosaica: Pamela Courson, pareja de Morrison, arrendó para Jim una tumba por treinta años, con vencimiento en 2001. El caso es que, dos décadas después de aquello y cuando se cumplen cincuenta años de su muerte, el problemático cantante, poeta vocacional, líder de The Doors y cadáver exquisito del rock donde los haya, permanece enterrado en su parcela del cementerio parisino. Desde ahí, su leyenda ha acabado echando raíces en la mitología del rock and roll.

De nuevo en la librería

Su llama, es cierto, quizá ya no prenda con la misma intensidad con la que lo hacía durante los días de vino, rosas y escandaleras constantes de Light My Fire y Break On Through (To The Other Side), pero su vida y, sobre todo su muerte, se cuentan aún entre los fenómenos más fascinantes de la historia de la música popular. Buena prueba de ello es que, en los últimos días, la ‘morrisonmanía’ se ha reactivado en las librerías y nuevos volúmenes ahondan en la turbulenta existencia del poeta y músico estadounidense.

En España, Alberto Manzano acaba de publicar Jim Morrison. Cuando la música acabe apaga las luces (Libros Cúpula), biografía de ‘un ángel con piel de cuero negro’ que, escribe Manzano, «simulaba ser un ángel viril —o un dios demoníaco—, un sex symbol provocando a las huestes con el lenguaje violento de su cuerpo, buscando la fiesta dionisíaca, el alborozo orgiástico, explosiones de histeria colectiva». Y en Estados Unidos ha visto la luz The Collected Works of Jim Morrison: Poetry, Journals, Transcripts and Lyrics, un generoso volumen de 600 páginas que reúne prácticamente todo lo que escribió el cantante en sus 27 años de vida.

En ambos casos, la muerte juega un papel especialmente relevante, ya que mientras que Manzano expone con pelos y señales lo misterioso de un deceso que algunos defienden que no fue tal, la antología de textos publicada por Harper Collins incluye una reproducción en formato facsímil del que se cree es el último diario de Morrison, escrito en París entre marzo y julio de 1971. «Dame canciones para cantar y sueños esmeralda para soñar», escribe el autor de ‘The Celebration Of The Lizard’.

Maneras de morir

James Douglas Morrison, Jim para los amigos y Val Kilmer en ese crimen contra la humanidad que fue el biopic de Oliver Stone, falleció el 3 de julio de 1971 en París. Hasta aquí, lo poco que se sabe a ciencia cierta que ocurrió. No era la primera vez que se moría, pero, sin duda, sería la última. «Incluso antes de morir, Jim era la típica persona cuya muerte se rumoreaba a menudo. Cuando estaba en su heroico apogeo, moría casi cada fin de semana, normalmente en un accidente de coche, a menudo al caer del balcón de un hotel donde había estado fanfarroneando con sus amigos, de vez en cuando por una sobredosis de cualquier cosa relacionada con el alcohol, los alucinógenos o el sexo», recuerda quién fuera su mánager, Danny Sugerman. La diferencia es que aquella noche de julio, la parca vino para quedarse.

Pero, antes de eso, un poco de memoria. A finales de marzo de 1971, con veintisiete años y el cuerpo abotargado y entumecido, Jim Morrison se escapa a París siguiendo los pasos de su adorado Rimbaud. The Doors, la banda con la que plantó bandera en la cima del rock gracias a un sugerente cóctel de blues salvaje, poesía y provocación sexual, andaba ultimando el que sería su sexto álbum, L.A. Woman (1971), así que el cantante pensó que sería un buen momento para reconectar con su yo poético tirando del hilo de los poemarios The Lords y The New Creatures. El estrellato empezaba a pesar demasiado y el caos parecía seguirle allá donde fuese (aún coleaba, por ejemplo, la acusación por exhibicionismo durante un concierto en Miami en 1969), por lo que poner tierra de por medio parecía lo más sensato. En Los Ángeles, Ray Manzarek, Robby Krieger y John Densmore ya se encargarían de que todo volviese a encajar mientras la voz de Mr. Mojo Risin se fundía con la premonitoria tormenta de Riders On The Storm.

Discos y velas en la tumba de Jim Morrison en París, en el cementerio de Père Lachaise – AFP

A Morrison le acompaña Pamela Courson, fallecida por sobredosis de heroína en 1974, y para quien aquella escapada parisina fue poco más que un idilio: Jim había dejado de beber, escribía poesía como poseído por el espíritu de Mallarmé e incluso estaba componiendo una sinfonía. La realidad, sin embargo, iba por otros derroteros y al barbudo cantante se le podía ver dando tumbos y armando jaleo en el Rock’n’Roll Circus. «Era el primer día de julio y el calor en París era infernal. Jim no tenía un buen día. De hecho, había vuelto a caer en un abismo de terrible desánimo. Llevaba mucho tiempo bebiendo y ahora intentaba dejarlo de una vez por todas», escribe Manzano. A partir de aquí, la historia se complica y las versiones se multiplican.

Según explicó Courson, la noche del 2 de julio, salieron a cenar y, antes de regresar a casa, Morrison se fue solo al cine a ver una película. «Adónde fue Jim después del cine, o si llegó a ir, son meras especulaciones. Las diferentes versiones de esa noche están llenas de contradicciones. Algunos dicen que se fue al Rock’n’Roll Circus tan deprimido que compró algo de heroína y se pegó una sobredosis en el lavabo del club, y que una vez cadáver lo sacaron por la puerta trasera y lo dejaron en su piso, dentro de su bañera», relatan Sugerman y Hopkins en su biografía. «Otros dicen que se fue directamente al aeropuerto, donde lo vieron subir a un avión. O quizá se pasara toda la noche paseando. O fue a ver una película y después volvió al piso, donde se sintió indispuesto y dijo que iba a darse un baño», añaden.

Tras los pasos de Rimbaud

La de la bañera es, de hecho, la versión oficial: después de toser un poco de sangre, Morrison fue a darse un baño y ahí lo encontró, ya cadáver, Courson. ¿Causa de la muerte? Infarto de miocardio. El fantasma de la sobredosis reapareció años más tarde, cuando Alain Ronay y Agnés Varda, dos de las cinco únicas personas que asistieron al funeral, relataron en Paris-Match que aquella noche Jim y Pamela habían compartido heroína después de pasar la noche bebiendo en diversos bares. Para entonces, sin embargo, la verdad ya importaba poco: no hubo autopsia y nadie llegó a ver el cadáver, por lo que las últimas cinco décadas han sido una barra libre de conjeturas a cada cual más fantasiosa.

Incluso hay quien cree que Morrison, icono de la rebeldía de finales de los sesenta, fue víctima de una conspiración política destinada a desacreditar la contracultura o que su muerte se debe a un embrujo a larga distancia de una amante despechada. Y eso por no hablar de quienes defienden que escenificó su propia muerte para escapar de la vida pública. ¿Si Rimbaud había escrito toda su obra a los diecinueve años antes de esfumarse y reaparecer como traficante de armas y esclavos en el norte de África, por qué no podía hacer Morrison algo parecido? Una vez más, meras conjeturas. Lo que sí se sabe es que, poco antes de morir, paseó entre las tumbas y panteones del Père Lachaise, quién sabe si para tomarle las medidas al que habría de ser su hogar para el resto de la eternidad.

Publicado originalmente en https://www.abc.es/

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